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Reportaje:

Conversaciones con el hombre clave

Un libro recupera la trayectoria de Joaquín Maldonado, el personaje con mayor influencia social en la Valencia franquista

Miquel Alberola

Joaquín Maldonado fue el hombre clave entre la Derecha Regional Valenciana (DRV) y los militares que intentaron el alzamiento en Valencia en 1936, pero también lo fue en los años de la dictadura para los antifranquistas, a los que tanto ayudó tras desmarcarse del régimen a los primeros síntomas de fascistización. A los 99 años, este corredor de comercio y abogado, que tras la guerra realizó una ingente labor acercando posiciones entre vencedores y vencidos, continúa activo llevando contabilidades de algunos negocios de la familia y ha mantenido una serie de entrevistas sobre su vida con su nieto, Alfonso Maldonado, cuyo resultado es el libro Joaquín Maldonado Almenar. Conversaciones, editado por Publicatur.

Los cargos políticos que ocupó fueron "brevísimos", según Alfonso Maldonado. El de secretario político del Gobernador Francisco Javier Planas de Tovar, recién terminada la guerra, fue el primero y duró meses. El otro, entre finales del franquismo y principios de la transición, fue la presidencia de la Unió Democràtica del País Valencià (UDPV), que abandonó tras el fracaso en las urnas de este partido demócrata cristiano. Sin embargo, Maldonado ha tenido una participación muy intensa en empresas sociales y culturales de gran trascendencia política a través de las presidencias del Ateneo Mercantil de Valencia y la Sociedad Económica de Amigos del País en Valencia, en cuyo seno se fraguaron el Bolsín o el Plan Sur. En lo profesional, ha ocupado la presidencia del Colegio de Corredores de Comercio de Valencia o la de la Junta Central de Colegios de Corredores de España.

El activismo público de Maldonado es el resultado del ambiente histórico que forja su personalidad, y, sobre todo, de la impronta del fundador de la DRV, Luis Lucia. Hombre de fuertes convicciones cristianas (con un entorno familiar burgués, católico, romano y apostólico, y formateado humanamente en los jesuitas), Maldonado ingresó en la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y se encauzó en el movimiento político social cristiano inspirado por Lucia.

Sin embargo, en la precipitación de los acontecimientos que desembocaría en la guerra, Maldonado abandonó el posibilismo de Lucia, que no era partidario del alzamiento militar, y asumió el impulsivismo golpista de José María Gil Robles. Maldonado se convirtió en el enlace civil de los militares para levantar Valencia contra la República. La quema de conventos fue decisiva en su cambio de punto de vista. Nada más conocer el alzamiento, que fracasó por una pequeña descoordinación, Lucia mandó un telegrama de adhesión a la República. Eso sirvió para que, primero los republicanos, y luego los nacionales, lo condenaran a muerte con el mismo sumario.

"Maldonado y Lucia están extraordinariamente relacionados", refiere el autor del libro. "Hay dos hitos en la personalidad de mi abuelo. Uno es su participación en el alzamiento franquista, que le marcó, y al ver en lo que desemboca todo quiere como deshacer esa fascistización. Y luego, un gran sentimiento de rabia e incomprensión por la condena a muerte a Lucia y, aunque se le pudo salvar, la marginación a la que fue sometido hasta su muerte". Con la ayuda del arzobispo Prudencio Melo, Maldonado logró que le fuera conmutada la pena de muerte, y además ayudó a Lucia a sobrellevar su penuria económica tanto en el destierro a Mallorca como en su regreso a Valencia ya enfermo de muerte.

Según cuenta el propio Maldonado en el libro, se sentía franquista y admiraba a Franco, pero cuando se retira de la vida política en 1940, ese tácito retraimiento, le situó en uno de los bandos que se mueven frente a Franco: "No porque me colocara yo, sino porque me colocaban ellos, los radicales del régimen". Maldonado abandonó el cargo de secretario tras sentirse insultado por las descalificaciones sobre la DRV hechas en un mitin por Ramón Serrano Suñer y Dionisio Ridruejo. Luego llegó incluso a ser agredido por un falangista. A finales de los cuarenta, Maldonado, que había pasado de antifascista a antifranquista, está centrado en su actividad profesional y alineado con los gilroblistas junto a don Juan de Borbón.

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En 1955 accedió a la presidencia del Ateneo, el principal foro social de la ciudad. Según Alfonso Maldonado, "la presidencia del Ateneo no era tanto un cargo cívico-social como político-social porque el único reducto en el que se podían ejercer actos de democracia eran las elecciones de esta institución". "Era el voto a quien representaba encubiertamente a la democracia o el voto al que representaba el movimiento nacional", relata el autor del libro.

Maldonado conformó una directiva de amplio espectro ideológico e impulsó una serie de conferencias sobre economía y Europa que fueron el germen del Contubernio de Munich de 1962, en cuyas sesiones preparatorias participó junto a Joaquín Muñoz Peirats. Pero antes, con motivo de la riada de 1957 y la inundación del año siguiente, impulsó un valiente acto de protesta contra el régimen por su insensibilidad con Valencia y animó al director de Las Provincias, Martín Domínguez, a escribir un duro artículo contra el Gobierno. Como consecuencia de esa rebelión, el alcalde de Valencia, Tomás Trénor, fue fulminado por su duro discurso y Domínguez se vio forzado a dimitir para que no cerrara el periódico. Maldonado, que había repartido 16.000 copias del discurso del alcalde, quedó indemne aunque se quiso destituir a la junta directiva. Sus antecedentes le blindaban y eso le permitió afianzar su liderazgo social y seguir impulsando actividades económicas, culturales y sociales alrededor de las cuales se aglutinarían los agentes más importantes de lo que luego sería la transición política.

Pero no sólo alentó expectativas, sino que hasta la llegada de la democracia, que fue cuando se eclipsó discretamente, ejerció, con palabras de J.J. Pérez Benlloch de "munificente patrono" para excarcelar a los represaliados por el régimen y contribuir al impulso de iniciativas democráticas. "No hay muchas pruebas, sólo testimonios", manifiesta Alfonso Maldonado. "Según el contable, Pepe Barberá, mi abuelo de vez en cuando retiraba grandes sumas de dinero de las que no daba cuenta, pero que todos sabían que eran para pagar fianzas y financiar proyectos".

Frente a Attard y Broseta

A la llegada de la democracia, Joaquín Maldonado se distanció de dos personas con las que había mantenido una sólida relación y que alcanzarían un destacado protagonismo en la transición. Uno de ellos fue el abogado Emilio Attard, con cuyo hermano Manuel estaba muy unido y fue quien le pasó el encargo de ser enlace civil de la insurgencia militar ante la vigilancia a la que él era sometido. Al distanciamiento político, derivado de una absurda disputa sobre la herencia ideológica de Luis Lucia y un episodio que apartó a la UDPV de Unión del Centro Democrático (UCD) siguió el alineamiento de Attard con el anticatalanismo, lo que llevó a lo que Alfonso Maldonado llama "el desapadrinamiento". El autor del libro designa el alejamiento de su abuelo de Manuel Broseta, que es el otro caso, como "distanciamiento en el ámbito sociológico". Broseta también fue apadrinado por Maldonado en sus inicios, incluso le hizo sitio en su despacho de la calle Poeta Querol y le facilitó contactos con el poder económico de Valencia. Sin embargo, los caminos de ambos se torcieron. El escenario fue el Consell per al Foment de la Llengua Valenciana, fundado por Broseta y en el que figuraban, además de Maldonado, Manuel Sanchis Guarner y Joan Fuster. La eclosión de la denominada batalla de Valencia, que enfrentó a sectores secesionistas o anticatalanistas con los defensores del "valenciano culto", llevó a Broseta, "que participaba del catalanismo cultural moderado" a liderar el anticatalanismo como resorte de su carrera política. Maldonado, que según su nieto era "como el representante de la izquierda sociológica catalanista", se distanció de él, aunque ambos participaron en otros proyectos como la creación del Liceo Francés.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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