_
_
_
_
_
Reportaje:

Las otras vanguardias

El poeta Oswald de Andrade dicta en 1944 una conferencia en Belo Horizonte que es quizás el primer intento de revisión histórica de la experiencia del arte de vanguardia en Brasil, emprendido 22 años después de la realización de la semana de arte moderno, a la que suele considerarse el pistoletazo de salida de esa experiencia. Andrade, poeta, teórico, polemista y autor de manifiestos tan decisivos como Pau Brasil y Antropofagia, afirmó entonces que "solamente en la distancia" el modernismo paulista podía representar "el espectáculo de una familia solidaria y respetable" porque "en su origen ya estaba disperso en setenta grupos discordantes".

Su juicio vale para todos los intentos de historizar a las vanguardias, incluido, desde luego, el más paradigmático y exitoso de todos: el de Alfred J. Barr, artífice y factótum del MOMA de Nueva York. Pero si lo cito aquí y ahora es para subrayar que el propósito que ha animado al mexicano Luis-Martín Lázaro -comisario de esta exposición, patrocinada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones culturales- es, justamente, el de devolvernos a ese inicio turbulento de los "setenta grupos discordantes". Ese propósito -secundado por la brasileña Vera d'Horta y la argentina Patricia Artundo- establece una notoria diferencia con el que estaba detrás de otras exposiciones que como ésta han intentado mostrarnos un cierto panorama de las vanguardias artísticas en América Latina. Pienso, por ejemplo, en la comisariada por Waldo Rassmusen del MOMA, expuesta en Sevilla, en el marco de la Expo 92. O en Versiones del Sur, esa pentaexposición, organizada por el Reina Sofía de Madrid al filo de 2000. Ambas incurrieron, evidentemente, en el vicio de anacronismo, cultivado sine díe por el historicismo, que pacifica lo que antes era conflictivo mediante la omisión del contenido efectivo de los desacuerdos. Y que convierte en puramente estilísticas o formales diferencias que entonces fueron absolutamente vitales.

En América Latina hubo, respecto a las vanguardias europeas, un rasgo distintivo insólito: el muralismo mexicano

La desgracia en este caso consiste en que, a pesar de las buenas intenciones del comisario, Vasos comunicantes no logra recuperar la aspereza o la intensidad de los conflictos que dividieron a las vanguardias artísticas y políticas de Iberoamérica al igual que lo hicieron en su día en Europa. En el caso de América Latina, esas diferencias no fueron exclusivamente heredadas porque hubo un rasgo distintivo insólito: el muralismo mexicano. Este movimiento, encabezado por Rivera, Orozco y Siqueiros, logró una articulación inédita de las lecciones del cubismo, el expresionismo y el futurismo en la respuesta artística a las exigencias de construir una nueva identidad nacional en torno a la mitología del indigenismo, formuladas tras la revolución de 1910, la misma que inicia el ciclo de las revoluciones del siglo XX. A favor o en contra de las tesis y de la estética del muralismo se decantaron muchas de las polémicas en todo el continente, incluida Argentina, donde entre los años veinte y treinta, la mayoría de los grupos de vanguardia no le encontraban sentido a eso del indigenismo en un país remodelado por el impacto de las inmigraciones masivas de europeos y la previa liquidación de los indios. Pero aun así, la visita y el taller realizado por Siqueiros en 1933 en Buenos Aires impactó seriamente en pintores de la talla de Berni o Spilimbergo -ambos representados en esta exposición-. Y lo que es quizá más importante: el desafío indigenista, en cuanto propuesta de una mitología y una imaginería al servicio tanto de la construcción de identidades nacionales específicas como de los proyectos de unión política de todo el continente, puede asumirse como el motivo oculto o tachado de alternativas como la del argentino Xul Solar o la de los uruguayos Joaquín Torres García y Pedro Figari, igualmente incluidos en esta exposición. Los tres buscaban satisfacer esas demandas, cada cual a su manera, apostando por una nueva raza, "los neocriollos", y/o apelando a retóricas visuales focalizadas en la Bauhaus como lugar de encuentro de Klee, de Kandinsky y de Rodchenko.

Quizás la fortaleza de esta exposición no está en donde su comisario dice que está, sino en la apuesta por incluir obras y artistas poco o nada conocidos entre nosotros, junto a quienes como los muralistas mexicanos, Tarsila do Amaral, Anita Malfati, Roberto Matta, Emilio Pettoruti, Lasar Segall o Wifredo Lam, ya hacen parte indiscutible del canon del arte de vanguardia latinoamericano de la primera mitad del siglo XX. Me refiero, por ejemplo, a un artista como Germán Cueto, redescubierto hace poco por una magnífica exposición individual en el Reina Sofía de Madrid, y caso ejemplar de que, aún en el México dominado abrumadoramente por el muralismo, hubo lugar para otras expresiones de la vanguardia artística. Menos épicas, más líricas. O a pintores tan injustamente olvidados como Jaime Olson, Flavio de Carvalho, Raquel Forner, Gabriel Fernández Ledesma o María Izquierdo. Notable también, la revalorización de Norah Borges, desde hace tanto extraviada en "el laberinto porteño" y la reafirmación del grupo constructivista Madi, con Gyula Kosice y Quin Arden a la cabeza. La guinda del pastel: el retrato de Tina Modotti desnuda en una terraza, de Edward Weston.

Vasos comunicantes. Museo Esteban Vicente. Plazuela de las Bellas Artes, s/n. Segovia. Hasta el 18 de febrero de 2007.

'Marco recortado Número 3' (1946), de Juan Nicolás Mele (izquierda), y ' Objet plastique-composition, ca' (1931-1934), de Joaquín Torres García.
'Marco recortado Número 3' (1946), de Juan Nicolás Mele (izquierda), y ' Objet plastique-composition, ca' (1931-1934), de Joaquín Torres García.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_