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Tribuna:La muerte de Leopoldo Calvo-Sotelo
Tribuna
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Un estadista

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona

Leopoldo Calvo-Sotelo ha sido, en la democracia española, un presidente del Gobierno singular. Fue quien ejerció la Presidencia por un periodo más breve (1981-82), tras la conmoción de la dimisión de Adolfo Suárez; el único de investidura exclusivamente parlamentaria, sin haber presentado su candidatura a elecciones generales; sólo él tuvo que hacer frente de modo perentorio e inmediato a las consecuencias de un intento de un penoso golpe de Estado.

Fue también el más "europeo" de nuestros presidentes, quiero decir, con personalidad más homologable a la de un presidente francés o un canciller alemán. Dotado de una preparación e inteligencia sobresalientes se distinguió además por su profesión, ingeniero de Caminos, -y de los antiguos- por haber tenido protagonismo en la empresa privada -antes y no después de su presidencia- y por otros rasgos sorprendentes para quien no le conocía, como un agudo sentido del humor, fino ingenio, elegante pluma, sensibilidad para la música, amor a nuestros clásicos y admiración por Quevedo. Además, era gallego y ejercía.

Tenía un agudo sentido del humor, fino ingenio y amor a nuestros clásicos
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Yo tuve el honor de sentarme bajo su presidencia a la mesa del Consejo de Ministros y aprecié siempre en él, aparte de lo antedicho, su honradez, su expeditiva capacidad de decisión, su aguante ante la adversidad y su modo directo de comportarse sin dobleces ni disimulos.

Ahora que todos sus amigos lamentamos su muerte estoy seguro de que cuando la historia le juzgue con perspectiva, llegará a la conclusión de que la trayectoria de Leopoldo Calvo-Sotelo ha sido la de un estadista y que su proyección política es de mucho mayor alcance que su breve mandato.

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La preparación del ingreso de España en el Mercado Común debe mucho a su esfuerzo sólo bien conocido por historiadores. Él tuvo por cierto, antes que muchos otros, que ese paso tenía como requisito previo la entrada de España en la OTAN, decisión que adoptó a costa de su popularidad y que nadie rectificó. A él se debe también, junto con Alberto Oliart, el hilván de todos los delicados pasos que llevaron al juicio y condena de los golpistas, asunto que resultaba peliagudo visto de cerca y del que ahora tenemos poca conciencia.

Otras opciones políticas de Calvo-Sotelo tomaron una dirección que el tiempo ha respaldado, como la creación de canales privados de televisión, muy combatida a la sazón por los socialdemócratas de UCD. Y también en el plano del diálogo social pocos recuerdan la culminación en tiempos difíciles de un Acuerdo Nacional de Empleo pactado con empresarios y sindicatos. También está en su haber, aunque recibiera tantas críticas y el juicio adverso del Constitucional, en unos tiempos en que todos los magistrados eran independientes de las fuerzas políticas, su pacto con el Partido Socialista sobre el desarrollo del proceso de desarrollo autonómico.

Las decisiones de Leopoldo no fueron siempre populares ni exentas de aspectos criticables. Pero todas fueron adoptadas con la altura de miras de un auténtico estadista. Socavado en la UCD, no se sabe si más por la plataforma moderada, que decía apoyarle y andaba ya planeando su pacto con Fraga, si por los socialdemócratas, que preparaban su entrada en el PSOE o si por los centristas del CDS, Leopoldo dejó la Presidencia a Felipe González con elegancia y tras un proceso de transmisión de poderes ejemplar.

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona fue ministro de Educación con Leopoldo Calvo-Sotelo.

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