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Reportaje:ARQUITECTURA

Etiqueta negra

ARQUITECTURA

Jean Nouvel siempre viste de negro, como negra es buena parte de la obra que lo convirtió en una figura internacional. El arquitecto francés ha sabido extraer infinidad de matices del luto: desde el más mate, denso y profundo, como un pozo sin fondo, hasta el más brillante y lleno de reflejos, como un cristal de azogue. En su caso el negro no es ausencia de color, sino sinónimo de intensidad cromática y a veces de ambigüedad perceptiva. El centro cultural Onyx, la Ópera de Lyón, los centros de congresos de Tours y Lucerna o el Palacio de Justicia de Nantes pertenecen a esa singular familia de proyectos oscuros que jalonan la trayectoria de Nouvel, a los que ahora se suma una obra madrileña.

En el caso de Nouvel el negro no es ausencia de color, sino sinónimo de intensidad cromática y a veces de ambigüedad perceptiva

Reunido en el propio museo en noviembre de 1999, el jurado del concurso internacional para la ampliación del Museo Nacional Reina Sofía adjudicó el proyecto a Jean Nouvel. No sólo el nombre del ganador, sino también el de los autores de las propuestas clasificadas en segundo y tercer lugar -Dominique Perrault y Juan Navarro Baldeweg, respectivamente- y los del resto de participantes proclaman que fue una convocatoria de primeras firmas, con el objetivo de procurar a la institución una sede a la altura de su importancia como núcleo de referencia del arte español moderno y contemporáneo. Las salas del viejo hospital de Sabatini que el Reina Sofía ocupaba desde su creación se destinarían a la colección permanente, mientras que los nuevos espacios de la ampliación servirían para alojar las exposiciones temporales y mejorar otras dependencias complementarias.

Desde entonces hasta hoy se han sucedido un cambio en el Gobierno de la nación, varios ministros de Cultura y tres directores diferentes al frente del museo. A pesar de ello, el nuevo edificio es fiel al proyecto de concurso: se fracciona en tres cuerpos -exposiciones, auditorio y biblioteca- dispuestos en función de la forma trapezoidal del solar para crear entre ellos una plaza, y todo el conjunto se unifica mediante un dosel metálico que se eleva hasta enrasar su altura con la línea de cornisa original del hospital y vuela sobre la acera. De zinc en su cara superior, forrada en su parte inferior de aluminio lacado en rojo y atravesada por huecos de acero inoxidable por donde la luz rebota y resbala, esa gigantesca cubierta es el elemento más memorable de una obra espectacular. Ni el visitante desde la plaza interior ni el viandante desde la calle pueden evitar alzar la mirada hacia ese espejo trucado que transforma la imagen de la ciudad en espectáculo urbano.

Jean Nouvel encadena inaugu-

raciones en España. El pasado día 16 cortó la cinta de la torre Agbar en Barcelona, y el próximo lunes hará lo propio en Madrid con el Centro de Arte Reina Sofía. A pesar de su apertura casi simultánea, el proyecto del museo es anterior al del rascacielos y ha tenido hasta ahora peor fortuna crítica. El proceso de construcción de ambos edificios recibió una atención constante. Si el fuste de hormigón de la torre fue ascendiendo hasta llegar a parecer el campanile metafísico de un cuadro de Giorgio de Chirico, el armazón metálico del museo recordaba el formidable mecano de Fernand Léger en su óleo Les constructeurs, état définitif. Transformado en géiser multicolor por efecto de una piel de chapas de distintos tonos y lamas de vidrio, el rascacielos apepinado de la plaza de las Glorias se juzga novedoso y tiene más partidarios que detractores; bicolor y revestido de vidrio, aluminio, acero inoxidable, poliéster y granito, el museo madrileño despierta ciertas reticencias entre los entendidos porque parece demasiado evidente su pertenencia a la familia de edificios oscuros de Nouvel, que son como sofisticadas máquinas con los dispositivos ocultos bajo impecables carrocerías. Pero este reproche que no se oyó en los primeros momentos tras el concurso podría hacerse extensible a tantos otros arquitectos o artistas con vocabularios definidos y soluciones recurrentes.

Abierto parcial y prematuramente al público por necesidades de programación el 25 de junio del pasado año, e inevitablemente marcado en los últimos tiempos por la polémica de un nuevo plan museográfico unánimemente criticado y por el affaire veraniego de la gotera sobre el cuadro de Juan Gris, los nuevos espacios de la ampliación se someterán pronto al juicio ciudadano. A Alberto Medem, colaborador en el estudio de Nouvel y director del proyecto, le preocupa que cada superficie esté perfectamente pulida y que cada mecanismo esté milimétricamente ajustado, pero no tiene dudas respecto a lo realizado.

Respecto a la ciudad consolida-

da, Nouvel cree que no debe conservarse en formol y que la continuidad radica a veces en la ruptura. En Madrid ha optado por respetar lo que había, pero también por ofrecer su propia interpretación de un enclave fronterizo entre el horizonte despejado de la plaza de Atocha y el tejido abigarrado a espaldas del museo. Además de trocear los usos, los cambios volumétricos en las piezas -alargado el cuerpo expositivo, horizontal el de la biblioteca y ovoide el del auditorio-, los vacíos que se crean entre ellas y las variaciones de materiales que las singularizan multiplican las oportunidades de apreciación del edificio como un todo o por partes. De cada una de esas partes cabría destacar al menos tres cosas: de las salas de exposición, sus dimensiones precisas, su sobriedad casi anónima y su sofisticado sistema de iluminación; de la biblioteca -enteramente forrada de madera de Jatobá y protegida hacia la calle por una pantalla de lamas rojas regulables-, su confortable calidez material, la caja de la nueva librería asomada sobre la sala de lectura y la delicada factura de su monumental lámpara, una lente diseñada por el estudio con 4.500 dados de vidrio extraclaro moldeados en La Granja, y del auditorio, igualmente rojo por último, la morbidez aerodinámica de sus líneas carenadas, la elegancia sin excesos de la sala y los efectos escenográficos en el foyer, los espacios de circulación y la cafetería-restaurante donde oficiará Sergi Arola.

Si como estaba previsto se hubiese adelantado la boca del túnel de la ronda de Valencia para amortiguar el rumor del tráfico, la plaza interior pavimentada de granito sería un oasis de luces y sombras. Con todo, las entradas independientes que tienen cada una de las dependencias y su funcionamiento autónomo estimulará la llegada de otro público que se sumará a los visitantes de las exposiciones para llenarla de otros sonidos. Alberto Medem dice que ver ese recinto poblado será un síntoma inequívoco de que la ciudad se ha apropiado del museo; tal vez será también una constatación de que este edificio oscuro no es un subproducto de la factoría Nouvel y merece una etiqueta negra.

Fachada del auditorio en el vértice de la calle de Argumosa y la ronda de Atocha.
Fachada del auditorio en el vértice de la calle de Argumosa y la ronda de Atocha.MIGUEL DE GUZMÁN

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