_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Con dudas pero con desesperanza

La última mañana, la muerte no estaba en los ojos de Ángel.

La obra completa de Ángel González se llama Palabra sobre palabra, pero también podría haberse llamado igual que su segundo libro, Sin esperanza, con convencimiento, porque esos dos sustantivos simbolizan a la perfección los extremos de su largo viaje literario, que va de Áspero mundo (1956) a Otoños y otras luces (2001).

Actuar sin esperanza pero con convencimiento está sólo al alcance de las personas que poseen un alto nivel de compromiso. La falta de esperanza es la primera obligación del pesimista, aquel que ha aprendido que no resulta coherente confiar ni en el porvenir ni en el pasado, el primero porque está lleno de incertidumbres y el segundo porque está hecho de verdades interesadas. "Te llaman porvenir / porque no vienes nunca", dice el autor de Tratado de urbanismo (1967) en uno de sus poemas; y en otro: "Un hombre nunca sabe qué pasado le espera".

Ángel era un pesimista con ganas de seguirlo siendo mucho tiempo
Más información
El poeta que dignificó la derrota

Por mucho que siempre sea difícil definir algo complejo con una sola palabra, si me viese en la obligación de elegir una que simbolizara la poesía de Ángel González, optaría por angustia. No es muy complicado ver esa angustia crecer y multiplicarse en el niño González mientras caminaba por las calles de Oviedo en los terribles años cuarenta, los de la sanguinaria represión que los sublevados de 1936 llevaron a cabo contra los vencidos. Ni después, en aquellos demoledores cincuenta en que el poeta se pregunta, desde las páginas iniciales de su primer libro y en un poema célebre que él solía definir como su sintonía, cuánto sufrimiento ha sido necesario "para que yo me llame Ángel González". Ese tema, el de la identidad, es uno de los que vertebran toda su producción y, sin duda, dan un indicio fiable de su pensamiento: cuando vuelve a tocar ese asunto, 36 años más tarde y en Deixis en fantasma (1992), dice: "Cuando escribo mi nombre, / lo siento cada día más extraño. / ¿Quién será ése? / me pregunto. / Y no sé qué pensar. / Ángel. / Qué raro". Y si para entonces lo que dominaba su estado era el asombro, en 1971, cuando publicó Breves acotaciones para una biografía, estaba entregado al fatalismo de quien se conoce y sabe que su camino lleva a la oscuridad: "Cuando tengas dinero regálame un anillo, / cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca, / cuando no sepas qué hacer vente conmigo (...) / Pero ya te lo dije: / cuando quieras marcharte ésta es la puerta: / Se llama Ángel y conduce al llanto".

Es lógico que la huella de la Guerra Civil y la interminable posguerra no sólo se haya dejado ver en el carácter de Ángel González, sino que también sea una marca distintiva de su poesía, tan abiertamente confesional. Porque si por el lado de la biografía el espanto alcanzó de lleno a la familia González, cuyo hermano mayor, Manuel, fue fusilado, el segundo, Pedro, tuvo que exiliarse por su condición de soldado de la República y pasar el resto de sus días en Francia, y la tercera, la hermana maestra, que se llamaba Maruja, fue desposeída de su plaza y condenada a malvivir dando clases particulares. Por el lado de la literatura, de qué va a escribir alguien que sobrevive en un país asfixiado por una dictadura, en el cual, como él mismo escribe, "quien no pudo morir continuó andando" y en el que muy pronto iba a tener que ocupar su puesto entre los vencidos, hasta saber que "se paga con la muerte / o con la vida, / pero se paga siempre una derrota", tal y como dice en su obra Grado elemental (1962).

No, la muerte no estaba en los ojos de Ángel la última mañana que lo vi, ya en el hospital del que no saldría vivo. Le acababa de llevar el periódico y un libro; y como yo salía de viaje, él sólo estaba preocupado de que no llegara tarde: vete, te espera un largo camino, no te preocupes por mí, nos vemos en un par de días... Sin esperanza, pero con el convencimiento de que aquella última vez no era la última, sino sólo otra.

Ángel era un pesimista con ganas de seguirlo siendo mucho tiempo. Ahora que, por primera y última vez, nuestro amigo se ha ido para siempre, los que caeremos en una desesperanza sin regreso somos todos los demás: ¿qué vamos a hacer ahora sin la persona más limpia que hemos conocido?

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_