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Reportaje:LA COSTA LITERARIA | Verano 2005

Arena de playa

Nací y crecí en una familia siempre fronteriza: en sus geografías de origen, en los rumbos, en la riqueza y hasta la pobreza. Quizá por ese motivo el Peñón del Cuervo, nuestra playa de cada verano, se encontraba en el límite de Málaga con el primer pueblo al este del litoral, justamente entre El Candado y La Araña.

Acaso se debió también a que, por aquel entonces, apenas había playas en la capital de la Costa del Sol, qué cosas. El Peñón del Cuervo daba y aún da nombre a una pequeña cala de cuyo nombre desconozco el origen. Puede que lo sepan los eruditos que en el mundo son, pero ya el clásico de los clásicos advirtió que la erudición engaña. Si no cierta, estaría muy bien hallada la tradición que asegura que un día se posó allí, en medio del mar, un cuervo desubicado sólo para nombrarla.

Llegados a la playa, el padre clavaba la sombrilla con energía y potencia admirables
La tradición asegura que un día se posó en medio del mar un cuervo desubicado

Aquel entonces fue el verano de 1967. El padre, fronterizo entre la riqueza, el rumbo y la pobreza, tenía un automóvil, Renault 4 verde claro como los días de agosto claros, que en ocasiones arrancaba gracias a una manivela a modo de starter futurista. De habernos visto, Marinetti hubiera alucinado en colores sepias. Antes de subir, al mediodía, nos enseñaba el padre a calibrar la dirección del viento como los grandes jugadores de golf, mojándose con saliva el dedo índice y clavando la sentencia: "Hoy sopla Poniente. Habrá oleaje". En nuestras vidas no había irrumpido Ana Obregón, y ya éramos siete en el coche más el kit de la época: sombrilla, cubos, palas, pelota y gafas de bucear. El Paseo Marítimo de Málaga, quién lo viera, estaba recién inaugurado y no lo recorría un alma. Llegados a la playa, el padre clavaba la sombrilla con una energía y potencia admirables, mientras la madre nos rociaba de crema hidratante pura y dura, protección cero patatero. Y todos con el gorro en las cabezas, cuando todavía teníamos pelo.

El peñón del Peñón del Cuervo era una roca que se levantaba, mar mediante, a unos cuantos metros de la orilla. (Hoy sigue en pie, pero me cuentan que la naturaleza o el MOPU, Deus sive natura del siglo XXI, ha habilitado un camino de arena para llegar hasta allí desde el transistor.) El clásico escribiría, con erudición verdadera, que se trata de un farallón. La playa era de arena oscura hasta el punto fronterizo en que los pies se topaban con las piedras, breves y leves, que limpian las calas de Málaga. Según la marea, en aquel entonces de 1967 podía llegarse al farallón caminando sobre el agua o a nado libre. Los adolescentes se arrojaban desde la roca para impresionar a las enamoradas, pero a nosotros sólo nos impresionaba el padre con las gafas de buceo, primero perdido en el mar y después, a la hora del aperitivo, tomando su tinto con casera en un kiosco, aquí llamado chambao, que habilitaba en verano el aguador del predio. Las algas, las medusas, el alquitrán, que no nacieron ayer en las costas de Málaga, completaban el cuadro.

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Y, si hacía viento de Levante, los peces chapoteando en la misma orilla, a unos cuantos metros de nosotros y del peñón que daba nombre y sentido a la playa.

No sólo la erudición: también la nostalgia trata de engañarnos en los casos perdidos en el laberinto del recuerdo, como es su deber artístico. A la vista de las fotos y la memoria, a uno le tienta quedar atrapado en lo que Ismael Serrano canta "la vacía pena del viajero que regresa". Mas el único regreso que he de evocar de la playa del Peñón del Cuervo en 1967 es el de los siete en el coche, devorados por el apetito, hacia la casa donde también se hospedaban dos estudiantes francesas en bikini súbito, lo juro, que flotaban la economía de una gente fronteriza. Lo único cierto entonces es que las piedras salpicaban la avenida de aquella ciudad ahora irreconocible mientras maceraba un tiempo en que bajo los adoquines habría arena de playa. Como en el Peñón del Cuervo.

Verano 2005

Javier La Beira (Málaga, 1962) es filólogo, crítico literario, articulista y narrador. Ha publicado recientemente el libro de relatos Las estaciones del abandono.

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