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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En el galeón de Manila

La historia del arte parece siempre dispuesta a entregarse tanto a las argucias descubiertas por Hegel en la historia universal como a las simetrías y correspondencias secretas de la historia a secas que fascinaban a Borges. Y aun cuando es verdad que no sé si estamos delante de una argucia o de alguna de las simetrías inexplicables de la historia, sé, en cambio, que por obra del azar, de la casualidad o de la ley emergieron en los años ochenta y noventa del siglo pasado tres pintores implicados en un juego de semejanzas y correspondencias que trae a la memoria el que establecieron en su día Orozco, Rivera y Siqueiros -los tres grandes nombres del muralismo mexicano-. El nuevo trío está formado por Julio Galán, Ray Smith y Manuel Ocampo y aunque no los unió ni los ha unido nunca ninguna declaración programática, ya sea estética o política, lo cierto es que la obra de los tres posee un cierto aire de familia común que los convierte en los viajeros imaginarios de la última e imposible travesía de ida y vuelta del galeón de Manila, que durante siglos unió al puerto mexicano de Acapulco con la capital del archipiélago filipino. Al fin y al cabo Galán era mexicano, Ray Smith (Brownsville, EE UU, 1959) es hijo de estadounidense y de mexicana de raíces vascas y Manuel Ocampo -el más joven de los tres- filipino. Y lo que les une es lo que unía el mítico galeón colonial. O sea dos países que por antitéticos que ahora nos parezcan cultivaron largamente una veta figurativa apasionada y violenta que los tres han recuperado y reinterpretado en claves evidentemente contemporáneas. El más gótico de los tres, el más tenebrista si se quiere, es Julio Galán y el más ácido y esperpéntico es probablemente Manuel Ocampo.

RAY SMITH

'Deus machine'

MEIAC

Museo, s/n. Badajoz

Hasta el 15 de diciembre

A Ray Smith, en cambio, le

ha correspondido un papel semejante al jugado por Diego Rivera en el muralismo mexicano. Él, al igual que lo fue Rivera, es un pintor muy refinado y versátil que -tal y como lo demuestran los cuadros, los dibujos y desde luego las esculturas reunidas en esta espléndida exposición diseñada por Omar Pascual- ha sido un fértil inventor y un artista siempre dispuesto a renovarse a sí mismo. De hecho, un cuadro como Gras Gillion, pintado en los ochenta y del que muy probablemente el Ocampo más chocante aprendió mucho, se distingue muy claramente de otro como Pintura francesa, que a pesar de la virulencia de los contrastes de color y el empecinamiento con el que sobrecarga la composición con los motivos iconográficos más dispares, es y sigue siendo un sabio homenaje a Ingres. Ese pintor de pintores o para pintores: rendirle homenaje es sin duda una declaración de principios.

Los cuadros más recientes entre los incluidos en esta amplia muestra antológica son una prueba añadida de esa versatilidad. Los principales son dos dípticos enormes, el primero dedicado a la representación de dos olas desmesuradas, captadas justo en el momento de romper. Y el segundo, igualmente simétrico, representa a un mismo portaaviones, que por desierto, por vacío de aviones y de tripulantes, resulta muchísimo más fantasmático que amenazador. En esta nueva coyuntura de su fértil trayectoria artística nos deja esta exposición de Smith. Sólo resta esperar los siguientes resultados de su nuevo viraje.

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