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Columna
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El desastre

Llegaron las siete plagas para la Costa del Sol. Los promotores lo venían anunciando desde hace tiempo, pero nadie los quiso creer. Ellos, que siempre han ido un ladrillo por delante de los demás, empezaron a advertirlo. Todo empezó con esa dichosa manía que les entra a los políticos de influir en el mercado, primero con una nueva Ley de Suelo y luego con los planes territoriales de ordenación. Que si medio millón de nuevas viviendas en el litoral eran muchas, que si la costa estaba ya saturada, que si el modelo urbanístico era insostenible. Ya lo advirtieron en su día los promotores, con las cosas de hacerse rico no se juega y que ese discurso dañaba la Costa del Sol.

Luego vino la Justicia y se puso a detener a alcaldes por casos de corrupción, y aparecieron empresas que corrompían, y se empezaron a celebrar juicios por delitos urbanísticos, y se anunciaban derribos de viviendas que nunca se van a derribar. Así no hay quién construya, dijeron. Pero seguimos sin hacerles caso. Más tarde aparecieron los dichosos efectos colaterales: que si los pisos eran caros, que si la mayoría de los ciudadanos estaban fuera del mercado, que si el euribor... Y, llegados a ese punto, en vez de poner soluciones, los políticos empezaron con que si el desarrollo sostenible, que si un 30% del suelo urbanizable había que destinarlos a VPO, que si los convenios urbanísticos eran ilegales... Y así, hasta que se cargaron el negocio.

Con lo bien que se vivía en la Costa del Sol cuando abríamos los periódicos informando de que en Málaga se habían construido más casas que en Madrid o Barcelona, como si nos hubiera tocado la lotería a todos, cuando eran sólo unos pocos los afortunados. Qué tiempos aquellos, cuando las casas se vendían sobre plano, las promociones sin licencia y en las notarías se hacía cola. En el momento álgido de la construcción, se levantaban 123 viviendas cada día, incluidos festivos, sábados y domingos y Málaga se destapó como la capital económica de Andalucía, por eso festejábamos el aumento de la producción de cemento y de la venta de adoquines como si hubiéramos superado a Microsoft en el mercado de la alta tecnología. Ni siquiera el producto estrella de la multinacional americana, el Windows, tenía ventanas para competir con la Costa del Sol en cristaleras y persianas colocadas en los últimos años. Si hasta íbamos a tener un campo de golf en la azotea de cada edificio y un punto de atraque en la piscina, a poco que nos lo hubiéramos propuesto.

Hace apenas cinco años la mayoría de las viviendas turísticas se vendían en la Costa del Sol sobre plano. Ahora, según los expertos, las empresas tardan hasta cuatro años en encontrar un comprador. El sector está en caída libre, según el INE, y los promotores dicen que en los últimos seis meses ha descendido un 60% el número de viviendas visadas. Ahora las inmobiliarias han colocado el cartel de "Se venden inmobiliarias" y las promociones se ofrecen al dos por uno, dos dormitorios por el precio de uno. Esto es la hecatombe. ¿Qué hacemos? ¿Devolvemos el AVE? ¿Que paren las obras de la segunda ronda de circunvalación? ¿Hace falta ya una segunda pista en el aeropuerto de Málaga?

No entiendo este negocio. Los pisos que se construyen no se venden y esto es un desastre, pero los promotores advierten que el bloqueo de los planes urbanísticos en el litoral está a punto de agotar el suelo disponible y habrá que esperar tres años para poder disponer de más suelo donde construir más pisos. Aquí el único desastre al que hay que buscar solución es al del paro para los trabajadores de la construcción y al del coste de las hipotecas para las familias. Los otros, que se dejen de desastres, al menos en un número importante han ganado tanto que podrán aguantar una rachilla mala. De momento, podrían bajar los precios y dejar de asustarnos tanto.

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