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Columna
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Paradojas

Definitivamente el gobierno de Rodríguez está entrando de lleno en el pantano donde apenas lanzas una piedra para hacerla saltar sobre la superficie, al primer contacto se hunde irremisiblemente. Cuando parecía que los próximos meses iban a discurrir con la ciudadanía entretenida en el tema de la ley anti-tabaco, en las medidas para acabar con el menudeo de las drogas en los alrededores de los centros de educación obligatoria, en la celebración de las operaciones de detenciones de islamistas sospechosos, en la vuelta de tornillo a la legislación sobre el consumo de bebidas alcohólicas, y, quizás, en el alivio general ante el anuncio gubernamental de que el tema de ETA por fin entraba en vías de solución (con abandono previo y unilateral de las armas por parte de ésta), va y los gozos se hundieron en la ciénaga de la indiferencia, devolviéndonos a la cruda realidad de lo que realmente preocupa e inquieta.

Es verdaderamente lastimoso que todas estas iniciativas conducentes a la ponderación de un nuevo modelo de urbanidad y de buenas costumbres (disiento de mi amigo y colega, el profesor Martínez Sospedra cuando descalifica la ley antitabaco, porque aunque no sea un dechado de perfección, protege con valentía a menores y no fumadores de la agresión hasta hoy extrañamente consentida del humo), y de recuperación de los valores del cuerpo humano saludable, en lugar de disponer de una buena temporada para su debate y cabal aceptación se vean salvajemente arrinconadas por asuntos sacados de quicio por unos y por otros, por alusiones irresponsables al pasado, por referencias ambiguas a razones y causas, y por discursos anclados en intereses ciegos o mendaces.

De verdad que habría valido la pena que todas estas iniciativas civiles que el gobierno de Rodríguez ha asumido con tanto entusiasmo se hubiesen dejado para cuando estuviera ya claro que el Estatut catalán por aprobar, aunque no fuese ninguna maravilla, por lo menos encajaba modestamente en la Constitución. Pero claro, no falta quien dice que la aceleración de todas estas medidas por parte del gobierno obedece al propósito de lanzar una oleada de temas a la opinión para que su impacto, debate y puesta en práctica permitan que escampe un poco el temporal desatado en torno al Estatut; y que, por eso, ante el peligro de que el oleaje de civilidad impida perder de vista el horizonte político, alguien da un paso más contundente para avisar de que ahora y aquí el tema es único, y se llama vigencia de la Constitución tal cual, y que nada de juegos malabares.

Por otra parte, parece inaudito que se atribuya a las declaraciones del teniente general Mena la intención de (impropio) aviso a navegantes, cuando el PSOE, desde el día de la presentación del texto en el Congreso de los Diputados, ya avisó de los asuntos que -de mantenerse-, eran inaceptables por inconstitucionales. Y digo inaudito por no utilizar otros términos menos ambiguos, pues quien quiera ver en las palabras de Mena un aviso del ejército a las pretensiones del Parlament de Catalunya debería plantearse responsablemente si no estará magnificando unos hechos que, en realidad, y de ser así, reconocen a los militares el papel de jueces preventivos ante el trabajo de las Cortes Españoles, y el de censores avant-la-lettre de las competencias que, en caso de recurso, debería asumir el Tribunal Constitucional, lo que ofende a la inteligencia de los demócratas (civiles o militares).

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