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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Del 47

Etiquetar a los escritores por generaciones está mal visto si se hace en serio, pero no si se hace en broma. Quizá por eso, el todopoderoso Grup 62 organizó, con la colaboración del Ayuntamiento y de la Institució de les Lletres, una fiesta de aniversario de una serie de autores nacidos en 1947. El lugar elegido para el evento, el Museo Frederic Marés, podía ser interpretado como broma macabra, ya que Marés se dio a conocer, entre otras cosas, como notable retratista y escultor de panteones funerarios. Algunos miembros de esta recién constituida generación del 47 pertenecieron, en otros tiempos, a la generación del 70, lo cual confirma que se pueden abrazar dos generaciones a la vez y no estar loco. El lugar, finalmente, resultó ser el apropiado: respetable monumentalidad, un patio con una fuente central rodeada de agua turbia y peces supervivientes, una temperatura ideal para la práctica del brindis y del canapé, manteles amarillos, camareros impecablemente uniformados y el deseo colectivo de escenificar un reencuentro más mercadotécnico que simbólico.

Algunos miembros de la generación del 47 pertenecieron, en otros tiempos, a la del 70

En el momento de hacerse la foto de familia, los escritores convocados siguieron disciplinadamente las instrucciones de los fotógrafos. Por los altavoces sonaba un famoso chachachá: "Vacilón, que rico vacilón, chachachá, al rico chachachá", creo que interpretado por la Vieja Troba Cubana. Antes de romper filas, Jordi Sierra exclamó: "D'aquí a seixanta anys, tornem!". Puede que fuera una casualidad o la consecuencia de una transversal buena educación, pero ese ambiente informal presidió una fiesta privada diseñada, me pareció, para ser amplificada por los medios de comunicación. Algunas caras y sonrisas conocidas: Biel Mesquida, Jaume Cabré, Maria del Mar Bonet, Jordi Coca, Jordi Sierra Santi Vilanova, Lluís Busquets, Xavier Barral, Alex Broch, Jordi Jané, Valentín Gómez, Agustí Pons. Géneros revueltos, trayectorias complementarias o antagónicas y, en general, buen rollo (Josep Piera se quedó atrapado en el tren, a la altura de Horta de Sant Joan, por un incendio, pero vivió la situación más literaria de la noche, ya que ese podría ser un buen argumento: un escritor debe asistir a un reencuentro generacional, pero se ve atrapado en tierras mironianas por un incendio, lo cual le permite reflexionar sobre las peculiares limitaciones y el destino autodestructivo del paisaje y de la lengua en unos términos combativos, generacionales y transgresores. Ríete tú del "Oferiu flors als rebels que fracassaren").

Demasiado jóvenes para ser viejos y demasiado viejos para ser jóvenes, los homenajeados confraternizaron con los periodistas, desengrasaron viejas anécdotas, no dieron rienda suelta a sus respectivas cicatrices estético-ideológicas y fueron reponiendo fuerzas con un catering voluntarioso pero con algunas lagunas (vino y cerveza). Por su aspecto, saludable y veraniego, podrían haber desbancado, en energía, a los mismísimos viejos trobadores cubanos. De las formalidades se encargaron, como era previsible, los organizadores. Primero hubo un parlamento de Jordi Martí, regidor de Cultura, despachado con algunos bienintencionados tópicos del blablablá oficialista ("eix vertebrador", "element dinamitzador"), luego unas palabras de Oriol Izquierdo, auténtico anfitrión (mientras hablaba, sonaron unos lejanos aplausos a un músico callejero e, inmediatamente, una de las muchas campanas de la zona abrió la veda del mosquito cabrón) y, finalmente, una intervención bicefálica de Fèlix Riera y Xavier Mallafré, culminada con un brindis algo ridículo subrayado con un grandilocuente soporte operístico, preludio a unos números de magia literaria.

¿Qué tienen en común todos estos escritores? Una lengua, el catalán, y haber nacido, casualmente, el mismo año. No fue un año cualquiera. Agustí Pons me contó que lo más relevante e influyente de aquel año fue la muerte de Manolete, que incluyó elementos tan poco fundacionales como una agonía terrible, unas transfusiones negligentes de sangre y la sospecha de que, en las horas previas a la cogida, el torero de mirada triste estuviera cometiendo un alegre y desenfrenado adulterio. Las características de algunos de los reunidos, sin embargo, pasan por una biografía marcada por unos tiempos muy ideologizados, tanto en el entusiasmo militante como en su simétrica decepción (más o menos evolucionada en función de los nombres) y por una voluntad, necesaria en todas las literaturas, de experimentación. Es una corriente transversal que cada uno adapta a su manera y que algunos han conseguido convertir en literatura. Fue, en definitiva, un cóctel artificial con una excusa argumental de fondo que permite arañar un espacio a los medios de comunicación y llamar la atención sobre la existencia de unos determinados autores (poetas, ensayistas, cuentistas, novelistas). Me fui antes de terminar porque hay ocasiones en las que uno no encuentra ni las fuerzas ni las palabras adecuadas para decir adiós.

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