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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Alcázar se rinde

El cine Alcázar, un clásico de la Rambla de Catalunya de Barcelona, ha cerrado sus puertas para siempre y ya se están llevando a cabo las obras para abrir en el mismo lugar una tienda de la cadena Musgo. Los nostálgicos verán en esta operación toda una imagen de los malos tiempos que corren, con los viejos cines de siempre retrocediendo ante la comercialidad que nos invade, o, puestos en plan poético japonés, viendo como el musgo recubre la triste soledad de las salas de toda la vida y los desteñidos fotogramas de las películas que allí se proyectaron.

Qué le vamos a hacer: el Alcázar es uno más de una larga lista de cines que han bajado la persiana para siempre, junto con el Fémina, el Fantasio, el Catalunya, el Publi, el Roxy, el ABC, el Adriano y un larguísimo etcétera. Por lo visto, lo que se lleva hoy en día son los Home Cinemas o los pases caseros de DVD; los cines, al parecer, han quedado como un fenómeno minoritario. Se acabaron, pues, aquellas viejas salas de sesión doble, con largas colas a la entrada, el suelo forrado de cáscaras de cacahuetes, la fila reservada a las autoridades, las parejas buscando la soledad de las últimas filas y el inevitable anuncio que en el intermedio pregonaba a toda pantalla: "Esmerado servicio de bar en el vestíbulo".

El Lido, antecesor del cine Alcázar que ahora cierra, fue una sala de vanguardia donde se proyectaron películas de Man Ray y Éisenstein

Cada cine que cierra deja tras de sí un largo rastro de nostalgia, de películas que excitaron nuestro imaginario, de mundos que pudieron ser y no fueron. Que se lo pregunten, si no, al maestro Juan Marsé, que escribió El fantasma del cine Roxy, o a Joan Manuel Serrat, que los ha recordado en sus canciones. En el caso del Alcázar, la historia es larga y fecunda. Yo, en particular, recuerdo cuando estrenaron allí My fair lady. Corría el año 1966 y el Alcázar lucía sus mejores galas tras una moderna reforma. Nada entonces permitía presuponer su declive.

Mucho antes de aquellos fastos, sin embargo, el cine de la Rambla de Catalunya se inauguró, el 5 de enero de 1922, con el nombre de Pathé Cinema, tal como recoge el indispensable Els cinemes de Barcelona (Proa), de Joan Munsó Cabús. El "escogido programa" inaugural constaba de Fieras humanas, Los amores de una rana, La sultana del amor y El cabaret y la moda; según rezaba la publicidad, era "el primer local de España" que amenizó sus proyecciones, "al igual que los salones de New York y Londres, con un gran órgano orquestal". Como curiosidad, la inauguración, prevista en principio para el 25 de diciembre, se retrasó porque los trabajadores que construían las butacas pararon al tocarles una parte del segundo premio de la lotería.

El Pathé funcionó siete años y nueve meses con este nombre, hasta que en 1929 pasó a llamarse Lido y se convirtió en una sala que alternaba el cine comercial con la proyección de cine de vanguardia, con películas como Microscopia, una producción de 1912 de Man Ray, y El acorazado Potemkin, de S. M. Éisenstein. Esta etapa se prolongó tres años y medio, hasta que, en 1933, pasó a llamarse Actualidades y, con el lema "La vuelta al mundo en 55 minutos", se especializó en pases de actualidad y la proyección de documentales y de películas de risa y dibujos animados. El precio era entonces de una peseta y en la pantalla se proyectaban documentos como Entrevista al Dr. Goebbels en Ginebra, Los soviets deportivos, El terrorismo impera en Cuba y Un geyser de nafta en Texas.

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Tras el paréntesis de la Guerra Civil, en febrero de 1939 el Actualidades reemprendió su actividad, aunque en septiembre del mismo año, siguiendo el espíritu de los tiempos patrióticos y franquistas que se llevaban, pasó a llamarse Alcázar. Los documentales se aparcaron y el cine pasó a programar filmes comerciales de reestreno. Al cabo de los años, sin embargo, se convirtió en local de estreno, con mayoría de películas italianas, alemanas y españolas.

En 1948, la empresa Balañá cogió las riendas del Alcázar y en 1953 se estrenó allí La isla de los corsarios, con Errol Flynn, Maureen O'Hara y Anthony Quinn, pero fue en 1966 cuando llegó el gran momento del Alcázar, con su reforma a fondo, sus cómodas butacas, su refrigeración (Carrier, por supuesto) y el estreno de un éxito como My fair lady. A esta película siguieron otras: Corredor sin retorno, de Sam Fuller; El mundo sin sol, de Jacques Yves Cousteau; El hombre del brazo de oro, de Otto Preminger, y La venganza, de Ingmar Bergman, que alternaron con filmes de Cantinflas y Walt Disney, destinados al público infantil.

A partir de ahora, sin embargo, ya no desfilarán más historias por la pantalla del Alcázar. Todo cine es ya pasado en esta sala, un pasado recubierto de un velo de nostalgia y con ecos de corsarios como Errol Flynn, de mujeres como Audrey Hepburn y de vibrantes escenas de revolución como las de El acorazado Potemkin. Qué tiempos aquéllos.

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