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Reportaje:

Un puente hacia el Machu Picchu

Los vecinos defienden una obra que rechazan las autoridades peruanas y la Unesco

Jorge Marirrodriga

En silencio y desde lo alto, como desde hace cientos de años, las piedras de la ciudadela inca de Machu Picchu, en el sureste de Perú, asisten a una fuerte polémica que se ha generado a sus pies por la construcción de un puente reclamado con rotundidad por varias poblaciones locales y al que se oponen con igual firmeza autoridades culturales tanto peruanas como internacionales por considerar que generaría una avalancha de turistas que pondría en riesgo las emblemáticas ruinas, descubiertas intactas en 1911, que son visitadas cada año por cientos de miles de personas, el 75% extranjeros.

A Machu Picchu se accede desde el pueblo de Aguas Calientes, un lugar incrustado en una impresionante garganta y comunicado tan sólo por un tren construido en los años treinta. Hasta 1998 la vía continuaba su camino y cruzaba sobre un puente hasta la localidad de Santa Teresa, pero una avalancha se llevó el puente, parte de la vía y casi al pueblo. Los habitantes fueron reubicados en chabolas "y en las siguientes semanas el Gobierno de Alberto Fujimori se apresuró a retirar otros 70 kilómetros de vías férreas no destruidas", denuncia la antropóloga Karina Pacheco Medrano desde las páginas del diario La República. El tren era un medio de vida fundamental para los habitantes de la zona tanto para trasladarse como para recibir mercancías. Con la caída de Fujimori en 2000 la situación no mejoró. En 2001 el presidente Alejandro Toledo prometió reconstruir la vía en un plazo de seis meses... y hasta hoy.

La Unesco teme que el viaducto facilite la urbanización y acelere el deterioro de la antigua ciudad inca

Las autoridades locales decidieron hace un año hacerse cargo del proyecto, encabezadas por la alcaldesa de Santa Teresa, Fedia Castro. Sin embargo, la ciudadela es desde 1983 Patrimonio Cultural de la Humanidad y la zona adyacente está designada como Parque Arqueológico de Machu Picchu. Aquí comenzó la negativa administrativa al puente, avalada por los informes sobre el impacto negativo que tendrían las obras en las ruinas. Castro, y el presidente de la región de Cuzco, Hugo Gonzales, lo niegan, subrayando que el puente queda a 30 kilómetros del santuario inca y denuncian el interés de la empresa que controla el transporte hasta Aguas Calientes para que la vía no continúe hasta Santa Teresa, como antes.

Y en medio de un tira y afloja que ha durado meses, el pasado viernes la estructura del puente quedó concluida. Ayer comenzaron las obras de encofrado. La polémica construcción estará en servicio "dentro de 10 días", según ha anunciado Castro, cuyo propósito desde que perdió las elecciones municipales del pasado noviembre ha sido inaugurar la obra antes de ceder el bastón de mando. Castro ha apretado el acelerador hasta el final. Además de ser la cara más visible del enfrentamiento con las autoridades del Gobierno de Lima, cuando los tribunales ordenaron el cese de financiación pública de las obras la alcaldesa hizo -a principios de este mes- un llamamiento a la población de Cuzco para que aportara los materiales necesarios para culminar la construcción. Mientras las emisoras locales organizaban telemaratones tratando de recaudar fondos, Castro anunció que eran necesarios 1.600 sacos de cemento y 24 toneladas de hierro para construir la base del puente.

La polémica es seguida muy de cerca por la organización de Naciones Unidas para la Cultura (Unesco) que el pasado junio envió una carta a las autoridades advirtiendo de que el puente puede generar "nuevos núcleos de población que, lejos de aminorar el deterioro ya evidente de Machu Picchu, contribuirían a multiplicarlo". En concreto la Unesco ha anunciado que puede colocar a la ciudadela inca como "patrimonio cultural en peligro".

Una llama en un cerro sobre las ruinas de Machu Picchu.
Una llama en un cerro sobre las ruinas de Machu Picchu.MORGANA VARGAS LLOSA

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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