Persistencia, sabiduría, consuelo
Con la recuperación de la democracia y de la Generalitat, algunas personas y algunas instituciones tuvieron que ejercer el difícil y esencial papel de puente por encima de cuatro décadas de persecución y oprobio. En este sentido, el año 1987, se pone en marcha la Institució de les Lletres Catalanes, reivindicando el hilo que retrocedía hasta la entidad del mismo nombre creada en 1937 por la Generalitat republicana, con Carles Pi Sunyer como consejero de Cultura. Y con la recuperación de la institución, Jordi Sarsanedas fue escogido el primer decano, en representación de los escritores catalanes.
La elección no podía haber sido más pertinente: tanto con su obra como con su persona, Sarsanedas ejemplificaba -ejemplifica- la continuidad, el salto por encima de la oscuridad, la persistencia de lo más destacable de la literatura de los años treinta (cuando por un instante pareció que todo era posible para nuestro país) y de los dos exilios, el exterior y el interior.
Sarsanedas escribía prosa y poesía con sabiduría y elegancia, con un profundo conocimiento del catalán aireado en Francia, en Italia y en el Reino Unido, pero también había hecho teatro, había enseñado, había supervisado revistas e instituciones beneméritas, había escuchado y sonreído con aquella paciencia y aquella discreción suyas, dignas quizá de mejor causa. Es cierto que, a medida que el país fue normalizándose, él fue obteniendo también el escaso salario del reconocimiento gremial e institucional, pero creo que lo que debemos subrayar ahora es, sobre todo, que disfrutaba de lleno de la mejor recompensa a que se puede aspirar: el cariño y la admiración de aquellos con los que coincidió en la Agrupació Dramàtica de Barcelona, en la revista Serra d'Or, en el PEN catalán, en el Ateneo, en el Institut d'Estudis Catalans y, claro, en la Institució de les Lletres Catalanes. Entregado a tantos requerimientos, feliz de obstinarse en aquella persistencia que sólo los miopes confunden con la tozudez, Sarsanedas y su gesto tranquilo, y sus libros llenos de guiños cultos y populares a la vez, se convirtieron en referente del mejor modo posible: sin querer.
Ha sido maestro y consuelo para muchos de los que seguimos sus pasos, más aún si hemos tenido el privilegio de compartir mesa con él. Ahora dicen que ha muerto. Miro los lomos de sus cuatro últimos libros de poesía: Cor meu, el món; L'enlluernament, al cap del carrer; Com una tornada, sí, y Silenci, respostes, variacions: ¡qué prodigio en sólo siete años! Y a él me acojo: Com si morir fos saviesa, conhort, / en la ruïna i la persistència d'un temple.
Jaume Subirana es escritor y director de la Institució de les Lletres Catalanes.
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