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Columna
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Espacio vacío

Que en la playa y las instalaciones del Fórum barcelonés haya poca gente es una ventaja para degustar con premura. La tranquilidad, el espacio son hoy un lujo al alcance de muy pocos. Mientras la ciudad, sus playas, sus calles y las carreteras están atiborradas, llenas de ruido y de toda clase de líos creados por la avalancha humana, en el Fórum -pasé por ahí una mañana semilluviosa- uno puede llegar a tener la sensación de estar en el fin del mundo: la Conchinchina en casa. Y, eso sí, cemento a mansalva, lo cual crea un paisaje a la vez propicio para la desolación y a la meditación zen.

Este incomparable lugar barcelonés gustará a los excéntricos, amantes de nuevas sensaciones y novelistas de la generación joven capaces de ver poesía en la dureza implacable del vacío total. En tanto que contra metáfora de la época, el espacio del Fórum es un regalo provisional que la casualidad ha puesto a nuestro alcance. Un regalo en el que las personas degustan su condición de hormigas perdidas en la inmensidad e incluso agradecen el trajín de unas obras lejanas, el perfil vulgar de un chiringuito de plástico y las evoluciones salvajes de un puñado de patinadores.

Sólo el Fórum da hoy testimonio de la quimera más desmentida: somos muy pocos en el mundo. Es una sensación que vale la pena y que, con toda probabilidad, durará poco: efectivamente, hay gente de sobra para llenar el Fórum y lo que se tercie. Llegarán pronto, con sus prisas, excitación y griterío a cuestas, familias enteras, grupos de amigos, manadas de niños, jóvenes y predicadores resabiados. Con ellos llevarán bocadillos, vasos de plástico, artefactos inútiles y, sobre todo, teléfonos móviles -hay 37 millones en España- a través de los cuales dar cuenta al mundo de que la tranquilidad se ha acabado en el Fórum y todo es, pues, normal. Los gastos de mantenimiento y limpieza subirán en proporción a las dimensiones de la invasión: dicen que todo está previsto. Cuando eso suceda se considerará un éxito y una gran noticia. Y lo será: este espacio dejará de ser una especie de club privado clandestino y se convertirá en lugar público, estentóreo, caótico, lleno al fin como una manifestación cualquiera.

El Fórum es aún un territorio sin conquistar, un recodo sin explorar, un hueco en el abigarramiento planetario: su destino es extinguirse, desaparecer, sucumbir al éxito de los espacios llenos donde la cháchara es incesante y el ruido global, sin tregua. Es el signo de los tiempos: también hemos conquistado el espacio vacío de Internet con una sobreocupación masiva donde se refugian todos los que no quieren estar solos. Este año seremos mil millones de internautas según Francis Pisani, reputado experto francés, y se venderán 600 millones de móviles con cámara y acceso al espacio virtual (en 2004 fueron 257 millones). Un total de 10 millones de personas en el mundo se han convertido en bloggers, esa gente que nos cuenta su vida, exhibe su ego y sus neuras sin que se lo hayamos pedido, pero a la que atendemos gustosamente cuando cumplen con su papel en el circo. La cháchara atronadora nos gusta tanto como el amontonamiento que nos vuelve locos.

Los espacios reales, e incluso los inexistentes, tienen tal overbooking que la relación y la comunicación entre personas suele acabar en gigantescos malentendidos planetarios. Así, por ejemplo, la Casa Blanca -Washington mismo- ya acredita a bloggers en sus conferencias de prensa y sus versiones apocalípticas llegan, instantáneamente, a todas partes. Que ya no sepamos qué es verdad y qué es mentira, qué es realidad y qué es fantasía, qué es información y qué es bazofia es una pequeña consecuencia de esta normalidad contemporánea. Lo extraordinario, por tanto, es el vacío, el espacio virgen, fuera de moda. En vacíos provisionales y malditos como el del Fórum es donde uno recupera los sentidos y el sentido de la orientación. Hay que guardar bien el secreto.

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