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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El siglo XX fue así

El historiador inglés Richard Overy aborda en esta minuciosa y ambiciosa obra una comparación entre los dos dictadores más crueles del siglo pasado, Hitler y Stalin. En un ensayo con abundante documentación y con una prosa muy ágil, Overy subraya que ambos fueron representativos de un tiempo y de un país, y los dos sintieron obsesión por el poder. Mientras el odio a otras razas marcó la conducta de Hitler, para Stalin la nación fue su demonio.

DICTADORES

Richard Overy

Traducción de Jordi Beltrán

Tusquets. Barcelona, 2006

891 páginas. 30 euros

El siglo XX ha sido el más violento de la historia. Dos guerras mundiales se enjugaron con no menos de 70 millones de vidas, contando muertos en combate, privaciones de retaguardia, y asesinatos en masa, y a ello hay que sumar la guerra española, Corea, Vietnam, Camboya, las incontables matanzas africanas, y el guerrillerismo de América Latina. Unos 100 millones de muertos sería un cálculo conservador. Y, aun así, es el siglo en el que el ciudadano, al menos en Occidente, ha comenzado a contar con una auténtica cobertura social, una seguridad jurídica, una vinculación profesional estable para atender a sus necesidades básicas. Y en el contraste, cabe preguntarse en qué medida personalidades individuales han sido responsables de ese dérapage. ¿Es Hitler el causante de la barbarie nazi, o la barbarie del Reich crea necesariamente su propio Hitler? ¿Necesitaba Stalin que reinara la muerte a su alrededor o podía haber alcanzado sus objetivos sin recurrir a la Gran Purga de los años treinta?

El trabajo del historiador británico Richard Overy Dictadores no pretende explícitamente responder a esas preguntas, pero por el solo hecho de trazar un paralelismo entre la personalidad y la obra del alemán y el soviético, que inauguran la era del crimen industrial en serie, está ya asumiendo que, huevo o gallina, ambos son representativos de un tiempo en un país. El autor hace un trabajo minucioso y más distanciado que su antecesor, el también británico Allan Bullock, que publicó su Hitler y Stalin hace medio siglo. Si Bullock quiere demostrar que hay una identidad profunda entre todos los sistemas totalitarios, Overy facilita el material de construcción pero no los planos del inmueble.

Los dos dictadores sentían una obsesión adolescente por el poder, pero si Stalin lo acariciaba en clave de sadismo, Hitler sólo se consentía la perspectiva intelectual, "porque lo necesitaba Alemania"; ambos se atribuyeron la jefatura del Ejército porque desconfiaban de la pericia y lealtad de sus subordinados, pero si el georgiano a medida que avanzaba la guerra iba dejando campo libre a sus mariscales, el espectro de la derrota agravaba la opinión del austriaco sobre sus colaboradores militares y hacía que quisiera dirigir las operaciones desde Berlín; los dos se dejaron bañar por un desenfrenado culto de la personalidad, pero Stalin lo contemplaba casi como un instrumento de gobierno, mientras que para Hitler era el reflejo natural de las cosas; desde el partido-Estado, cuya totalitarización fue mucho mayor en la URSS que en Alemania, los dos querían impulsar una utopía social, la de la comunidad como realidad orgánica en contraposición a la sociedad desarticulada del individualismo democrático, que se encarnaba en el Volk germánico y el "nuevo hombre soviético", y se dotaron ambas revoluciones de una estatuaria, la del realismo socialista y el arte nacionalsocialista, de estética tan parecida como frecuentemente homoerótica; en ese proceso, estorban las realidades supranacionales como la Iglesia católica para el nazismo -que tuvo un fuerte seguimiento protestante- y la ortodoxia rusa en el caso de Stalin; el recurso al terror es también común y obligado, aunque las diferencias, como subraya el autor, sean importantes.

El líder soviético es más o

menos directamente responsable de la muerte de más de 40 millones de seres humanos, entre ellos siete millones de fusilados, sobre todo a partir de la gran purga de 1934, porque sólo así consideraba su poder afianzado. Hitler, en cambio, consolidaba su posición, también en 1934, sin otra masacre que la de la noche de los cuchillos largos, y se trataba de cientos, no miles de personas; pero, todo cambiaría con el estallido de 1939.

Overy asume que Hitler previó desde un principio el exterminio del pueblo judío -intencionalismo- en contra de la teoría funcionalista que defiende que hubo un deslizamiento a la matanza paralelo a la guerra que se estaba perdiendo. Casi seis millones de judíos asesinados por el nazismo por el solo hecho de serlo, más otros siete millones de resistentes y civiles en toda Europa, con muy pocos alemanes entre ellos. Pero la comparación ha de hacerse no tanto de número como de motivación. El soviético mata a los que cree enemigos, el germánico se inventa los enemigos para luego matarlos. La palabra raza le dice poco al georgiano, porque lo que de verdad le irrita es oír hablar de nación.

La obra, riquísima en material, muy válida en interpretación de primera mano, extraordinariamente legible en cualquier caso, plantea, sin embargo, otra cuestión. ¿Significa algo que los dos dictadores así se asemejaran? ¿Es una coincidencia o se oculta una ley de hierro entre tanto crimen? ¿Sin ellos habría sido igual el siglo XX? Overy prefiere que el lector se haga su construcción personal en cada caso.

Firma de un tratado de no agresión entre Alemania y Rusia pocos días antes del inicio de la II Guerra Mundial.
Firma de un tratado de no agresión entre Alemania y Rusia pocos días antes del inicio de la II Guerra Mundial.AP

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