_
_
_
_
_
Reportaje:

Náufragos amarrados a puerto

Los dos últimos pescadores retenidos en Santo Tomé regresan a Huelva

"Dormíamos en cubierta, a la intemperie. Nos duchábamos una vez a la semana porque no teníamos agua. El pan disponible estaba mohoso. Teníamos que usar el anzuelo para conseguir algo de comer". Con este relato, digno de un náufrago, relata José Carrasco la etapa final de la que ha sido su campaña pesquera más amarga en sus 39 años de carrera en la mar. Carrasco, jefe de máquinas del barco Rosa Madre, ha formado parte del grupo de 22 marineros españoles de la empresa Astipesca que, embarcados en nueve pesqueros, permanecieron amarrados más de un mes en el puerto de Santo Tomé y Príncipe sin poder volver a España. ¿La razón? El armador no podía pagar el gasóleo necesario para esa singladura.

Hasta el jueves no pudo regresar Carrasco a su casa de Isla Cristina (Huelva). Junto a él, retornó Manuel Gil, patrón del Figueroa 17. Ambos trabajadores habían pasado juntos los peores días, después de ver cómo, el 17 de abril, el resto de sus compañeros subían a un avión que les llevaba, por fin, a España después de más de un mes de penurias. "Las autoridades del país nos dijeron que nos teníamos que quedar para velar por la seguridad de los barcos que dejábamos en puerto", afirma Gil.

"He pasado hambre"

"Lo que vivimos allí fue terrible. Yo he pasado hambre, algo que nunca creí posible a estas alturas", explica Manuel Gil. El 13 de marzo, con las tripas de su barco repletas de marisco congelado, el patrón del Figueroa 17 recaló, junto al resto de navíos españoles, en Santo Tomé para repostar combustible. "Nos extrañó que, en vez de hacerlo en la mar, el armador nos ordenara ir a tierra. Pensamos que iba a ser una cosa rápida. Pero los días pasaban y pasaban. Y allí nadie daba una solución. Sabíamos que la empresa no iba demasiado bien, pero no pensamos que fuese a dejarnos así", recuerda. "Y lo peor era que, poco a poco, nos íbamos quedando sin víveres y sin agua", destaca Gil.

Qué le iban a contar a José Carrasco, quien ya llevaba más de un mes con su nave allí amarrada. Debido a una avería en el motor auxiliar mientras pescaban, el Rosa Madre puso proa a Santo Tomé. Atracaron el 11 de febrero. En puerto, el jefe de máquinas se las vio y se las deseó para arreglar la avería. "El problema estaba en el cigüeñal. Lo pedimos y la empresa no hacía más que darnos largas. Un día nos decía que estaba en Holanda, otro en Huelva, otro en Dakar o en Lepe. Siempre mentira. Nunca llegó".

Ante la falta de soluciones, los trabajadores pidieron ayuda a la embajada española en Gabón para conseguir salir de allí. Gracias a los trabajos de mediación de la embajada y de la empresa Astipesca, un grupo de 20 pescadores conseguía despegar el 17 de abril. Una semana después lo hicieron Gil y Carrasco.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_