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Reportaje:CONSAGRADOS Y NOVATOS

La ópera no es el fin del mundo

Teresa Berganza y Cecilia Lavilla buscan la música fuera de los grandes escenarios

Las carreras de Teresa Berganza y su hija Cecilia Lavilla se encuentran lejos de los escenarios de ópera, en el terreno más pacífico del recital y la música de cámara, donde la mítica mezzo recala desde hace 12 años y la novel soprano ligera trabaja y madura desde hace algo más de diez. Sin renunciar a la lírica ni a los grandes teatros, pero sin que esa ambición le quite el sueño.

"Uno de los problemas es que queremos ser divos, queremos ser grandes figuras del teatro y no queremos hacer música. Yo quiero hacer música donde sea, para que llegue al público. Si por alguna razón no encajas en los cánones que hay ahora en el mundo de la ópera, no hay motivo para desesperarse", dice Cecilia, a sus 41 años.

"Yo ya soy mayor, tengo 72 años y quiero ser feliz, quiero hacer la música feliz. Desde que me liberé de la ópera -mi última función debió de ser en 1995- estoy muchísimo más tranquila, porque hago la música que quiero y ensayo cuando quiero. Bueno, cuando me dejan los teatros", asegura Teresa. "Hace poco, en el Teatro Real, la orquesta ensayó mucho sus solos y muy poco mis canciones. En el concierto tocaron como les dio la gana. Y eso se hace una vez, pero la segunda, no. Por eso, tampoco cojo ya los conciertos con orquesta. Yo quiero mi piano, mi guitarra, mi grupo barroco...".

Berganza enmarca lo excepcional -el que su camino de vuelta y el de ida de su hija se crucen en un punto excéntrico a lo que se supone que es el centro neurálgico del canto- en la situación actual de la ópera, que describe con escaso optimismo: "En mi opinión, para que la ópera, el canto en sí, vuelva a estar al nivel que estuvo en los años cincuenta o sesenta, con Pilar Lorengar, Victoria de los Ángeles, Callas, Tebaldi, Birgit Nilsson, van a tener que pasar entre 90 y 100 años". La más rossiniana de nuestras cantantes tiende a situar la raíz de esta crisis en un hecho objetivo: los teatros son más grandes, las orquestas son más grandes y están afinadas casi medio tono más alto. "Una voz pequeña es más difícil de encajar", tercia Lavilla, que cultiva en su repertorio el barroco, Mozart, el lied romántico.

"Hay muchos gritones", puntualiza Berganza sin rodeos: "Se canta mucho con voces que no son naturales", y engola la suya para ilustrar el efecto penoso de lo que dice. "Y luego el barítono quiere ser tenor, el tenor quiere ser barítono... Hay mucha gente que no está en su sitio en el repertorio, y esto es porque el trabajo del cantante lo juzgan demasiados ignorantes. Los críticos y los directores de teatro oyen discos, no saben música, no han estudiado. Ven DVD, por ahí juzgan, y no es eso. Tampoco quiero decir que tengan que haber estudiado ocho años de piano y cinco de canto, pero una base musical hay que tenerla". Hay más ignorancia, porque, según Berganza, "hay muchos maestros de canto que no lo son. Todo el mundo da hoy clases de canto".

"Eso es verdad, pero también hay muchos cantantes que no quieren maestros, que si el segundo día no les hacen cantar un aria de La Bohème se van, no quieren hacer ejercicios", tercia Lavilla. "Hay mucha gente que quiere llegar muy deprisa a las cosas y no aguanta ese entrenamiento, aunque haya maestros que lo den bien. Es esencial tener paciencia para ver cómo evoluciona una voz".

Berganza, hasta hace poco responsable de la cátedra Alfredo Kraus en la Escuela de Canto Reina Sofía, aborda las prisas de los jóvenes desde otro ángulo. "Los cantantes, en este momento en España, cuando empiezan una carrera, lo único que piensan es en comprar pisos y alquilarlos, por si un día se les acaba la voz. Y eso lo dicen a los 45 años, cuando el cantante, como todo, como el médico, necesita muchos años de estudio para madurar".

"Los cantantes antes eran más cultos. Un cantante tiene que leer poemas, tiene que saber cómo era la pintura en el siglo XVIII... y tantas cosas. No es sólo el gorgorito. Yo, cuando canto La Tarántula y se vuelven locos, me da rabia, porque no me cuesta nada y, sin embargo, con lo que me ha costado cantar un lied de Brahms, no me han aplaudido igual. Las cosas sencillitas y los agudos es lo que llega al público", lamenta la gran mezzo.

Y todavía guarda invectivas para los directores de orquesta. "Tengo que decir claramente que no creo que hoy haya muchos que sepan lo que es una voz. Les da lo mismo si el cantante se destroza o canta forzado, mientras que antes había que ver cómo cuidaban las voces los Kemplerer, Böhm, Karajan, Abbado, Solti".

Una consecuencia grave de esa falta de atención es que "se ha llegado a un punto en el que da igual si el cantante canta 'maría' o 'merie', cuando antes los maestros repetidores no pasaban ni un fallo en la pronunciación de una doble consonante italiana".

"Menos mal que estoy acabando, porque si no esto sería una crisis. Y para los jóvenes es una crisis", concluye Teresa Berganza. Cecilia Lavilla mantiene todas sus esperanzas de seguir progresando. "Yo creo que sí, que se puede. A poquitos", dice.

La soprano ligera Cecilia Lavilla, con su madre, la <i>mezzosoprano</i> Teresa Berganza (derecha).
La soprano ligera Cecilia Lavilla, con su madre, la mezzosoprano Teresa Berganza (derecha).ULY MARTÍN

Teresa Berganza

Nació en Madrid en 1935, concluyó canto y piano en el conservatorio en 1954 y, en 1957, hizo su debut internacional en el Festival de Aix-en-Provence como Dorabella, en Cosí fan tutte de Mozart. El éxito fue inmediato, y todos los grandes teatros del mundo la recibieron como a una gran estrella. "Estoy muy orgullosa de lo que he hecho, pero no sabría destacar una cosa concreta, salvo la pasión y la entrega que he puesto en la música. Los recuerdos son tan variopintos que no me vienen a la cabeza".

Cecilia Lavilla

Cecilia Lavilla nació en Madrid en 1966, y es hija de Teresa Berganza y del pianista Félix Lavilla. Hizo teatro y danza antes de comenzar a estudiar canto, con Isabel Penagos, a mediados de los noventa. Desde hace una década actúa como profesional en recitales y conciertos de cámara. Su meta es "poder seguir haciendo música y hacerla lo mejor posible, porque el simple hecho de hacer música y poder vivir de ello ya es un privilegio. La meta es ir sacando adelante el trabajo de cada día".

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