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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Viaje a lo inefable

Una pintura es mucho más que su cuerpo -el color- y aún más que su tema. Identificar hoy a un pintor con su motivo favorito es una anacronía, como llamar a Lucian Freud el pintor de la carne o a Mark Rothko el rey de los campos de color. De la misma manera, uno tiene la tentación de calificar la obra de Pablo Palazuelo de mística, cosmológica. Pero se impone una tarea más simple: excluyamos de su obra los predicados y comuniquemos los procesos, una forma de abrirse al infinito de otros caminos esotéricos, excéntricos, más allá de la línea-frontera que subraya una expresión. Lo contrario es una sublimación, una simbolización. Desprender una "eterna verdad" que no sólo mata al artista a fuerza de convertirlo en mito, sino que lo entierra bajo la superficie metafísica de su obra. De ahí que el título de la retrospectiva que presenta el Macba, Proceso de trabajo, tenga más que ver con la intencionalidad que con la intensidad, pues apunta a un "movimiento de sentido", al modo de formación de cada obra (y partes de obra) y la totalidad de nuestra relación con ella.

PALAZUELO

'Proceso de Trabajo'

Macba. Plaça dels Àngels, s/n Barcelona

Hasta el 18 de febrero de 2007

Trescientas cincuenta obras, entre óleos, dibujos, esculturas y proyectos arquitectónicos, recorren la trayectoria de uno de los artistas más desconocidos y reconocidos del ámbito español. Sus últimas exposiciones, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, han sido más bien experiencias paralizadoras de su gran corpus artístico, sin pretensión alguna de remitir a los límites de lo vivo, a los sutiles movimientos de músculo descargados en el proceso pictórico. La obra de Palazuelo arroja la fantasía de un ser desarraigado, su pintura es un carácter que actúa, y una personalidad que siente. Whitmaniano, infinitamente metamórfico, poseído por un yo oculto, el pintor es un tordo ermitaño que vuela sin demasiada estima por lo que deja atrás, atraído por los números y la música del universo mientras crea su propio mundo a través de la excitación (¿autoerotismo?) que le producen los acantilados de caída, y hace un inventario de ellos con colores terrosos, azules, rojos, negros. Toda la obra de Palazuelo es un movimiento, un "tránsito" -de nuevo Whitman- hacia ese lugar inalcanzable: el componente alienado de su naturaleza.

Las referencias de Palazuelo

a la historia de la pintura son continuas: el dinamismo de Paul Klee y el constructivismo ruso; Kandinsky, Mondrian. Pero quien quiera encontrarlas en su obra no verá ni rastro. Deberá utilizar la imaginación. No existen las formas unívocas, ni el autor parte de ideas preestablecidas para realizarlas. Lo importante son las relaciones que se establecen entre las formas. No se trata de representarlas, sino de que el espectador colabore en el acto de su aparición.

A lo largo de los cincuenta años que abarca la muestra, asistimos a una metamorfosis no lineal de Palazuelo: formas que aparecen, se esconden, vuelven a manifestarse de diferentes modos, se autogeneran y provocan "familias" (que es como él llama a las series), consecuencia del análisis de las estructuras y de las necesidades y sensaciones psíquicas y físicas que le producen. En este trayecto, el dibujo es el resultado de la acción misma de esa búsqueda, y por tanto, más importante, porque alude al "hecho performativo" de pintar, mucho más que a la obra final: el cuadro o la escultura.

La búsqueda de este tipo de abstracción, más abierta y procesual, se hace patente en sus primeras obras de los cincuenta y sesenta. Ahí es donde la exposición encuentra su punto de apoyo ideal. De los setenta, destaca la familia El número y las aguas; y de los ochenta, la serie de gouaches para ilustrar el libro A Vision, de Yeats. Sus últimas obras son más severas, obstinadas. Quizás revelen la humillación de un ser ante lo que finalmente no puede saberse, tras el largo viaje hacia lo inefable.

Comisarios: Teresa Grandas y Manuel Borja-Villel. Itinerancia: Museo Guggenheim Bilbao.

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