El poder de pensar y decidir

En Cartas sobre la educación estética del hombre, Friedrich Schiller describe la belleza como el lenguaje de la solidaridad humana. "Sólo ella hace a todo el mundo feliz. La cultura es la única armonía verdaderamente social, una quimérica sociedad alternativa dentro del presente, un reino nouménico de personas y fines que atraviesan de manera secreta el territorio fenomenológico de las cosas y las causas". Resulta gratificante todavía hoy encontrar en los tratados de Estética argumentos vinculados a la "sostenibilidad" moral de una sociedad civil que debería ser ideológicamente reconstituida desde abajo, en ningún caso legislada de manera arbitraria desde arriba. Así, la piedra de toque de la estética sería su habilidad para conferir al individuo el poder de pensar y decidir, y éste es uno de los aspectos más placenteros que encontramos en el conjunto de ensayos de Valeriano Bozal. Más que mostrar al lector las verdades absolutas del "arte contemporáneo", el historiador madrileño se pone, de forma encubierta, en el punto de vista del espectador, pues parte de que las "verdades" estéticas son algo decididamente subjetivo. Según Bozal, el arte nos propone modos de mirar e imágenes en las que podemos reconocer nuestra violencia y nuestra sexualidad, el sentido del juego, el drama, la condición fragmentaria de nuestra naturaleza -y del camino que nos lleva desde ella hacia la libertad-, las formas y las concepciones del trabajo, el placer del paisaje. Cézanne, Manet, Klee, Apollinaire, Léger, Giacometti, Juli González, Gutiérrez Solana o Leandre Cristòfol, entre una veintena de artistas, proporcionan a Bozal suficientes argumentos y paradigmas que tienen que ver tanto con algunos aspectos sociales -la crueldad, la guerra, la explotación, la alienación- como con los valores sublimes vinculados al poder transformador de la imaginación.

Si para el autor, la mirada

en obra de Manet es fragmentaria y frontal ("el tiempo es uno de sus rasgos esenciales") en Cézanne, la mirada es el lenguaje, "una forma de reconstruir el mundo representado/mirado". Toulouse-Lautrec, ese "impresionista de lo urbano", nos pone ante "la dificultad para pronunciarnos moral o sentimentalmente sobre la realidad representada". La revolución cubista analizada desde el célebre ensayo de Apollinaire, Los pintores cubistas es uno de los capítulos más implacables, aunque el ensayo dedicado a la obra de Kandinsky está más centrado en abundar en su misticismo que en el carácter visionario de su obra. De Paul Klee, Bozal propone una lectura "kafkiana" de su pintura, siguiendo la descripción del autor checo en Conversación con el suplicante: "Siempre siento el deseo de ver las cosas tal y como son antes de que yo las vea. Deben ser muy hermosas y tranquilas. Así deben ser, porque oigo a la gente hablar así de ellas".

Otros capítulos rastrean el

clasicismo "que duda de sí mismo" de Julio González, así como sus referentes políticos, con relación a las esculturas La Montserrat y Mujer ante el espejo; la renovación plástica de la Escuela de París, o el nacionalismo catalán como factor de modernización -Bozal sigue las tesis de Cacho Viu-, abren una generosa reflexión sobre algunas cuestiones actuales, a la vez que reivindican el absoluto cosmopolitismo de autores como Regoyos, Gutiérrez Solana ("nuestro Courbet"), Óscar Domínguez, Esteban Vicente, José Guerrero y Antoni Tàpies. El arte como realización ejemplar de la imaginación, pero también como la reconciliación ideal del individuo y la sociedad.