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Columna
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Consecuencias

Que el acuerdo entre PP y PSOE para el proyecto de reforma del EACV se presente, de nuevo, como paradigma del camino correcto para la actualización y modernización de los regímenes autonómicos, y que el propio presidente Camps empiece a despegar en el horizonte orgánico de su partido como referente de la perfecta simbiosis entre lo español y lo autonómico no es sólo fruto de la coyuntura en que está viviendo el país. Quiero decir, que no es solo que alguien haya caído en la cuenta de que frente a las duras críticas que desde Catalunya, Euskadi y Galicia, y de ciertos ámbitos de la izquierda le llueven a la actitud radical del PP a propósito de la tramitación del EAC sea menester mostrar que si es dentro de la Constitución ahí está el ejemplo del presidente valenciano para desmentir ese radicalismo; porque, a mi juicio, hay algo más.

En efecto, que sea oportuno para los conservadores airear la convicción firmemente autonomista de nuestro presidente (que sin duda la tiene) como antídoto a oponer a la crítica que los nacionalistas y los dirigentes de la izquierda gobernante lanzan contra el PP, no sólo es un feliz hallazgo sino la demostración más palpable de que el autonomismo de Camps no es inquietado ni por el principal partido de su oposición parlamentaria (el PSPV), ni por los disidentes de su propio partido, ni, mucho menos, por la aceptación popular de formulaciones políticas alternativas cuyo nacionalismo (valenciano) pueda ser percibido como desmentido de su eficacia.

Lo diré más claramente: lo que permite que el presidente Camps aparezca de manera creciente como referente conservador del autonomismo más audaz dentro del marco constitucional es la debilidad argumental e identitaria de sus oponentes en el ámbito valenciano; porque, por una parte, el PSPV-PSOE ha diluido voluntariamente sus componentes de nacionalismo -que en otros tiempos le permitieron ser opción útil para valencianistas de izquierda cultural y confusamente nacionalistas-, en una koiné difusa donde el valencianismo práctico está oscurecido por la política del Gobierno de Zapatero con respecto a los valencianos; porque, por otra, el referente partidario nacionalista es puramente nominal y apenas sí interviene en el argumentario principal de la sociedad valenciana, vamos, que está bastante mudo; porque, en fin, el táctico valencianismo de EU está enmascarado en su programa izquierdista, alejándose ambos del interés de las mayorías; y, finalmente, porque con la inestimable colaboración del catalanismo impolítico a la confusión en el marco de una identidad dual abrumadora (2 de cada 3 valencianos se sienten igual de valencianos que españoles), sólo la suave brisa de la corrección política que en la materia representa el presidente Camps puede servir de consuelo para que de la hipotética frustración y la difusa identidad no se desprendan mayores sobresaltos.

Es la debilidad y correlativa confusión en torno al discurso identitario lo que permite que el autonomismo valenciano conservador se convierta en paradigma de lo constitucional incluso fuera de aquí. La pena consiste en que, siendo el PSPV pieza obligada en la construcción de un engendro tan celebrado, se le esté escapando la gloria ahora que empieza a celebrarse su éxito. A los demás, claro, estas cosas deberían sonarnos un mucho a epitafio de lo que fuimos y a oración fúnebre de nuestras alegres esperanzas juveniles. ¡Y es que la realidad es tan tozuda, tan capciosa, tan de ellos!

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