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OPINIÓN
Columna
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Vindicación de la camiseta

Todo me cuesta. Levantarme de la cama, atarme los cordones de los zapatos, llegar a la puerta, existir. Cualquier cosa que me haga la vida más fácil se me antoja un regalo de los dioses. El mando inalámbrico de la Playstation, los pantalones con goma elástica, las pastillas para dormir. Me agoto por cualquier cosa y el ahorro de energía es fundamental para la supervivencia. Debe de haber mucha gente como yo, porque me da la sensación de no ser el único, sospecho que todo parece encaminarse hacia ese mercado, reducir como sea el agotamiento que produce la fricción erosionante de la vida. Por eso tengo que reconocer que, sobre el horizonte de avances y progresos que la tecnología ha proporcionado al hombre, hay uno que destaca como la torre de una Iglesia: la camiseta. La camiseta de algodón en forma de T, de mangas cortas y cuello amplio, es el soporte cultural sobre el cual la sociedad occidental ha construido el Estado de bienestar. Te pones una camiseta y ya está, estás vestido, puedes salir a la calle. Qué fácil, qué rápido. Deberíamos pararnos a pensar el tiempo que perdíamos atando los malditos botones de las camisas, y cómo hemos invertido ese esfuerzo en mejorar nuestra calidad de vida. Eliminar el cuello, esa aberrante y absurda prolongación de tela almidonada sin sentido, es uno de los pasos más importantes que ha dado la humanidad, no lejos de los que dio Armstrong en la Luna. Qué banal resulta lo grandioso cuando uno se ha acostumbrado a ello. Por ello creo que es justo colocar la camiseta en el lugar que le corresponde, junto con la rueda, la electricidad, el teléfono y el café con leche. Además, la camiseta puede llevar dibujos, o frases ingeniosas, ayudarte a mejorar tu autoestima y relacionarte con los demás. Puedes ser gracioso sin necesidad de hacerlo verbalmente, con lo que se evita la angustia del rechazo. Uno puede llevar una camiseta ocurrente, tipo "soy el amigo del guapo" o "cuántas cervezas me he tomado hoy" y mantener el rostro impávido, con un rictus de seriedad inquebrantable, sin pretender resultar amistoso, porque tu camiseta te ahorra el esfuerzo. Ella trabaja por ti. Adoro las camisetas con dibujos porque, sobre todo en verano, nos igualan, nos unifican, nos hacen personas. En verano, quizá por lo del calor, somos transigentes, y la vida se hace más fácil, a no ser que seas guardabosques. Por ello, la camiseta se convierte en el uniforme de la gente sin pretensiones. Es como decir a los demás: soy normal. Algunos confunden lo humano con lo vulgar. Yo, no. Sufro, me agoto, sudo, me aburro como vosotros. Por eso llevo camiseta. Soy uno de los vuestros.

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