La obra del duelo de Derrida
Parece que el título de la edición original americana de esta recopilación de textos necrológicos y oraciones fúnebres de Derrida, The work of mourning (Chicago, 2001) es más elegante, por claridad y sencillez, que el que elige la edición francesa, o española: se trata de la obra del dolor de Derrida sobre el recuerdo de una figura muerta y de la obra del dolor de esta muerte sobre la propia persona de Derrida. Quizá sean éstos los textos más autobiográficos que escribiera nunca Derrida, efectivamente, porque descubren sus emociones de hombre y amigo, y confesiones sin tapujos en primera persona y en ocasiones duras. A Derrida le hubiera dado vergüenza proponer un libro como éste en Francia, y en su lengua. La insistencia y trabajo de recopilación de discípulos y amigos le hacen publicarlo en Estados Unidos, pero, desbordado el círculo de los destinatarios originales, vuelve a Francia en la versión que traduce ahora Pre-Textos, en la que Derrida hubo de añadir aún los recordatorios de dos nuevas muertes: la de Granel y la de Blanchot. Al año siguiente de esta edición francesa moriría él mismo, en octubre de 2004.
CADA VEZ ÚNICA, EL FIN DEL MUNDO
Jacques Derrida
Tradución de Manuel Arranz
Pre-Textos. Valencia, 2005
372 páginas. 30 euros
El libro reúne, pues, "textos de duelo" de un "melancólico superviviente", "provisional" y "solo", escritos tras el fallecimiento de intelectuales amigos (Barthes, Paul de Man, Foucault, Benoist, Althusser, Jabès, Deleuze, Lévinas, Lyotard, Blanchot...). Resultaría interesante leerlo junto a La isla desierta (Pre-Textos, 2005) de Deleuze ("a pesar de tantas diferencias, aquél de quien me he considerado siempre más cerca"), para percibir el ambiente de esta generación (pos)sartreana, a la que pertenecen la mayoría de los recordados (que son muchos más que los que acabo de citar) y que Hélène Cixous llamó de "los incorruptibles". Un detalle entrañable: "Es una pena que dediquéis tanto tiempo a esa institución, preferiría que os dedicáseis a escribir", decía Deleuze -más retirado, reposado, sedentario- a Derrida y Lyotard, que fueron fundadores del Colegio Internacional de Filosofía.
El título de la edición france-
sa y castellana complica las cosas, pero ofrece el (sin)sentido profundo que recorre el libro: cada vez única (la muerte significa), el fin del mundo. O cada vez único, el fin del mundo (es la muerte). Ambas cosas dicen lo mismo, sobre todo al modo filosófico francés de pensamiento, en el que Derrida sigue discurriendo: el fin del mundo (que significa o es la muerte) es el fin del único mundo que existe cada vez, singular, irreversible; es decir, el final (repetido) de todo mundo posible, del mundo mismo como tal. "La muerte proclama cada vez el final del mundo en su totalidad, y cada vez el final del mundo como totalidad única, por lo tanto irreemplazable y por lo tanto infinita. Como si la repetición del final de un todo infinito siguiera siendo todavía posible"... Esto es lo que quiere decir mundo para Derrida: un imposible significado total, infinito, único, irreversible e irreemplazable, cada vez que perece, que sólo resulta posible por la muerte, imposible, a su vez, como repetición única, cada vez, de un final de mundo así.
Es curioso que, si existiera algún Dios, solucionaría estos absurdos: ni la muerte sería única, cada vez, ni el final de un mundo sería el fin del mundo, cada vez, o viceversa. "Dios quiere decir: la muerte puede poner fin a un mundo, pero no significa el fin del mundo. Un mundo siempre puede sobrevivir a otro. Hay más de un mundo. Más de un mundo posible". Eso es lo que nos gustaría creer... "Pero la muerte no deja lugar, ni la menor oportunidad, ni al recambio ni a la supervivencia del solo y único mundo". ¿Entonces? Es difícil entender la altura (religiosa) de esta lógica repetitiva, donde todo es único en el absurdo, y cada vez ("como si la repetición del final de un todo infinito fuera aún posible..."). ¿Quiere decir esto que también Derrida, el deconstructor, se habría movido en el círculo repetitivo de la unicidad, de acuerdo a su lema más frecuente en el siglo XX, según Jean Luc Nancy, "la frase de Wittgenstein de que 'el sentido del mundo está fuera del mundo', dando por sentado que no hay nada fuera de él"?
Este libro, así pues, es, efec-
tivamente, la obra del duelo de Derrida por sus amigos, y en ese sentido, un emocionado recordatorio necrológico de personalidades relevantes; pero también el reportaje de otros tantos golpes del destino sobre el propio Derrida en los últimos 24 años de su vida. ("Tendré que errar solo", escribe a la muerte de Deleuze.) Si lo primero (con el título inglés) es un panegírico informativo teñido de duelo, lo segundo (con el francés) es absurdo filosófico, enternecedoras metáforas, fruto de la demolición (conceptual) interior que siempre produce el trato con la atrocissima inimica. De ahí esta lógica paradójica y seudopesimista de la repetición única absoluta, que tiñe este gran libro en general. "Este libro es un libro de despedida. Es un adiós. Cada vez único. Pero es el adiós de un saludo que se resigna a saludar la posibilidad siempre abierta, incluso la necesidad del no-retorno posible, del fin del mundo como final de toda resurrección". ¿Ante quién se resigna Derrida, ante la necesidad o ante la posibilidad? (Bendito sea en cualquier caso). ¿Lo sabrá ya?
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