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SIN PERDER LOS NERVIOS
Columna
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El peligro amarillo

Como coetánea de Mick Jagger que soy (y de Joan Manuel Serrat; también de Julio Iglesias, hay que resignarse), siempre he admirado el timing del líder de los Rolling Stones para hacer lo que le cantan las bolas sin dejar de complacer a sus seguidores. Es por ello que manifiesto mi más encendida queja ante los actuales eventos. Mick -lo más parecido, en carácter, a Pilar Miró: no se pierdan la biografía que ha escrito Diego Galán y que se editará en otoño- no debería haber consentido quedarse afónico. Él es más poderoso que los dioses. Del mismo modo, siempre mantuve que, si Pilar hubiera estado viva para retransmitir la boda de doña Letizia con don Felipe, la climatología no habría tenido narices durante aquella perfectamente inolvidable jornada para diluviar, desafiando a la directora de cine y televisión. Hay seres así, cuya voluntad trasciende los accidentes. Bien lo sabe Miró que está en los cielos. A lo peor lo de Mick es cosa suya: creo que era fan de los Beatles.

La vez que estuve en Japón, me llevaron tan deprisa y por tanto templo que quizá, sin apercibirme, yo misma me postré delante de los Catorce Criminales

Los japoneses, en cambio, siguen manteniendo una armoniosa sincronía accidental. Puede que en materia de aparatos hayan sido superados por otras nacionalidades -aunque yo prácticamente lo tengo todo marca Samsung; menos lo que ya no me funciona, que lo tengo Chungung-, pero en cuanto a meter la pata, ya ven. A la princesa Kiko, que por fin había vencido la depresión que le producía no fabricar machos reinantes, se le ha complicado el parto -y yo hago votos sintoístas para que todo salga bien; no la vayan a destrozar el sushi a la pobre como no lo consiga- del que será el primer -todos en pie- ¡varón! que nacerá en la familia real nipona.

Y simultáneamente, como quien dice, el primer ministro Junichiro Koizumi se dedicó a homenajear a los japoneses muertos en la II Guerra Mundial, visitando un templo, el de Yasukini, en donde están enterrados 14 reconocidos asesinos de aquel conflicto. En confianza, la vez que estuve en Japón, hace un porrón de años pero bastante después de la Segunda World War, me llevaron tan deprisa y por tanto templo que quizá, sin apercibirme, yo misma me postré delante de los Catorce Criminales. Es lo que tiene el turismo de masas corriendo. Y es lo que tiene la vida en general, que te la pasas leyendo a Günter Grass y acabas enterándote de que te ilustraste con alguien que perteneció en su juventud a las SS. Que no le quiten el Nobel. El propio señor Nobel tenía un pasado turbio, como inventor de la dinamita (¿o era de la guillomita?, en materia de armas estoy masivamente destruida), y hasta Henry Kissinger tiene el suyo de la Paz, aunque me precio de no haber leído sus obras completas. Sólo los titulares, que ya fue bastante: Golpe de Estado en Chile, por ejemplo, eso llenó los periódicos en septiembre del 73. Todos se ganaron su Nobel.

Vuelvo al primer ministro japonés, Koizumi, de quien les recuerdo que presume de rockero y es fanático de Elvis Presley hasta el punto de visitar Graceland con los Bush (me da basca pensarlo) cuando estuvo en EE UU, invitado por los actuales inquilinos de la muy usurpada Casa Blanca. Pues bien, su metedura de pata yendo al templo maldito ha sido un prodigio de sintonía, en onda con las complicaciones del parto principesco. Pero ello no es todo, con ser mucho, en materia de japoneseries selectivas y coincidentes. ¿Se dan cuenta de que éste es el momento que Maria Kodama, viuda de Borges, ha aprovechado para ponerse a malas con Gallimard? Como escritora de provincias que soy me estiro boca abajo y morreo el firme para pronunciar el nombre de la ilustre casa editorial: Gallimard, Gallimard, Gallimard. Pues cómo será la sangre nipona de la briosa viuda Kodama que ella, sin alterarse, ha dicho no a la reedición de las obras completas y complejas del maestro.

Detente, Yoko Ono, que sólo faltas tú.

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