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Vidas en lenguas casi secretas

Unas 1.200 personas acuden al Palau de la Música al recital internacional que cerró el programa Barcelona Poesia

Eran 11 poetas, que recitaron en ocho lenguas europeas diferentes y que fueron recibidos por el director del Festival Internacional de Poesia, Víctor Obiols, sentado al piano para cantar su particular bienvenida. Así se cerraba la noche del pasado miércoles el programa Barcelona Poesia, la cita anual de la ciudad con el verso.

El espectáculo, que congregó a casi 1.200 personas en una expectación que hace ya años que ha dejado de ser noticia -a pesar de ser de las pocas actividades de la programación que requiere pagar entrada-, era visualmente potente: el interior del centenario Palau de la Música Catalana ofrecía un aspecto insólito con un público entregado que iluminaba con sus linternas -con las que podía leer la traducción de los poemas- los tres pisos del particular auditorio.

Escuchar en una misma noche versos en islandés y estonio, esloveno y serbocroata no está al alcance de cualquiera. Vida secreta ofrecida en lenguas casi secretas y servidas en espléndidas traducciones de poetas como Francesc Parcerisas, Arnau Pons, Dolors Udina y Simona Skrabec, entre otros. Todo con la voluntad, como hicieron constar los organizadores, de que "el cultivo y la defensa de la palabra poética autóctona es el crisol de la armonía supranacional de los pueblos".

Sigurbjorg Thrastardóttir (Islandia, 1973) y Tatjana Gromaca (Croacia, 1971) cautivaron con sus versos lapidarios y melancólicos. También segregaron vida secreta los valencianos Vicente Gallego (1963), cernudiano hasta la médula, y Maria Josep Escrivà (1968), que se despedía con ese acto como poetisa de la ciudad tras haber resultado ganadora de la pasada edición de los Jocs Florals.

Vergés, sobrenatural

Cuando se escucha versos en un idioma desconocido, sin voluntad de entender, como le ocurrió a la mayoría de los asistentes con el estonio Jüri Talvet (1945) y el esloveno Brane Mozetic (1958), uno se queda tan sólo con lo más puro, la fisonomía fonética de una lengua, la "íntima línea, inconcebible en números, que huye de las geometrías", por decirlo con un verso de Drus Grünbein (Dresden 1962), sin duda alguna uno de los poetas más interesantes de la noche.

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Una noche de recital que se cerró con la aparición casi sobrenatural del octogenario Joan Vergés, poeta de la canción sencilla, "lírico excelso o bien ironista con bisturí, nunca anodino", según lo presentó el director Obiols. Vergés pertenece a la estirpe de poetas católicos que Gabriel Ferrater denostaba en su siempre proteico Poema inacabat. Escondido durante décadas, Vergés demostró una vez más que en estas latitudes la gloria literaria se alcanza por dos vías: la muerte prematura o la longevidad. Como dijo el escocés Don Paterson (Dundee, 1963) en uno de sus versos: "Mira como el verdadero don nunca abandona a quien lo da". Vida secreta también la de Vergés, que Toti Soler acompañó con sus arpegios magistrales.

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