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Columna
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Aceras, banderas y peteneras

Tras su arrollador triunfo en las elecciones municipales de Bilbao, el reelegido alcalde de la capital vizcaina, Iñaki Azkuna, comentaba en una entrevista algunas claves de su éxito, comparándolo con el batacazo que su propio partido -el PNV- se había dado en Gipuzkoa: "A la gente le preocupan más las aceras que las banderas" sentenciaba el regidor bilbaíno, con su habitual campechanía. Y es que, efectivamente, el personal se interesa también de vez en cuando por cosas que para algunos son intrascendentes, como el transporte público, la vivienda, o la salud. Cuando esto sucede, los himnos, las banderas y las apelaciones al patriotismo o al derecho a decidir, difícilmente sirven para contener las ganas de la gente de mejorar su existencia cotidiana. Menos aún, claro está, cuando algunos de quienes gustan de hacer esas apelaciones resulta que luego se van, al parecer, con su familia de rebajas a Irún.

Hace poco más de un año, haciéndome eco del malestar expresado por diversos colectivos de trabajadores, asociaciones profesionales, y organizaciones de usuarios, escribí en esta misma columna sobre el peligroso deterioro de algunos servicios públicos en el País Vasco. Hoy, bastante tiempo después, nos encontramos con que algo que entonces comenzaba a preocupar -la situación de Osakidetza- es ya un problema de cierta magnitud. Los pacientes se quejan del estado de algunas instalaciones y de las dificultades para ser atendidos con el tiempo y los medios necesarios. Los profesionales, por su parte, denuncian la falta de personal y la merma habida en las inversiones durante los últimos años. En algunos centros hospitalarios la situación llega a ser problemática durante los fines de semana, con pacientes esperando durante horas a ser incorporados de su lecho por falta de celadores, o aguardando pacientemente la llegada de médicos o enfermeras, que no dan abasto para atender en condiciones los requerimientos de la gente. Lo cierto es que no hay día que, por unas u otras razones, Osakidetza no esté en las páginas de los periódicos.

El Sistema Vasco de Salud, en otro tiempo buque insignia del modelo de bienestar surgido en Euskadi tras la recuperación del autogobierno, parece haber entrado en crisis. Lo dicen los sindicatos, las asociaciones profesionales, y un cada vez mayor número de usuarios. Las necesidades y demandas de la sociedad han ido en aumento, mientras las inversiones se han estancado. En esas condiciones, resulta absurdo mirar para otro lado y querer vivir de las rentas, pues el prestigio ganado en otro tiempo está siendo dilapidado a marchas forzadas. La arrogancia demostrada por algunos responsables políticos en el tratamiento de esta cuestión sólo cabe entenderse por la lejanía que les separa de la mayor parte de los mortales, enfrascados como están en la burbuja del derecho a decidir.

Resulta extraña en cualquier caso la manera en que la mayoría de los partidos parece haberse contagiado de una dinámica política en la que cuestiones tan básicas como las mencionadas apenas merecen la atención de los parlamentarios, ni la reprobación hacia los responsables de ciertos desaguisados. Euskadi es un país en el que el funcionamiento de algunos servicios públicos no está a la altura de la capacidad recaudatoria existente -pese al intento de algunos patriotas por disminuirla- y de los medios económicos disponibles. Es el caso no sólo de Osakidetza, sino también, por ejemplo, el del transporte público interurbano, sumido en un auténtico caos de empresas y fronteras provinciales que resulta inconcebible en un territorio tan pequeño, lo que está provocando una situación límite en nuestras carreteras.

En otros países, lo que está sucediendo con el Servicio Vasco de Salud habría merecido, con toda seguridad, un serio debate en el parlamento. Sin embargo, parece que, aquí, éste y otros temas de naturaleza semejante no forman parte de la agenda política, ni del gobierno, ni de la oposición. Da más bien la impresión de que, ante algunos de los temas que más preocupan a la ciudadanía, tanto unos como otros acaban siempre saliendo por peteneras.

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