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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

No se adivina una nueva guerra fría

China y Rusia son los candidatos a poner un contrapeso a la influencia de EE UU

Demasiados analistas de la política exterior estadounidense, tanto en el Gobierno como en los medios de comunicación, siguen oteando el horizonte en busca del próximo rival de Estados Unidos en una guerra fría. Se niegan a comprender que las fuerzas que generan en la actualidad cambios en el orden internacional son totalmente distintas de lo que eran antes de 1990. Incluso China y Rusia, los dos principales sospechosos de ser los posibles contrapesos a la influencia mundial de Estados Unidos, representan unos retos esencialmente nuevos para los responsables políticos norteamericanos.

A medida que China extiende su influencia comercial internacional en beneficio de su economía, comparte cada vez más con Estados Unidos el interés por la estabilidad en el mundo. La competencia entre los dos países no es una repetición de la batalla a muerte entre Estados Unidos y la Unión Soviética por la influencia en el mundo. Cada uno de los dos necesita al otro para seguir creciendo y prosperando, para asegurar sus propios intereses.

Las transformaciones de China y Rusia suponen los cambios geopolíticos más importantes en el mundo posterior a la guerra fría
La estrategia china de asegurarse el acceso a las materias primas que alimentan su crecimiento económico ha cambiado su política exterior
El poder que tiene Rusia sigue aumentando porque no tiene que financiar el insostenible imperio de la URSS y no sufre el lastre de la ideología comunista

La estrategia china de asegurarse para largo tiempo el acceso a las materias primas que alimentan su crecimiento económico ha transformado su política exterior. A lo largo del último decenio se ha extendido entre sus gobernantes el consenso de que el crecimiento económico y la creación de riqueza son las únicas cosas que pueden garantizar a largo plazo la estabilidad interna de China y permitir que su clase dirigente escape al destino que sufrieron los partidos comunistas de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.

Hasta hace poco, Pekín sólo intervenía en el escenario internacional para proteger sus intereses en el Este asiático. Taiwan, la estabilidad de la península de Corea y las relaciones con su rival japonés eran los únicos asuntos lo bastante cercanos como para arrastrar a China al laberinto de la política internacional. Pero, a medida que las empresas chinas construyen nuevas relaciones comerciales en el antiguo espacio soviético, África, Latinoamérica y Estados Unidos, el Gobierno sabe que ya no puede permitirse el lujo de mantener su aislacionismo tradicional.

Como consecuencia, su economía es mucho más vulnerable a los riesgos políticos y económicos transnacionales. A diferencia de la Unión Soviética, China no tiene ningún interés en batallar con Estados Unidos por el dominio político e ideológico en el mundo, sino en construir un motor económico para el siglo XXI. La inestabilidad internacional es mala para el negocio. En otras palabras, China está convirtiéndose rápidamente en una potencia partidaria del statu quo.

A pesar del malestar que provoca en EE UU el hecho de que China posea un volumen cada vez mayor de deuda estadounidense, un empeoramiento brusco de la economía norteamericana perjudicaría gravemente a la economía china y podría provocar precisamente el enorme descontento social que el Gobierno chino está tratando de eludir. A su vez, un empeoramiento brusco de la economía china perjudicaría gravemente al creciente número de empresas estadounidenses que se juegan gran parte de su futuro en el acceso a los mercados chinos.

Los temores a que "cuando uno estornude, el otro se enfríe" se reavivaron el 27 de febrero, cuando una caída de nueve puntos en Shanghai pareció contribuir a que el índice industrial Dow Jones descendiera 416 puntos. Esa interpretación de causa y efecto estaba seguramente más basada en el miedo que en la realidad. Pero el miedo mueve los mercados, y la impresión actual es que los actores comerciales de ambos países se observan con más atención que nunca.

No estamos ante la destrucción mutuamente garantizada de nuestros padres. Es una destrucción económica mutuamente garantizada.

De hecho, la mayor amenaza común que afrontan los gobiernos de Estados Unidos y China es el peligro de malestar interno a gran escala en China. La globalización -los diversos procesos por los que las ideas, la información, los bienes y los servicios atraviesan las fronteras internacionales a una velocidad sin precedentes- permite tener la seguridad de que la amenaza no va a hacer sino crecer. El motivo es que las diferencias de riqueza, la volatilidad económica y los daños ambientales que causa, cada vez más, el crecimiento en China, obligarán a su Gobierno autoritario a dedicar cada vez más tiempo, energía y dinero a mantener el control exclusivo de la política china y a tapar la disidencia interna.

Internet, canal de protesta

Además, la tecnología de la comunicación, a la que ahora tienen acceso cientos de millones de consumidores chinos gracias a la globalización, les permite coordinar mejor sus expresiones de protesta. La dirección del Partido Comunista ha desarrollado unos modernísimos medios para restringir el uso de Internet. Pero a los 50.000 miembros de las fuerzas de seguridad que se dedican exclusivamente a vigilar el tráfico en la Red les va a ser cada vez más difícil controlar el flujo de ideas e información, ya que se calcula (datos de 2005) que, cada 24 horas, se conectan por primera vez a Internet 100.000 chinos.

En resumen, es muy probable que las autoridades de Estados Unidos, en los próximos años, no tengan que hacer frente al poder internacional de China, sino a su debilidad interna. La Unión Soviética nunca se encontró con amenazas como ésas, y sus problemas internos nunca tuvieron unos efectos negativos en cascada en la economía estadounidense.

El caso ruso

No parece que la globalización vaya a tener las mismas consecuencias desestabilizadoras para Rusia, un Estado que vende suficiente volumen de crudo y gas como para llenar las arcas, resistir la necesidad de entradas masivas de inversiones extranjeras y acallar cualquier demanda de cambio político a corto plazo. Pero tampoco parece que los retos que plantea el Kremlin de Vladímir Putin a las autoridades estadounidenses vayan a evolucionar hacia una nueva guerra fría.

Es cierto que Washington no puede permitirse ignorar la capacidad de Moscú de desbaratar la política exterior estadounidense. Rusia heredó el sillón soviético en varias mesas internacionales. Por ejemplo, el Kremlin puede seguir obstruyendo los intentos del Gobierno de Bush de aprovechar el Consejo de Seguridad de la ONU para obligar a Irán a que renuncie a sus ambiciones nucleares.

Seguramente también aparecerán obstrucciones de ese tipo en otros asuntos. Las relaciones entre los dos países están en su momento más bajo desde que se disolvió la Unión Soviética. Las autoridades estadounidenses han acusado al Gobierno de Putin de imponer un nuevo autoritarismo en el país y emplear sus recursos energéticos como armas de diplomacia coactiva. Las autoridades rusas acusan al Gobierno de Bush de fomentar el malestar en varias ex repúblicas soviéticas y de llevar a cabo una política exterior arrogante y desestabilizadora.

Pero el poder político y económico que tiene Rusia en la actualidad sólo sigue aumentando porque ya no tiene que financiar el insostenible imperio de la Unión Soviética y porque no sufre el lastre de la ideología comunista que dio al Kremlin de la era soviética su influencia mundial. El peso de Rusia crece dentro de los antiguos territorios soviéticos e incluso en Europa, porque la dependencia del suministro de gas natural ruso hace que los gobiernos europeos se peleen por diversificar las fuentes de energía. Ahora bien, pasará mucho tiempo hasta que Rusia pueda tener un peso como el de la Unión Soviética en Asia, África o Latinoamérica.

Las transformaciones de China y Rusia representan los dos cambios geopolíticos más importantes en el mundo posterior a la guerra fría. Pero los papeles que hoy desempeñan y los retos que plantean son completamente nuevos. No tiene sentido volver a la última guerra cuando el nuevo orden internacional ofrece sus propios peligros y oportunidades.

Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group, consultora de riesgos políticos. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

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Almacenes de comerciantes mayoristas chinos en España.CRISTÓBAL MANUEL

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