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Reportaje:25 años del 28-0

Voto masivo contra el golpismo

El fantasma de una asonada acompañó la campaña electoral

Dos años después de aprobada la Constitución, apenas la mitad de los españoles prefería la democracia a cualquier otra forma de gobierno y el resto dudaba o le daba igual, cuando no apoyaba la vuelta a la dictadura. Estos datos, procedentes del sociólogo José Juan Toharia y su equipo del Instituto Metroscopia, refrescan la memoria sobre la fragilidad de una democracia todavía fuera de las instituciones europeas, atacada por ETA (37 asesinatos solo en 1982) y con un fantasma golpista que no dejó de acompañar la campaña electoral de octubre del 82.

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Veintiocho días antes de la votación, el coronel Luis Muñoz Gutiérrez visitó al teniente general Jaime Milans del Bosch en el acuartelamiento madrileño donde éste se encontraba, encerrado por la intentona del 23-F. Temerosos de posibles micrófonos ocultos, ambos militares se enfrascaron en una amistosa charla sobre temas intrascendentes. Milans se limitaba a contestar con monosílabos y frases cortas mientras dedicaba su atención a unos papeles que el coronel Muñoz había extraído de una cartera de mano.

Terminada la visita, el coronel introdujo la cartera en el maletero de su coche y marchó a una cena a la que asistía el dirigente ultraderechista Blas Piñar. Espías de los servicios secretos (CESID, antecedente del actual CNI), que le seguían los pasos, abrieron el coche del coronel, sacaron la cartera y fotografiaron los papeles. Los agentes pudieron colocarlos de nuevo en el coche del coronel, antes de que terminara la cena de los ultraderechistas.

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Los documentos fueron llevados a especialistas en involución del CESID, que los valoraron como un "plan de estado mayor" para el golpe. Se describían los pasos a dar en una operación "algo cruenta" -frase del documento clave- y fijaba la intentona para el 27 de octubre, el día de reflexión previo a las votaciones, porque "posiblemente se encuentren en sus domicilios habituales (los líderes políticos). Los mandos militares, lógicamente, también". Se preveían 82 comandos "de obediencia ciega", una mixtura de militares y civiles para practicar arrestos y/o "anulaciones". Detallaban lugares de concentración de detenidos, de fuego artillero sobre los palacios de La Zarzuela, La Moncloa y los centros de mando militar "en caso necesario"; la declaración del estado de guerra en la I Región Militar y la operación Marte para el resto de España. Todo a las órdenes del general en jefe del golpe, de cuya identidad solo había sospechas.

Alertados por Emilio Alonso Manglano, director del CESID, se celebró una reunión de madrugada en La Moncloa a la que asistió el ministro de Defensa, Alberto Oliart, entre otras personas. El presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, que semanas más tarde iba a perder el poder en las urnas, aprobó el arresto de los planificadores de la intentona. Además, un helicóptero se posó en el acuartelamiento donde estaba Milans del Bosch para llevarle fulminantemente a otro lugar de detención. Los registros de las casas del coronel Luis Muñoz y del teniente coronel José Enrique Crespo Cuspinera permitieron conseguir "legalmente" los documentos del proyecto de golpe, convirtiéndolos en prueba de cargo para llevar a juicio a ambos militares y al también coronel Jesús Crespo Cuspinera, que fueron condenados a doce años cada uno. El fotografiado de los papeles por los espías del CESID jamás habría sido aceptado como prueba judicial, por revelador que fuera respecto a las intenciones de los golpistas. Fracasó la tesis defensiva de los detenidos, que presentaron el plan poco menos que como un divertimento de profesores de Estado Mayor, mientras otros militares negaban la viabilidad del proyecto. Los complicados eran más, pero el Gobierno centrista optó por los servicios mínimos en materia de arrestos.

Pese a la débil posición de Calvo Sotelo, sus militares de confianza y su capacidad de decidir protegieron una campaña electoral relativamente tranquila. Aún así, ocho días antes de la votación, Felipe González estaba en un hotel de Bilbao rodeado por Txiki Benegas y otros militantes socialistas, inquietos porque les habían llegado rumores de movimientos de tropas en Madrid. Tras unas horas de nerviosismo, el entonces director de la Seguridad del Estado, Francisco Laína, aseguró que la alarma era infundada.

Detrás de los entusiasmos mitineros latía el miedo a que la izquierda, perdedora de la guerra civil, alcanzara el poder. Por eso el voto masivo del 28-O sirvió también para conjurar el peligro de una asonada, presente en toda la Transición. Como nuevo presidente del Gobierno, uno de los primeros gestos de Felipe González consistió en compartir un acto religioso con los mandos de la División Acorazada Brunete. Hecho simbólico, en la línea de los que se habían hecho para convencer a los militares de que "los golpistas eran una insignificante minoría; de que no podían ponerse en contra del pueblo", en palabras de Oliart.

Felipe González, en un acto religioso de la División Acorazada Brunete, junto a altos jefes militares y varios colaboradores en diciembre de 1982. A la izquierda de la imagen se observa al entonces ministro de Defensa, Narcís Serra.
Felipe González, en un acto religioso de la División Acorazada Brunete, junto a altos jefes militares y varios colaboradores en diciembre de 1982. A la izquierda de la imagen se observa al entonces ministro de Defensa, Narcís Serra.MARISA FLÓREZ
Celebración popular de la victoria del PSOE frente al hotel Palace, en Madrid, donde estaba Felipe González.
Celebración popular de la victoria del PSOE frente al hotel Palace, en Madrid, donde estaba Felipe González.CHEMA CONESA

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