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El epistolario de Sorolla descubre su faceta humana

Joaquín Sorolla era un artista que disfrutaba de su trabajo. Pintaba con rapidez y volcaba toda su pasión en cada lienzo que creaba. Pero también era un notable escritor, al menos en el ámbito privado. La publicación de dos volúmenes de su epistolario personal, que ha editado Anthropos, permite descubrir su dimensión "humana, artística y profesional", como expresó ayer el crítico de arte Felipe Garín durante la presentación de los libros.

Los Epistolarios de Joaquín Sorolla son el fruto del trabajo de compilación, estudio y revisión de siete estudiosos de la obra del pintor valenciano: el propio Garín, Facundo Tomás, Isabel Justo, Sofía Barrón, Marina Moya, Víctor Lorente y Blanca Pons-Sorolla. Estos dos últimos, nieto y bisnieta, respectivamente, del artista, fueron los primeros que tuvieron acceso a la correspondencia y hallaron en ella "a un Sorolla que no habíamos conocido ni por lo que nos contaba la familia", decía Lorente. Porque, como dice Pons-Sorolla, "para entender a Sorolla hay que leer sus cartas, que dan sentido a lo que supone para él su pintura y su familia". Los dos tomos que aparecen ahora reúnen un total de 1.134 cartas con solo dos destinatarios: su amigo Pedro Gil Moreno de Mora y su mujer, Clotilde García del Castillo. Y desvelan un Sorolla que pide materiales para poder realizar sus proyectos, que habla de sus amigos y enemigos, que ironiza sobre temas de actualidad o que se muestra extraordinariamente meticuloso en asuntos económicos. Y, con la pasión de un enamorado de su trabajo y de su esposa, se comunica con su enamorada casi como un trovador renacentista, con un sano sentido del humor.

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