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Canción de otoño

Este año, el otoño en Nueva York fue una tarde en amarillo sobre negro. Como todos los años, las tardes soleadas de noviembre han sido en rojo, naranja y ocre, como en todas partes en las que por esta época se encienden de colores las hojas de los árboles. Sentado en Union Square, olfateaba el aire buscando los olores de la melancolía pre-invernal. Sentí que el viento soplaba detrás de mí, giré la cabeza y levanté la mirada. Entonces vi al contraluz una cortina multicolor de hojas muertas que caían, dulcemente, acunadas por el viento y la gravedad. Las seguí con la mirada hasta posarse, suavemente, sobre el abrigo negro de un mendigo negro que yacía inerte, tumbado sobre la escasa hierba de la plaza.

Hay veces en que la defensa de las libertades adquiere tintes oscuros, y éste es uno de esos momentos

Danzando y serpenteando caprichosamente al ritmo de los rayos de sol del final del día, las hojas rojas, naranjas y ocres formaban una tela luminosa y juguetona suspendida en el aire de la tarde. En su último viaje antes de la llegada del invierno, las hojas parecían caer abatidas sobre el abrigo negro. El mendigo, negro, tembló y tosió. Y una flema aparatosa salió de sus adentros. Estaba vivo. (Nueva York. Exterior día. Amarillo sobre negro)

Hay veces que la vida se manifiesta como un anticipo de la muerte. Escondí la mirada, y pensé en París, donde los coches ardían en llamas con la noche de fondo. Paisaje en amarillo sobre negro En la Vieja Europa, la ira de la desidia, el racismo institucional y el desempleo había prendido en algunos barrios. Los jóvenes de la inmigración vertían su rabia contra sus propias banlieues, sin atreverse a atravesar los muros invisibles que les separan de la otra Francia, la Francia de los franceses y el París de los turistas y los enamorados. El Ministro del Interior gritaba "¡chusma!" y "¡expulsiones!". Y el Presidente apelaba, impotente, a los valores de la République con nariz de mentiroso y aires de Louis de Funès (París. Exterior noche. Renault en llamas. Arde libertad)

El aire frío despertó en mi cabeza el virus del miedo y engendró en mí el delirio de "la defensa de la civilización". Entonces oí la voz culta y educada de Tony Blair en la Cámara de los Comunes, poniendo palabras de celofán al peor de nuestros instintos: "¡90 días!" gritaban sus adentros. Tres meses de detención sin puesta a disposición judicial para sospechosos de terrorismo, esa ha sido la respuesta del gobierno de la democracia más antigua y refinada a la plaga del terrorismo islamista. 14 días bastan, han dicho los Comunes y los Lores. ¡90 días! pedía Blair, 90 días de descenso a las cloacas del Estado de derecho para salvaguardar la higiene de los súbditos de Su Majestad.

El mendigo negro, maloliente, se giró sobre si mismo y tosió otra flema. Hay veces en que la defensa de las libertades adquiere tintes oscuros, y éste es uno de esos momentos, pensé. A mi alrededor, los lectores de periódicos en Union Square se informaban alarmados sobre los vuelos secretos de la CIA. Y el lado feo de su conciencia miraba de reojo, sin poder evitarlo, al mendigo inerte. Todos alerta. Por si acaso. Mientras el viento del otoño acariciaba sus cuellos desnudos, las garras de una civilización enferma atenazaban sus instintos. "La CIA crea una red de prisiones secretas", leían en los titulares. "Aquí se tortura", susurraba la voz frágil de la conciencia.

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Para defender la libertad y el modelo de vida occidental, el gobierno de Estados Unidos había decidido exportar sus propias cloacas a tierras lejanas. La Administración Bush no ha dudado en repudiar por escrito las Convenciones de Ginebra y ha condenado a sus presos en Guantánamo a ser espíritus invisibles que vagan por el vacío moral de un no-territorio jurídico. Por ello, no ha debido ser difícil para los abogados del gobierno crear un archipiélago secreto de gulags y mazmorras en ocho países. Asunto: poder vulnerar a gusto, sin interrupciones inoportunas, los límites de la legalidad. Postdata: límites que en su día otros escribieron precisamente para salvar a la democracia de sus peores instintos.

La higiene, siempre la higiene en democracia. La basura lejos, ha dicho Bush. Y en casa, policía, y buena cara. Y en la frontera, barreras. "Que no vengan los inmigrantes", dicen muchos ("por qué no se irá ya el mendigo", piensan otros). ¡Un muro!, gritan algunos en el Congreso. Construir un muro de seguridad desde San Diego (California) hasta Laredo (Texas) para "impermeabilizar" la frontera: la propuesta se ha instalado ya en el corazón del debate sobre la inmigración en Estados Unidos. No han comprendido, pensé. El viento debió impedir que oyeran en el Capitolio unos cuerpos exhaustos chocar contra las verjas de Ceuta y Melilla, y el ruido de los disparos marroquíes que no acertaban a abatir el sueño desesperado de atravesar fronteras.

Estiré el cuello para exponer mi piel al aire y al sol y a las hojas que caían. Y el mendigo... el mendigo era negro, olía mal y no se movía. "Qué bonito es el otoño", pensé, "es como en las películas".

"Esta sociedad debe afrontar una prueba más terrible que la de las fuerzas adversas: la de su propia ausencia, de su pérdida de realidad, de manera que pronto no tendrá más definición que la de los cuerpos extranjeros que pueblan su periferia, de aquellos a los que ha expulsado y que, ahora, la expulsan de sí misma" (Jean Baudrillard).

Borja Bergareche es abogado.

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