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DESAPARECE UN PERIODISTA TOTAL
Columna
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Irreemplazable

Estoy anonadado por la noticia. Mi ánimo no admite la desaparición de Eduardo. Surge inmediata la evocación de la mejor época de nuestro trabajo codo a codo en Triunfo. Y también, implacable, me invade el recuerdo de cuando él y yo nos reuníamos a menudo en inolvidables almuerzos y traveseábamos sobre a quién tocaría escribir la necrológica del otro. Yo protestaba porque la edad me convertía en seguro candidato. Un torpe azar ha dispuesto lo contrario. De ahí mi desconsuelo.

No hace mucho, en su Visto / Oído, E. H. T. recogía el Vuelva usted mañana de Larra, transponiendo a la actualidad aquella tremenda verdad. Lo que Haro no imaginaba es que dentro de un siglo él mismo será recordado con idéntica importancia a la del propio Larra. (Y pienso a la vez en otro inmenso escritor de aquella excelente cosecha de Triunfo también injustamente desaparecido: Manuel Vázquez Montalbán).

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Quienes hemos compartido con Eduardo Haro muchos años de tarea sabemos de su gran capacidad de trabajo, de su enorme eficacia a la hora de contar cada semana, cada día, con sus compromisos. Daba igual que se tratara de editoriales, reportajes, críticas, columnas o simples artículos de opinión: siempre eran sobrios, invariablemente certeros, excelentemente escritos. Con una ventaja añadida para el responsable de una publicación en aquellos tiempos: el artículo dos de la ley Fraga serpenteaba entre las galeradas sometidas a la torpe indagación de tales funcionarios. Resultaba tranquilizador contar con la seguridad de que difícilmente la censura haría mella en cualquiera de sus crónicas, gracias a la aguda visión que Eduardo poseía de la pobre cultura de aquellos censores. Su inteligente escritura los sorteaba hábilmente. Y es que la actitud de Haro fue siempre la de proceder según el signo del mejor periodismo: mostrar como fácil lo dificultoso, natural lo arduo, liviano lo profundo.

Quizá lo más admirable de Eduardo Haro Tecglen resida en su gran capacidad intelectual, de la que se desprende una enciclopédica cultura. Puede afirmarse que no necesitó de nadie para adquirirla. Sus libros constituyen una evidente muestra de su ingente erudición. Cuando hablábamos de su vida, me contaba de su largo aprendizaje en el periodismo militante a pesar de las penosas dificultades por ser hijo de rojo. Y siempre recordaba como ejemplo la independencia absoluta de su padre como director de un diario de izquierdas durante la República y la Guerra Civil. Independencia que heredó y hasta incrementó el propio Eduardo, como atestiguan sus más recientes columnas en EL PAÍS. En estas tristes circunstancias, considero un imperativo moral e ideológico dejar constancia de mi adhesión a los postulados que ha defendido.

La cultura española ha perdido a alguien irreemplazable. Verdaderamente, la desaparición de Eduardo Haro Tecglen deja huérfano al periodismo español.

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