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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La incombustible apatía

Calificar o solamente subtitular una exposición de arte contemporáneo con la expresión El infierno de lo bello, tal y como lo han hecho el equipo de tres comisarios de Barrocos y neobarrocos encabezado por Javier Panera, trae a cuento inevitablemente la moral del barroco. El barroco fue un proyecto donde los excesos visuales y formales y la exhibición obscena de la crueldad servían subrepticiamente a propósitos intimidatorios y aleccionadores. El barroco fue la suma de las lecciones estremecedoras del asombro y del miedo. El mejor ejemplo, el más extremo, lo ofrecen los ciclos de pintura que Valdés Leal pintó en los hospitales de Sevilla, luego de las revueltas populares desencadenas por la inflación causada por las remesas de oro que venían de América y dejaban en la ciudad el rastro cruento de unas pocas fortunas y de muchísimas miserias. La crueldad de la política transfigurada o sublimada en imágenes terroríficas puestas a perpetuidad delante de los ojos de los monjes y las monjas encargados de aleccionar a las multitudes en desgracia que buscaban algún alivio a sus penurias refugiándose en los hospitales. Se comprende entonces que Panera evoque el barroco histórico mediante una cita de Karl Rosenkranz, un autor del siglo XIX que calificó a la belleza de infernal.

BARROCOS Y NEOBARROCOS. El infierno de lo bello

Da2. Sala de Santo Domingo

y Palacio Abrantes. Salamanca

Hasta el 8 de enero de 2006

Estos episodios históricos hoy parecen sin embargo definitivamente abolidos. El barroco que todavía nos queda, reducido a una mera estética, ya no parece deberse más que a sí mismo. Y las rigurosas lecciones morales que impartía el barroco histórico mediante sus sofisticados y enceguecedores recursos escenográficos no parecen interesar más que a muy pocos de los espectadores contemporáneos, a juzgar por la respuesta del público ante fenómenos culturales tan atractivos y potentes como el de Matrix. Estas dos obras de los hermanos Wachowsky -elevadas ya a la categoría de películas de culto- cumplen, mas aún, extreman por saturación, casi todos los rasgos que Omar Calíbrese ha asignado a los productos de lo que él mismo ha calificado de era neobarroca: exceso, monstruosidad, fragmentación, metamorfosis, laberinto, caos, desorden, distorsión, perversión... Pero ninguna de estas impactantes características estéticas y formales logra que los espectadores de Matrix traguen entera y sin parpadear la moral que impregna el discurso que articula o simplemente ensarta los muchos episodios trepidantes de las dos entregas de Matrix. Si alguna moral puede asignarse a esta amoralidad easy going es la del hedonista que se entrega sin más al ejercicio de ver por el simple placer de ver. Otra cosa es que al final quede hipnotizado y la moralina difusa contenida en la mítica de Matrix se apodere de él de forma inconsciente.

El cultivo deliberado de esa

clase de hedonismo está representado en Barrocos y neobarrocos por diversas piezas, entre las cuales la más seductora es obra de Assume Vivid Astro Focus, un artista brasileño residente en Nueva York. Se trata de una videoinstalación emplazada en la planta baja del Palacio Abrantes, donde AVAF compone una colorida polifonía acústica y visual que evoca obviamente los desenfrenos del carnaval de Río y cuyo centro excéntrico es la proyección de las imágenes del rostro de una corista, sin que podamos saber en definitiva si es una mujer o un travestido. Ocasiones de la ambigüedad.

Pero no todos se toman el asunto de la recepción y el reciclaje de las estrategias barrocas con tanto desparpajo. Hay quienes, como la fotógrafa mexicana Daniela Rosell, que en principio no buscan duplicar en su trabajo los delirios de la ornamentación barroca sino que los encuentra en las modelos que elige, chicas de la alta burguesía mexicana captadas en la intimidad de sus fantásticos escenarios domésticos. El resultado bordea sorprendentemente los límites de la más contundente denuncia. Y están también los hermanos Chapman del Reino Unido, quienes exponen un conjunto de grandes calaveras recubiertas de frases entre tontas y sardónicas que trivializan sin remedio al más fúnebre de los emblemas incluidos en las vanitas.

El horror, lo monstruoso y lo grotesco son, en cambio, los terrenos elegidos para desplegar sus obras por artistas como Matthew Barney, Lee Bull, Berlinde de Bruycke, David Nebreda, Tony Matelli, Jonathan Meese, Erwin Olaf, Ray Smith o Una Szeemann, quien presenta Thrill Me, una incisiva videoproyección hecha con collage de los videoclips de Michael Jackson desde cuando era apenas un niño hasta hoy, cuando convertido en una suerte de transgénico humano, pálido y fantasmal, que vive perpetuamente acechado por los jueces y la policía.

El sadismo, esa experiencia de frontera del pensamiento ilustrado, ese sueño de la razón que engendra monstruos, es el motivo de una impresionante pintura expandida de Pablo Alonso, compuesta a partir de los grabados con que se ilustraron las primeras ediciones de las obras del Marqués de Sade. Y la cita y la interpretación de obras maestras de la pintura son el motivo recurrente de las piezas expuestas por Elena de Rivero, Philip Bradshaw, Walter Goldfarb, Wang Qing Song o Eva Sussman, que mediante el vídeo desdobla a Las Meninas en una representación teatral.

Cabe mencionar por último a dos inclasificables, Julian Rosefeldt y Lars Nilsson, cuyas obras son quizá las mejores entre todas las incluidas en esta extraordinaria exposición. La de Rosefeldt es un despliegue de siete videoproyecciones que interpretan en clave operística el destino que Europa le asigna a los inmigrantes. Y la de Nilsson, titulada In orgy, nos pone delante de la sospecha de que la actual opulencia visual no es más que el síntoma de una incombustible apatía.

'The web cage' (1998), de Liu Zheng.
'The web cage' (1998), de Liu Zheng.

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