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Fútbol | Sevilla-Getafe, final de la Copa del Rey
Columna
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Dos fiebres distintas

En sólo cuatro días me ha tocado ver en directo dos tipos distintos de fiebre futbolística. El domingo, en el Bernabéu, encontré un Madrid excitado, bullicioso; pura adrenalina y ganas. El estadio era un volcán en erupción cuya lava se llevó a un buen Sevilla por delante. Parecía atrapado por un embrujo que le hacía creer en sus posibilidades, que le empujaba hacia la victoria sin estar sobrado de juego. Si durante un buen rato fueron inferiores a su adversario, al final se llevaron el partido por empuje, ilusión, calor, y... la esencia de Guti.

Este Madrid creía en sus posibilidades más allá de una historia reciente plagada de dudas. Es curioso. Pero el equipo blanco, acostumbrado por su historia al buen fútbol, se ha ido afirmando a través de la mediocridad. A fuerza de jugar mal y verse peleando por el título, en la recta final, cuando se deciden las competiciones, el equipo está vivo. Con el corazón caliente y el optimismo rebosante, se muestra como un candidato sólido.

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El jueves, en Getafe, se presumía un partido de trámite. Pero, ante la sorpresa general, el Barça fue una caricatura que deambulaba en el campo sin ninguna convicción. No recuerdo una actuación semejante en un grupo que nos ha hecho disfrutar de un gran fútbol hasta hace muy poco tiempo. Daba la impresión de estar debilitado. Todo le costaba. Recuperar el balón era un sufrimiento. Atinar con dos pases seguidos, una epopeya. Acercarse a la portería de Luis, una proeza. Chutar a puerta, una quimera inalcanzable. Al terminar el primer tiempo, quedaba la duda de si se podía enmendar el partido. No hubo manera. Lo que se intentó no tuvo la fuerza del convencimiento. La fiebre siguió aumentando y, al final, el cuadro del enfermo era muy preocupante. No sólo se había perdido la eliminatoria. Con ella se iba el orgullo y, tal vez, parte importante de la autoestima que debe tener todo equipo que aspire a campeón.

Me cuesta explicar este momento del Barça porque he disfrutado mucho con su juego estos últimos años. No me cuadra una actuación tan decepcionante, tanto en el aspecto futbolístico como en el anímico. Ante este equipo tan alicaído se abren dudas sobre la resolución del título.

Enfrascado el Sevilla en dos finales que seguramente le restarán fuerzas para la Liga, quedan por resolver dos interrogantes capitales. Por un lado, si se prolonga este estado de euforia y asistiremos en Cibeles a la locura total de un Madrid jugando a lo Capello. Por el lado catalán, si Rijkaard es capaz de encontrar el remedio adecuado para que este equipo enfermo al que parece habérsele agotado la energía, la determinación y el juego pueda mantener la renta exigua que posee. Si no es así, y dada la fiebre alta del paciente, habrá que ir preparando el certificado de defunción de un ciclo que fue bonito mientras duró.

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