_
_
_
_
_
Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La rebelión de los cómicos

La Plataforma de las Artes Escénicas, con el concurso y solidaridad de otros colectivos culturales, celebran mañana una asamblea en Valencia para protestar contra la política de la consejería de su ramo en aquello que les concierne: el teatro. El motivo inmediato de esta rebelión ha sido la reciente destitución del director general de Teatres de la Generalitat, Juan Vicente Martínez Luciano, a quien parece que sus superiores le han reprochado ser más proclive a los intereses de este gremio que a sus obligaciones como alto funcionario institucional. Por lo visto se le aplicó la concluyente norma "conmigo o contra mí", que no da pábulo a la mediación. Ignoramos si hay otras causas más consistentes. En todo caso, este episodio sólo ha sido la gota que colma el vaso del malestar largamente condensado entre los actores y actrices profesionales valencianos.

Julio A. Mañez y Ferrán Bono, que son los especialistas de estas páginas en asuntos culturales, han comentado e informado con su sobrada solvencia acerca de este conflicto, que ni es nuevo ni responde a motivaciones insólitas. El colectivo que nos ocupa, mediante sus cualificados voceros, ha sido insistente en la crítica a una política cultural que, a su entender, no le ha otorgado la debida relevancia, sintiéndose especialmente escarnecido por la inversión o derroche -según se mire- en fastos teatrales, como los montajes de Las Troyanas o Comedias bárbaras que, a su discutible juicio, apenas incidían socialmente. Dicho en otras palabras: que esas cifras millonarias puestas a disposición de Irene Papas y Bigas Luna habrían sido más útiles en otras manos y al servicio de otros criterios culturales y de gestión. Acaso lo suyos.

En suma, que con unos u otros eufemismos, estamos hablando de dinero, además, claro está, de otras cosas, pero fundamentalmente de dinero público para subvencionar empresas o iniciativas privadas, las mismas que están en pie de revuelta. Llegados a este punto, sin números en la mano, el lector u observador poco familiarizado con este ocio, espectáculo o negocio se desorienta totalmente. De un lado, la Administración asegura -y eso es verificable- que cada ejercicio aumenta la dotación para subvenciones, que últimamente se ha establecido entre 11 a 13 millones. A la par se alega que el esfuerzo económico no se compensa con la respuesta del público, que no es la esperada, sin que ello cuestione la calidad de artística de la oferta. Puede ser correcta, buena incluso, pero sin calar en el vecindario. Las causas, variadas, empezando por la crisis general del teatro.

Lo cual nos lleva, ciertamente, a considerar el papel del Gobierno, casi permanentemente puesto en solfa, pero también las circunstancias del sector teatral valenciano, que no sólo es empresarialmente inmaduro, estructuralmente atomizado y económicamente adicto a la subvención. La descripción es un sumario del estudio que llevó a cabo el profesor Luis Bellvis, de la Universitat de Valencia, en 2002, y que continúa siendo válido en todos sus términos, según confirman algunos cualificados protagonistas, que no ven visos de rectificación. Todavía resisten 50 o 60 grupos teatrales a la expectativa del favor político. ¿Cuál de ellos ha intentado emanciparse y volar a su aire, asumiendo los riesgos correspondientes?

Pues como esto no tiene trazas de cambiar, ya que nadie opta por vivir a la intemperie, bueno será que el sector comience a mentalizarse en justificar su rendimiento ante el contribuyente. Ya no basta con airear el descrédito de la gestión pública, o el desmadre de una determinada política cultural, que eso de criticar es sano, pero no basta. Habrá que saber -y divulgar- con qué criterios se otorgan los dineros, cómo se justifican, cuántos espectadores moviliza cada montaje, a qué llamamos profesionales del teatro y qué cuotas de riesgo asumen. Quizá a partir de una autocrítica sin autocomplacencias se legitime más y mejor el cabreo de los cómicos, peritos en poner a parir la gestión pública y callar las flaquezas privadas. A todo esto, ¿a qué gente le interesa todavía el teatro, y qué teatro? A lo peor, la madre del problema está en que las funciones no llenan, o lo hacen excepcionalmente, incluidas las necesariamente minoritarias, flor de un día. Los números, obviamente, no lo dicen todo, pero constatan, al menos, si estamos financiando a un muerto.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_