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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Puertos externalizados

Que la mayor potencia del mundo tenga que externalizar la gestión de sus principales puertos -uno de sus puntos más vulnerables ante posibles ataques terroristas o desastres naturales, como se vio con el huracán Katrina- plantea algunos serios interrogantes. La compañía británica P&O, que gestiona 29 terminales en los puertos de Nueva York, Newark, Filadelfia, Baltimore, Miami y Nueva Orleans, decidió vender el contrato a Dubai Ports World, una empresa estatal de los Emiratos Árabes Unidos. El caso ha provocado la rebelión de un grupo de congresistas republicanos, a la que se han sumado no pocos demócratas. En aras de la seguridad nacional, proponen aprobar una ley para que el Congreso tenga la última palabra, lo que ha provocado que, por primera vez en sus cinco años en la Casa Blanca, el presidente, George W. Bush, haya amenazado con vetar esa legislación. Dice el presidente que, al igual que su secretario del Tesoro, John W. Snow, sólo se enteró la semana pasada de una decisión adoptada por su Administración el 17 de enero, que tuvo que contar con el visto bueno del Departamento de Estado, del de Seguridad Interna y del Pentágono.

Es año de elecciones y en noviembre se renueva todo el Congreso y una tercera parte del Senado. Sacar la bandera de la seguridad nacional, que tanto le ha servido a Bush, también puede serles útil a los candidatos al Congreso. En realidad, la empresa de Dubai se ocuparía sólo de la gestión comercial de esos puertos, no de su seguridad, que seguiría en manos de EE UU, lo que no es ninguna garantía para muchos de los ciudadanos, pues esta tarea también se externaliza a empresas privadas. Pese a la Iniciativa de Defensa de los Contenedores, los puertos americanos no tienen la seguridad suficiente, y en sus transacciones puede pasar también dinero peligroso.

En el mismo momento en que EE UU trata de mejorar su imagen en el mundo musulmán, tras los desastres de la guerra de Irak, de toda esta oposición al contrato con la compañía de Dubai fácilmente podría desprenderse la sensación de que hay un sentimiento antiárabe larvado. Las dudas ante esta inversión de 5.700 millones de dólares pueden dificultar otras inversiones extranjeras, árabes o no, que la primera economía del mundo necesita. Pero éste es un caso con demasiados puntos oscuros e intereses ocultos.

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