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Columna
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El precio en el arte

Más que la "pérdida contable" de seis millones de euros en operación de compra por el Guggenheim de la obra de Richard Serra La materia del tiempo, deberían preocupar los 28 millones de dólares (19,3 millones de euros) pagados por la obra Nueve discursos sobre Cómodo, del pintor estadounidense Cy Twombly. Esa pieza, fechada en 1963, la componen nueve lienzos pintados al óleo, lápiz de plomo y lápiz de cera. Se trata de un proceso y progreso, pieza a pieza, de un ejercicio sobre la pintura de acción. Está formulada a la manera de un Jackson Pollock o un Franz Kline u otro pintor del gesto, muy lejos de la marca del arte realizado por el mejor Twombly.

Se caracteriza Twombly por poseer una intricada y original grafía en la que el graffiti, las inscripciones, los números y signos (símbolos crípticos) se entrecruzan sobre superficies monocromas, hasta el punto de considerar sus obras como la visualización de la psique en una iconografía muy personal. No hay en esos nueve lienzos la práctica del all-over painting, o sea, el tipo de pintura en la que la superficie del soporte es tratado prácticamente de manera uniforme, bien distinta a la tradicional forma compositiva (tal cual la compra hecha por el Guggenheim).

Las obras del mejor Twombly se han comparado con la desdiferenciación, dicho en la terminología aplicada por algunos psicólogos. Nada de esto concierne a los nueve ejercicios que se han pagado de forma tan desorbitada. Esta valoración puede comprobarse comparando una obra del propio Twombly que está al lado de esos nueve ejercicios, en la exposición Art in the USA: 300 años de innovación, que se puede ver hasta el 27 de abril. Esa obra, de tamaño reducido, de la que es propietario el Guggenheim de Nuerva York, sí encaja en los parámetros del mejor Twombly. No es el caso de la obra adquirida por el Guggenheim bilbaíno. La ocasión es única para comparar una y otra obra, antes de que sea tarde. Esa actitud de mirar y comparar es una prerrogativa que nos proporciona el arte en su más pura esencia.

Casos como este empiezan a tener una frecuencia poco recomendable. En su momento se adquirió un Mark Rothko de gran formato que no poseía la grandeza de algún otro Rothko, de menor tamaño y propiedad curiosamente propiedad del Guggnheim neoyorquino. De otro lado, diez años antes, el Guggemheim bilbaíno compró tres gigantescas esculturas de Jim Dine, que no pasan de ser tres obsoletas e insulsas Venus rojas. Más reciente, ahí están esos 3.700.962 euros pagados por la escultura Tulipanes, de Jeff Koons, una insignificante e insulsa pieza de escaso valor estético. Da impresión que se busca comprar obras de grandes dimensiones para justificar que los precios sean altos. Pero no se tiene en cuenta que el gigantismo por el gigantismo en arte tiene un valor muy pequeño.

Termino por donde empecé. En 1957 Cy Twombly decide desaparecer de la escena norteamericana, yéndose a vivir a Roma. Y allí sigue viviendo dentro de voluntario, férreo y mudo anonimato. ¿Su obra está sobredimensionada por el aura de misterio que gira en torno a su persona y su aislamiento ajeno a la parafernalia del arte? Es posible. En tanto desconocemos sus pasos en lo estrictamente plástico, nos quedaría poder conocer el número de manos por la que han pasado esos Nueve discursos sobre Cómodo, desde 1963 a nuestros días. Quizá será el propio Cy Twombly el más inocente de entre todas esas manos especuladoras.

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