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Crítica:Feria de Bilbao
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fin de fiesta

Todo final de fiesta tiene un deje melancólico, la pretensión imposible de prolongar la alegría, de parar el tiempo. Pero antes del paseíllo sonó el himno del Athletic, que jugaba a las siete, y las palmas acompañaron el comienzo de otra fiesta de esperanzas tan inciertas como intactas.

Cebada lleva una temporada de caras y cruces. Más cruces. La casta que ganó con Minero el premio del Cocherito al mejor toro de las pasadas corridas generales ha lidiado buenos toros sueltos, pero las corridas no han vibrado con la raza esperada de su encaste. Ayer hubo casta y peligro y en alguno salió la bravura. El público dividió su opinión y se aplaudió la casta. Suponemos.

Hasta que el Cid rompió a llorar anteayer, Padilla era el virtual triunfador de la feria. Vocero, el 1º, hondo, corniabierto, algo acarnerado, con badana, fino y corto de manos, se dolió en los pares que el jerezano dejó con soltura. Trabajosamente, con el garboso desgarbo que patenta, sorteó Padilla los gañafones, sustos y tornillazos con los que lo buscaba el cebada. Y no era fácil. El 4º era un cárdeno claro bocinegro -decía el programa- que parecía ensabanao. O albahío. Con morrillo y poder, y en septiembre cinqueño. Levantó expectación y Juan José lo quitó con unas chicuelinas rumbosas, muñequeadas, y con media de viento del sur que el respetable silenció, instaurada ya entonces la melancolía de fin de fiesta. Le comió el terreno en banderillas -de poder a poder, el poder era del toro, que lo llegó a tocar- y hubo de optar por la distancia corta. Luego, al doblarse, no podía evitarle la mirada. Ambos se miraban. Y se perseguían y se acompañaban con una muleta en medio.

Cebada / Padilla, Chaves, Cruz

Toros de Herederos de José Cebada Gago, bien presentados, encastados y peligrosos en general. Cumplieron en varas y mostró cosas de bravo el 5º. El 6º bis, sobrero de Mª Loreto Charro, soso y con resabios. Juan José Padilla: Pinchazo y caída (silencio); Pinchazo y caída (silencio). Domingo López Chaves: Pinchazo, media, bajonazo y 3 descabellos -2 avisos- (silencio); desprendida (saludos y petición). Fernando Cruz: Pinchazo y buena estocada (saludos); estocada y descabello (aplausos). Plaza de Vista Alegre, 26 de agosto. 9ª Corridas Generales. Casi lleno.

Chaves, que venía de cortar tres orejas en Peñaranda antes de salir nadando en tarde de charros y chorros, tuvo el mejor lote; que no fácil. El 2º, un castaño bien picado, se movía en banderillas y brincó a por su muleta ganoso, como bravo. Ya le estaba metiendo naturales Chaves y repetía saltando, como relámpago. Encelarlo y bajarle era premisa indiscutible -y tal vez imposible- para torearlo. Aprendió, voraz y fiero, como el rayo, y el charro evitó la puñalada. Hasta en los descabellos, con el estoque dentro, daba zarpazos. El 5º, que empujó en varas, parecía tomar con más clase la muleta. Al menos embestía. Chaves trató de fijarlo y le hizo pasar, le dio alas a su bravura, pero al mandarlo, había un ten con ten sobre quién marcaba el viaje; si el torero o el toro. Tras la estocada, decidida y algo desprendida, como la faena, se le pidió, sin éxito, una oreja.

Cruz torea en el norte. Un chamberilero, requerido en Francia, cuyo toreo, por razones de peso, de ganado, se solicita más en las ferias de arriba. Genuino representante del toreo madrileño de siempre, serio, hondo, artístico, de valor sin alharacas, de elegancia profunda, el acero le oxidó en Illumbe la llave de los triunfos. Y en esa línea enjaretó al 3º una verónica y una media airosas como verbenas. Acudía con prisa el toro a los engaños y lo miraba con la cabeza alta. Cruz lo tomó a media altura y fue bajando con buen compás, la muleta adelante y el brazo presto a mandar y a esquivar resabios. Una emoción antigua bajó a la plaza. Parecían los años veinte. Más o menos.

Sombrerero, último de la feria, un sobrero castaño, iba a cumplir 6 años. Su nombre estaba escrito en los programas desde el primer día. Y al final salió. Cuando despertó del peto, nos tocó la nostalgia al escuchar por última vez la misteriosa música de dulzainas, que aparecía, no se sabe de dónde, en banderillas. Después, los doblones toreados, el de pecho acariciado, el remate bajo y denso. "Mira la muleta". En el silencio, Cruz dio los mejores muletazos de la tarde sobre la montera que nos brindaba el último toro de la Aste Nagusia. Y el más viejo.

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