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El ángel exterminador y la complacencia de Occidente

Un día es Gaza, luego Cisjordania, después el Líbano, de nuevo Gaza y así sucesivamente se suceden las matanzas, los asesinatos selectivos, "los errores de coordenadas" que se llevan por delante numerosas vidas inocentes. Se destruyen los campos, las ciudades, las viviendas, los hospitales, las infraestructuras. Nos indignamos. Pensamos que no es posible, que el próximo Gobierno israelí hará de una vez por todas los esfuerzos necesarios para traer la paz. Siempre nos equivocamos. Creíamos que nadie podía superar a Sharon como halcón y ahora llega Olmert, mañana será el Netanyahu de turno o cualquier otro; la destrucción, la locura alcanzan cotas inimaginables.

Tal es la tragedia que hasta los medios más asépticos se atreven a mostrarla. Luego, comenzamos a mirar para otro lado, incluso la mayoría de los gobiernos de los países musulmanes. A la implacable maquinaria de guerra israelí le sigue su no menos implacable maquinaria mediática y su control sobre numerosos medios de comunicación. Palestina deja de ser noticia. Tarde o temprano habrá alguna respuesta, aunque sea de mucha menor entidad, por parte de los acosados palestinos, o algún gobernante que no guste, llámese Arafat o Haniya, que permitirá justificar cualquier acción represiva para acabar con quien no se doblegue a sus exigencias.

Israel tiene, sin duda, derecho a la seguridad, y a que sus fronteras sean respetadas. También a defenderse ante el terrorismo, pero este sacrosanto lema no justifica la violación indiscriminada o el terrorismo de Estado. Resulta increíble que su continua violación de los derechos humanos y la legalidad internacional -nunca ha existido país alguno que haya incumplido más resoluciones de las Naciones Unidas- venga avalada en todo momento por Estados Unidos e, indirectamente, a veces por la Unión Europea, que se ha sumado al embargo económico impuesto a los palestinos por haber elegido un Gobierno de Hamás. Rusia se mantiene al margen, dado que su política en Chechenia poco difiere de la israelí, y China sólo pretende convertirse en la primera gran potencia mundial, por lo que olímpicamente se sitúa al margen de cuanto pueda estorbarle en sus objetivos.

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Desde el 25 de junio, cuando los palestinos capturaron al soldado judío Gilad Shalit, el Ejército israelí, esa especie de ángel exterminador de resonancias bíblicas, decidió tomarse cumplida venganza: más de 400 palestinos han muerto tan sólo en la zona de Gaza, muchos de ellos mujeres y niños, con matanzas como la de Beit Hanun. Aparentemente, el objetivo de esta invasión era detener el lanzamiento de cohetes y proteger el territorio israelí -ya no se habla de la liberación de ningún soldado-, pero resulta evidente que la verdadera razón es destruir el Gobierno de Hamás.

La ministra de Asuntos Exteriores israelí, Tzipi Livni, afirma rotundamente que "el Ejército israelí no invade Gaza para matar civiles" y alienta a Estados Unidos y a la UE para que mantengan las sanciones económicas hasta que el Gobierno de Hamás reconozca el Estado de Israel. Hay que tener mucha desfachatez para hacer estas declaraciones, y hay que haber caído moralmente muy bajo en Occidente para que Estados Unidos apoye esta política y nosotros, los europeos, sigamos manteniendo las sanciones. Consecuentemente, poca credibilidad puede tener Europa cuando ahora presenta una nueva propuesta de paz.

Nayih, uno de los palestinos al que los soldados israelíes arrasaron la casa en la que vivía con toda su familia por el simple hecho de que creían que había algún miliciano, dirá "la única razón es que los israelíes sólo pretenden destruirnos. Es su estrategia desde 1948". En el fondo, los palestinos no tienen duda de que la filosofía que subyace tras las agresiones israelíes es la del Muro de Hierro llevada a sus últimas consecuencias. Ya en 1923, Zeev Jabotinsky, ideólogo de la extrema derecha israelí, publicó un estremecedor artículo en el que afirmaba que ningún pueblo acepta voluntariamente ser colonizado por otro, por lo que Israel no tenía más remedio, si quería establecer un Estado en el Eretz, la Tierra de Israel, que crear un "muro de hierro", un Ejército invencible que lo impusiera. Ante las críticas recibidas de los sectores democráticos que soñaban con un país en el que todos pudieran convivir, respondió que ése era el único camino, y que si los judíos no estaban dispuestos a seguirlo, lo que tenían que hacer es renunciar a crear el Estado israelí y volver a sus lugares de origen.

David Grossman, conocido escritor que ha perdido un hijo en la invasión del Líbano, denunciaba recientemente a los dirigentes de su país ante los más de 100.000 judíos que se habían reunido para rememorar a Isaac Rabin, asesinado por un judío fanático: "Las muertes de nuestros jóvenes es un desastre terrible. Pero también lo es que al cabo de tantos años, el Estado de Israel dilapide de forma criminal no solamente la vida de sus hijos, sino la gran y rara ocasión que la Historia le había concedido, la de crear un país ilustrado, moderno, democrático, según los valores judíos y universales".

Bellas palabras, pero el problema radica en que hoy día, para la gran mayoría de los ciudadanos israelíes, la seguridad prima sobre cualquier otra consideración. Significativo es que se haya podido nombrar como ministro a un personaje de la catadura moral del señor Avigdor Lieberman. Verdad es que el terrorismo de las facciones radicales palestinas ha contribuido a sembrar este caldo de cultivo. El trágico resultado es que en la actualidad cualquier justa reivindicación de los palestinos ha sido relegada al olvido: expulsados de su propia tierra -de Jerusalén ya ni se habla-, su vida cotidiana se ha convertido en un infierno. Conviene leer el sugestivo y poco divulgado libro de la arquitecta palestina Suad Amiri Sharon y mi suegra. La suegra de Amiri, que tuvo que huir de Jaffa en 1948, le dijo: "Lo que experimenté aquí, al lado de la Muqata, en septiembre de 2002 fue tan terrible como lo que viví entonces. Todo ha sido un continuo shawasher (desastre) desde que ellos llegaron".

En los últimos años se ha producido un grave fenómeno. El Gobierno elegido sólo es una fachada democrática, no es quien dirige la política israelí. El Muro de Hierro es la Biblia del Estado israelí. Desde la llegada al Alto Estado Mayor del general Shaul Mofaz en 1998, el único objetivo ha sido aplicarlo. El coronel Shaul Arieli, ayudante de campo de Ehud Barak, dice: "El Ejército israelí hace una política prácticamente autónoma. Mofaz considera que tiene la responsabilidad de la seguridad del pueblo israelí y está dispuesto a garantizarla como considere pertinente, cualquiera que sean las decisiones del Gobierno. El primer ministro estimaba que las respuestas deben ser proporcionales a los ataques palestinos, el jefe del Alto Estado Mayor es totalmente ajeno a estos principios, se basa exclusivamente en la fuerza".

Sin planes, sin gobierno ni hojas de ruta que aporten esperanza alguna, no parece que haya otro camino sino que las grandes potencias, empezando por Estados Unidos, decidan de una vez por todas, valiéndose de las Naciones Unidas, imponer la paz en la región. De hecho, han tenido que desembarcar en el polvorín libanés para evitar que se consume la tragedia. Debemos tratar de evitar la que se avecina.

Jerónimo Páez, abogado, es director de la fundación El Legado Andalusí.

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