_
_
_
_
_
Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

En lo más crudo del invierno

Marcos Ordóñez

SÓLO DOS montajes este año en el anfiteatro de Montjuïc: Cuento de invierno, en versión catalana de Salvador Oliva, dirigido por Ferran Madico y, cerrando, la Fedra de José Carlos Plaza en versión de Mayorga. El resto, mayormente, música y danza. No parece decisión de Ricardo Szwarcer, nuevo responsable del festival, porque en la anterior edición se repitió la escuálida cifra (Peer Gynt, de Bieito, y Nausica de Bonnin), aunque tampoco ha hecho nada para elevar la cuota. Estoy por decir que no seré yo quien se oponga. El teatro en el Grec es una reválida demasiado dura, casi una prueba de ácido, que sólo pasan con nota actores y directores muy avezados. El público acude (y llena) porque es una cita tradicional, las entradas suelen estar vendidas con antelación y el sitio es muy bonito, sobre todo visto desde las gradas. En el pétreo escenario las cosas son muy distintas. La energía se esfuma por los laterales, los cómicos han de pegar unas zancadas que ni Abebe Bikila, proyectar la voz a cincuenta metros, combatir con grillos, bocinazos y mirlos desvelados, con la humedad asfixiante y resbaladiza, el frío inverosímil o la lluvia repentina. Un currazo de aúpa, ensayos de tarde y/o noche para evitar insolaciones, y riesgos de afonía y torceduras de tobillo para cuatro tristes días, pues muy rara vez -otra de las maldiciones del lugar- las obras se repescan en temporada. Hará ocho años, Ferran Madico presentó allí uno de sus mejores montajes de Shakespeare, Mucho ruido para nada, y allí se quedó. Cuento de invierno tiene asegurada una pequeña gira y una "reprise", el próximo octubre, en el Centro de Artes Escénicas de Reus, que comanda el propio director, y cabe esperar que el rodaje y los espacios cerrados lo mejoren, porque hoy por hoy podría sentar las bases de lo que no hay que hacer cuando te encargan una función para el Grec. Primera Regla Obvia: no es aconsejable concebir, como ha hecho Montse Garre, una escenografía "íntima", con silloncitos y lamparitas. Subcláusula A: tampoco es buena cosa que dicho espacio recuerde peligrosamente al hall de un hotel modernete y/o centro de convenciones. Subcláusula B: tendrás un grave problema con lo del hall cuando intentes pasar de la corte de Sicilia a la arcadia campestre de Bohemia en la segunda parte. La solución elegida tampoco es la monda: un ventilador esparce sobre el mobiliario lo que parecen ser pastoriles manojos de lana, como si los reyes se hubieran enzarzado en una lucha de almohadas. Segunda Regla Obvia (Departamento de Odiosas Comparaciones): no basta con vestir a los cortesanos en plan Cheek By Jowl (Mercé Paloma firma la mímesis); también hay que saber moverlos, interrelacionar sus energías. Ni conviene, ya puestos, endilgarle a la embarazada Hermione (Cristina Plazas) un traje de lamé ajustadito. Tercera Regla Obvia: necesitas, más que nunca, actores que sepan vocalizar y proyectar la voz. Descubrimos que el niño Pol Vergés es el príncipe Mamilius porque todos le acarician mucho, no porque se le entienda un grijo. Y cuando hace doblete encarnando a Cronos, rezas para que el pobriño no se asfixie. En cuanto a Aida Folch, estaba muy mona como la tuberculosa rolliza de El embrujo de Shanghai, pero para interpretar a Perdita requiere urgentes clases de dicción y movimiento. No todos los palos van a ser para los inexpertos púberes, porque a la entrenadísima Cristina Plazas no se la oyó hasta su monólogo del juicio, donde la emoción alternaba con el desgañitamiento. Òscar Rabadán (Polixenes) optó por el atajo: se desgañitó desde el principio. Curiosamente, los berridos de Plazas y Rabadán se esfumaron en el último acto -la preciosa escena de la resurrección- como si se dejaran mecer por las aguas de la ensoñación y el suave humor de sus personajes respectivos, atemperado su dolor por el paso del tiempo. Vayamos ahora, para quedarnos con buen sabor de boca, con los vencedores de la Prueba del Ácido. O sea, con los intérpretes que se salvaron del naufragio y nos salvaron la noche. Por orden de aparición en escena: Pere Arquillué como Leontes, el Otelo con Yago incorporado, explosiva mezcla. Arquillué no falla nunca: claro, intenso, poderoso, con una instantánea autoridad escénica. Y se hace escuchar maravillosamente: una voz profunda, capaz de modular cualquier sentimiento. No necesita gritar para imponerse ni para que le entiendan, porque "se le entiende todo". Gran opción de reparto y fenomenal dirección de Madico. Premio al Mejor Actor de Reparto para Francesc Lucchetti como Camilo, sobrio y con fuerza como consejero à la Kent en la primera parte y con una zumba muy británica en la segunda, cuando se disfraza de gentleman farmer. Lucchetti cada vez está mejor; da gusto verle. Y para gustazo, el de ver y escuchar a Rosa Renom arrasando en el rol de Paulina. Hacía tiempo que yo no aplaudía un mutis, y lo hice por partida doble, porque también entró a matar: cuando le canta la caña a Leontes. ¡Eso es atacar una escena, eso es echarle carne y sangre a un personaje! Deberían pasar esa interpretación en las escuelas, para ejemplo de todos los que se quejan cuando les reparten un papel pequeño. En la segunda parte, marcada por el desbarajuste y con un vestuario (modelo "ahora llega la risa") que avergonzaría al mismísimo Torrente, destaca un aplomado Florizel (Albert Ausellé, nuevo en esta plaza) y brillan los momentos cómicos protagonizados por Oriol Grau y Pedro Casablanc. Grau encarna al joven pastor (sin nombre en el texto: Shakespeare le llama, directamente, "clown") que se convertirá en el hermanastro de Perdita: un bobo delicioso, interpretado con un gran sentido de la comedia y muy buena dicción, y bien secundado por su dignísimo padre (Juli Mira). Casablanc es Autólico, bufón pícaro, vagabundo y timador. Sorprende que un actor de carrera madrileña hable un catalán tan suelto y con tan buen acento, pero no es ninguna sorpresa su multiplicidad de recursos y su modo de dominar el espacio. Bravo por ellos y por su coraje.

A propósito del Cuento de invierno, en la versión catalana de Salvador Oliva, dirigido por Ferran Madico en el Grec

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_