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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

La erótica de Dita

Es tan famosa por vestirse como por desvestirse. La mujer de Marilyn Manson se erige en un icono de la provocación y del estilo con su recuperación de la estética y la sensualidad de las 'pin-ups' y las 'showgirls' de los años cuarenta y cincuenta.

Eugenia de la Torriente

Saluda al público sumergida en una copa de martini del tamaño de un jacuzzi. El sexo y los pezones, cubiertos por brillantes. El público aplaude entusiasmado. Algunos de los hombres y mujeres más elegantes y cosmopolitas de la escena londinense descubren en la fiesta de relanzamiento de Garrard, el joyero de la Corona, a la que desde ahora (estamos en 2003) será una de sus mujeres favoritas: Dita von Teese. Artista de teatro burlesco, showgirl, modelo fetichista y retro pin-up; una Venus de 1,55 metros tan famosa en el arte de vestirse como en el de desvestirse. Además de ser la flamante esposa del músico Marilyn Manson. Y aunque para muchos sea este último dato el del reconocimiento definitivo, esta mujer de 33 años le debe poco a nadie que no sea ella misma.

"No podemos nacer supermodelos, pero podemos crear el 'glamour"

Dita nació y creció en Rochester, una pequeña ciudad de Michigan (Estados Unidos), como Heather Sweet, la rubia y pálida hija de una manicura y un maquinista. A los seis años era una niña guapa con una afición peculiar: las películas de los años treinta y cuarenta. En 1978 no era Michael Jackson quien ocupaba su mente infantil y su cuaderno escolar, sino Hedy Lamarr, Betty Grable o Rita Hayworth con sus imposibles y estilizadas fotografías. Y la década de los ochenta no la encontró volviéndose loca por las mallas y el aeróbic, sino empezando a coleccionar vestidos de la década de los veinte. Heather tenía 12 años cuando su familia se trasladó a Orange County, en la soleada California, y pocos más cuando empezó a reenfocar su interés. No sólo le fascinaba la ropa que llevaban las estrellas del pasado, todavía le gustó más descubrir lo que solían llevar bajo ella.

Esta afición le ayudó a conseguir su primer trabajo: a los 15 años se colocó en una lencería de lujo. Allí alimentó su inagotable curiosidad por la ropa que menos se ve y por toda clase de utillería retro. Se fue tan atrás como a 1800, y empezó a fantasear con las más poderosas de las prendas de interior femeninas: los corsés. Tal vez la escritora Elizabeth Stuart Phelps promoviera su quema en 1874 como herramienta de tortura, pero su capacidad para moldear la figura a la imagen y semejanza de sus ídolos sedujo rápidamente a Dita. A los 18 entró por primera vez en una tienda especializada en fetichismo en busca de uno, y ya no hubo vuelta atrás. La inocente fascinación por el glamour cinematográfico se convertiría en una ambiciosa y nostálgica exploración de lo erótico. "De niña solía ver esos musicales de los años treinta y cuarenta, y me encantaba su elegancia. En mi proceso de búsqueda de cualquier cosa relacionada con el estilo de aquel tiempo coleccioné vestidos, fotografías y revistas, y también me topé con el fetichismo y el erotismo de esas eras, incluso del siglo anterior. Allí vi imágenes que me interesaron mucho y quise recrearlas".

Además de corsés, en aquella tienda descubrió las fotografías de Bettie Page, la modelo y pin-up estadounidense de los años cincuenta. Las instantáneas de corte sadomasoquista tomadas por Irving Klaw cinco décadas atrás la volvieron loca; no tanto las imágenes actuales: la realidad del fetichismo contemporáneo -"fotos que carecían de la belleza que yo admiraba en las imágenes vintage"-. Y así, a principios de los años noventa, buscando recrear y recuperar el legado de la más famosa pin-up, Heather desapareció para dejar paso a Dita von Teese: piel de nácar, labios de fuego, melena azabache y curvas más que sinuosas. Todo exquisitamente expuesto. Y presentado bajo un nombre imposible, Dita, en honor de la actriz de cine mudo Dita Parlo. "Luego analicé el listín y decidí que la gente con Von en su apellido era cool". Y aunque iba a ser Tease (sexualmente provocativo, en inglés), la revista Playboy lo escribió mal en su primera sesión fotográfica. Y así se quedó. Dita von Teese.

El erotismo añejo y la estética de otro tiempo le han servido, paradójicamente, para ocupar la decimotercera posición en la lista de las mujeres mejor vestidas según la edición estadounidense de la revista Vogue. Pero el suyo no siempre fue el camino más fácil. "Toda la vida me he arreglado mucho, aunque en algunas ocasiones he rebajado un poco el tono por la persona con la que estaba. Pero al hacerme mayor comprendí que esto era parte de mí. Que arreglarme me proporciona placer y que no debo cambiar por nadie. Me siento aceptada y apreciada por la gente que me importa y por mis fans, y, francamente, ¡no me importa lo que piense nadie más! Lo que me parece raro es que vestir tan elaboradamente fuera en otro tiempo tan normal y necesario, y, sin embargo, ahora sea tan ajeno a mucha gente. Es una pena".

Pero Dita von Teese no es sólo estética, una imagen con la que jugar a recrear fotografías eróticas del pasado. En 1993 encontró la forma de sacar partido a sus 10 años de formación de ballet clásico y de seguir profundizando en su cruzada por rescatar del olvido colectivo fórmulas de sensualidad del pasado. Aunque trabajaba como stripper desde 1990, ese año actuó por primera vez con un espectáculo de burlesque, género cómico, musical y erótico que entretuvo a los estadounidenses desde 1840 hasta 1960. Fue un número con plumas que rendía tributo a Sally Rand, su estrella favorita de los años treinta. Jugando con referencias a espectáculos de strip-tease míticos y aportando fantasías generadas por su propia imaginación, Dita fue concibiendo rutinas cada vez más elaboradas. Hoy se le puede ver descubrir su cuerpo a lomos de un caballo de carrusel cargado de cristales, saliendo de una enorme polvera rodeada de plumas de marabú, duchándose en una bañera dorada, bajando desde las alturas en una luna creciente de estilo art déco… Espectáculos en los que Dita von Teese nunca se desnuda completamente, y que, en alguna medida, juegan con la imaginación. Una delicadeza que, en una era tan mundana, le confiere cierta sutilidad e inocencia. Suficiente como para que la revista Vanity Fair la defina como una "superheroína de lo burlesco" llamada a salvar al mundo de la vulgaridad. "En un tiempo hastiado, ella recuerda a sus espectadores que el sexo puede ser una experiencia divertida e incluso sublime, en lugar de la monótona persecución de sensación en el propio beneficio", decía el artículo que la revista publicó en septiembre de 2005.

Elogios desmedidos, actuaciones en fiestas de firmas de lujo como Louis Vuitton, invitaciones para la primera fila de los desfiles de las marcas más elegantes del mundo (desde Yves Saint Laurent hasta Dior) o apariciones en medios tan globales como la cadena MTV. Dita von Teese ha conseguido todo eso a pesar de dedicarse a una actividad ciertamente no apta para todos los públicos. Nada menos que traspasar la frontera de lo pecaminoso para entrar en una esfera muy pública y muy lujosa. "Eso, por supuesto, me satisface", apunta ella. "Es lo mismo que Gypsy Rose Lee [otra stripper legendaria e impecablemente vestida] consiguió hacer en los años cuarenta, así que ¿por qué no? Además, el teatro burlesco no es tan arriesgado, ¡es una tradición norteamericana! No estoy segura de por qué yo he podido traspasar esas fronteras, supongo que es una cuestión de opinión: tal vez sólo he tenido suerte, o tal vez ¡soy buena en lo que hago! No soy yo quien debe decidirlo. Yo sólo me esfuerzo al máximo, y llevo 15 años persiguiendo mis sueños".

Lo que no depende de opinión alguna es lo bien que Dita ha sabido gestionar sus intereses. Ya en 1992 creó su propia página web, que alberga la ingente colección de fotografías que ha ido atesorando. Retratos tomados, al principio, por fotógrafos desconocidos a los que ella guiaba, y en la actualidad, firmados por nombres de lo más reconocido: desde Juergen Teller hasta Ellen von Unwerth, pasando por Rankin o Pierre et Giles. Imágenes que solamente los socios, previo pago, pueden contemplar, y cuyos derechos posee, casi siempre, ella misma. Porque admirando a Bettie Page no sólo aprendió a posar seductoramente, también tuvo una visión clara de cómo no quería acabar sus días. "Aprendí mucho leyendo sobre Bettie Page y cómo acabó sin nada de dinero porque no era la propietaria de las fotografías que le tomaron", declaraba a The Telegraph el pasado mes de marzo.

Dita, incluso en sus inicios, compaginó su trabajo como vendedora de cosméticos con su actividad como modelo y stripper para así poder elegir y exigir sus condiciones en todos sus contratos. Y se dice que hoy mantiene ese férreo control sobre su imagen y que no firma nada que no haya sido leído por, al menos, tres de sus asesores. "Tal vez más, como cuatro o cinco, en realidad", admite. "Pero ésa es la norma en el negocio del espectáculo. Desde luego, ¡no soy la única con un abogado! Pero me he redactado yo misma los contratos durante años y años, y he vuelto a la gente loca por reescribir acuerdos y suprimir líneas enteras. Pero, honestamente, ¡todos están tratando de explotarte y sacarte lo máximo, así que más vale que seas consciente de ello!".

El mundo la descubrió, sobre todo, a partir de su aparición en la portada de la revista Playboy en diciembre de 2002, luciendo un corsé que reducía su cintura a un perímetro de menos de 50 centímetros; pero Marilyn Manson quedó impresionado con sus encantos bastante antes. Se conocieron en una feria de ropa vintage de Santa Mónica en 1999, y empezaron a salir en 2002. Él la invitó a su concierto el día de su cumpleaños. Ella le regaló una botella de absenta, y cinco días después seguía con él en el autobús de la gira. El hombre más maquillado y amante oficial del lado oscuro del rock era, tal vez, la pareja perfecta para la nívea diva del strip-tease.

Se casaron, en diciembre de 2005, en el castillo irlandés de su amigo el artista Gottfried Helnwein rodeados de unos sesenta amigos y de arcos góticos, en una ceremonia oficiada por el director y escritor chileno Alejandro Jodorowsky. Ella vestía un gigantesco vestido de color púrpura diseñado por Vivienne Westwood, un sombrero de tricornio de Stephen Jones y, por supuesto, un exquisito corsé. El enlace ocupó nada menos que 10 páginas en el número de marzo de Vogue, y, tras él, la novia siguió inmersa en su frenética actividad promocional: Stefano Pilati, diseñador de Yves Saint Laurent, la entrevistó para la revista Interview; ella y Manson posaron para la edición británica de Harper's Bazaar, y en marzo viajó a Nueva York para presentar al mundo su primer libro: 272 páginas y dos portadas que resumen su trayectoria. Un libro, por supuesto, eminentemente lúdico. "Tenía cerca de 25.000 fotos en mi página web y me pareció una buena idea seleccionar las mejores. Además, quería escribir sobre la historia del burlesque y combinarla con mi biografía. Es un libro con dos lados: burlesco y fetichista. Son muy distintos en algunos aspectos y, aun así, muy similares en otros".

Colecciona sombreros y corsés (tiene 350 de los primeros y 400 de los segundos), conduce un Chrysler de 1939, despidió a la única estilista que ha contratado en su vida porque le sugirió combinar sus zapatos años cuarenta con unos vaqueros, y se enorgullece de que su vida privada sea tan elaborada como la escenografía de sus espectáculos. "Nuestras personalidades en el escenario no están lejos de lo que somos en la vida real", confesaba a The Evening Standard en mayo de 2005. "Si te dejaras caer por nuestra casa no nos encontrarías en chándal sentados frente a la tele comiendo cereales". Aunque, para empezar, a usted no le sería fácil acercarse a la estampa familiar. Los Manson se trasladaron hace año y medio a un lugar escondido en el suburbio de Chatsworth (Los Ángeles) tratando de escapar al acoso de los seguidores del elusivo músico. Pero, en el caso de que llegara a meter la cabeza en la mansión, se encontraría con cuatro gatos, dos perros, una cocina años cincuenta de color rosa y elementos decorativos tales como cabezas de babuinos o un ataúd en miniatura.

Está claro que Dita cree firmemente que la belleza está en el artificio. "No todos podemos nacer como supermodelos, pero podemos crear el glamour. El glamour no es la belleza natural, es algo ficticio, y me parece maravilloso que las mujeres puedan utilizar la ropa y los productos de belleza para convertirse a ellas mismas en obras de arte vivientes. A mí no me lleva más tiempo arreglarme que a cualquier otra persona. Sólo elijo pintalabios rojo en lugar de beis, y un vestido en lugar de unos vaqueros y una camiseta. Mi belleza no es más complicada, sólo lo parece porque la gente ya no está acostumbrada a verla a su alrededor. Pero el resto de la gente trabaja tanto o más duro que yo para conseguir la imagen que desea".

Alguien que defiende lo sublime de desnudarse en público, sin duda, tiene que vivir con la realidad de opiniones muy distintas. Aquellas que ven un strip-tease o una fotografía erótica como un ejercicio degradante para la mujer. "Cuando se llega a ese tipo de argumentos, tanto si se habla de porno, de un strip-tease o posar desnuda…, no creo que nadie deba tener una opinión si no ha estado ahí. Incluso entonces, se trataría de su propia experiencia, no de la regla para todo el mundo. El 80% de mis fans son mujeres. Mujeres que vienen a verme hacer un strip-tease y mujeres que compran el carné de socio de mi página web. Y muchas de ellas lo hacen porque les gusta la idea de celebrar la propia sensualidad y están interesadas en un acercamiento alternativo a la belleza y a lo que se considera sexy".

Dita von Teese no quiere ser tomada como un ejemplo de nada. Ella es una mujer libre que ha conseguido hacer realidad su sueño de una vida de imposible glamour cinematográfico y erótico. Vive de acuerdo a sus convicciones y, sobre todo, de acuerdo a sus fantasías. "Por encima de todo, esto tiene que divertirte. Hay que seguir los sueños y recordar que el cielo es el límite".

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