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"¡ Y montar este espectáculo por un porrito!"

La DGT inicia los análisis de saliva para cazar a conductores drogados

El inmenso letrero luminoso que preside la fábrica de Pikolin tiñe de rojo la carretera de Logroño y aporta dos datos básicos a los conductores. Uno, que a estas alturas del otoño ya hace fresco en Zaragoza: ocho grados. Dos, que son las tres de la madrugada. Hora de ir y venir de fiesta. Hora de poner en práctica los nuevos controles con los que la Dirección General de Tráfico pretende acabar con la impunidad de aquellos que cogían el coche sin haberse bebido ni una caña, pero cargados hasta las cejas de cocaína, anfetaminas o vaya usted a saber qué clase de estupefacientes.

Un plástico blanco con una esponja de algodón es lo que se usa para el 'test'
Si el análisis da positivo, la pena va de tres a seis meses de cárcel

Una veintena de guardias civiles ha establecido la base de operaciones en una rotonda amplia y sembrada de farolas.

A las tres y cinco minutos, un agente da el alto al primero de la noche. Un Opel Astra blanco, deportivo y tuneado. Dentro, tres veinteañeros que vienen de Huesca en busca de fiesta. El conductor espera un control de alcoholemia, pero el guardia le pone en situación. "Esto es un test de drogas", aclara mientras le entrega un plástico blanco, similar a los que se usan para remover el café de máquina, con una esponja de algodón en uno de los extremos. "Salívelo bien. Haga como si fuera un chupa-chup". El chaval se pone serio y comienza la operación, con cuatro agentes observándole. Detrás de él ha parado un Mégane rojo con una pareja. "Desde luego, no sabe a fresa", dice Carlos, sonriendo. Cuando termina, el guardia lo introduce en un tubito de plástico: "Ahora, a esperar 10 minutos".

Los controles antidroga arrancaron la noche del viernes al sábado en Zaragoza y Badajoz, y continuaron ayer en otras zonas de ambas capitales. El método siempre es el mismo: la saliva, dentro del tubo, entra en contacto con una lámina impregnada de sustancias que generan una reacción química. Si el conductor ha tomado algo, una rayita de color rojo aparecerá junto a una de las seis letras inscritas en la tarjeta. Cada una delata la presencia de un tipo de droga: cocaína, opiáceos, anfetaminas, metanfetaminas, PCP y cannabis. De noche resulta complicado verlo con claridad, y los agentes acercan el cartón a las luces de la ambulancia para comprobar los resultados.

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Un chaval con pendientes en ambas orejas y en la barbilla, pelo alborotado y cara de circunstancias ha dado el primer positivo de la velada. El aparato señala cannabis. Ismael, de 21 años, sale del coche temblando. "De frío", matiza. Reconoce que ha fumado marihuana, "pero hace ya 10 horas". En la ambulancia le esperan el médico y la ATS, que lo someterán a una serie de pruebas para comprobar su capacidad de visión y equilibrio. El test de saliva, por sí solo, no sirve como prueba. Es sólo un indicio que da pie a que se decida someter o no al conductor al examen médico. Si los sanitarios observan que su estado no le permite conducir con garantías, se le pide permiso para extraerle sangre. Si se niega, se solicita autorización al juez. Y si el análisis da positivo, el individuo se arriesga a una pena de tres a seis meses de cárcel, además de entre uno y cuatro años sin carné de conducir.

Mientras Ismael trata de demostrar ante el médico que es capaz de girar sobre su propio pie, en el interior de su Hyundai le espera María, de 17 años, que no está para bromas. "Ya no se podrá ni salir a la calle. Está bien que persigan a los que conducen hartos de coca o pastillas, ¡pero montar este espectáculo por un porrito!" Ismael ha regresado al coche. Tiene miedo de que le quiten el permiso, porque lo necesita para trabajar. "Soy encofrador. Si me quedo sin carné, me hacen una putada". Al cabo de 20 minutos, el médico le tranquiliza. "Todo correcto, puedes marcharte. Pero date cuenta de que has dado positivo aunque hayas consumido hace muchas horas". Ismael resopla aliviado, da las gracias y se larga.

A las tres y media ya hay 10 coches parados en la rotonda. A la espera del veredicto, la mayoría se queja de que la prueba no sea más ágil. Ramón, de 42 años, acaba de salir de una fábrica de un polígono industrial cercano. "¿Cuánto tengo que esperar, caballero?", pregunta con tono respetuoso. La prueba de drogas le ha absuelto, pero tendrá que quedarse un rato más. El guardia civil ha decidido someterlo a un test de alcoholemia que sí da positivo: 0,38. "Sólo me he tomado dos cañas y un vino. Y no he cenado", se justifica. Le han pescado por hablar demasiado: su aliento huele a alcohol.

A las 6.30, la intensidad de la operación va languideciendo. Las pruebas de drogas han deparado 85 negativos y cuatro positivos por cannabis y éxtasis, aunque todos han superado con éxito la visita a la ambulancia. El peor parado de la noche ha sido un joven que iba al volante de un Chevrolet y que se ha negado a pasar el examen. El guardia le ha avisado de que le costaría dos meses sin carné, 600 euros de multa y seis puntos. "Da igual, no quiero", responde con parsimonia, como quien rechaza tomar postre después del menú.

Los controles de drogas, que ya se realizan desde 2005 en Cataluña se trasladarán en las próximas semanas a otras provincias españolas. Los inconvenientes de las pruebas son tan evidentes que hasta los guardias civiles no lo ven del todo claro: "Por mucho que el test dé positivo, no sirve como prueba. Y si no tenemos un médico en cada control, no hay nada que hacer", dice un agente por lo bajini. La DGT recuerda que en el 10% de los fallecidos en accidente se encuentran restos de estupefacientes. Y defiende que estas operaciones surtirán efecto, porque disuadirán a quienes se atreven a coger el coche drogados.

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