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Columna
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Adiós

El hecho es que me tengo que ir. La vida corre presurosa, los cambios imponen su ley, no hay cimiento ni en el alma ni en el viento... y hay que saber decir adiós a tiempo. Me parece mentira, pero llevo ocupando este espacio cada martes desde el 16 de abril de 2002. Se trata de más de tres años de la vida de uno, lo cual no es baladí a estas alturas.

Tener una columna semanal es un privilegio para la persona a quien se confía. Permite establecer con el mundo allí fuera un contacto diferente a cualquier otro. Permite informar, permite opinar, permite llevar la contraria, permite comentar algo que tal vez haya pasado inadvertido para alguien, permite sugerir una reflexión, recomendar una lectura, una visita, un disco, una pelìcula, una exposición, un paseo. Permite provocar un poco. Y hasta permite rectificar, que siempre es una satisfacciónl. Por todo ello agradezco sinceramente a El PAÍS la invitacion que se me hizo en su momento para sumar mi esfuerzo al de los demás columnistas de un diario sin el cual, como he dicho numerosas veces, no tendríamos la España que hoy tenemos (recuerdo que se lo expresé así a cierto consejero palaciego durante un banquete celebrado en la Alhambra en honor del Príncipe de Asturias, y que me contestó que no estaba tan seguro, con lo cual me pareció oportuno buscar rápidamente otro tema de conversación).

El autor de una columna semanal vive, forzosamente, en función de su próximo suelto. Ello no le impide llevar a cabo otras tareas, claro está (bueno sería), pero influye mucho en su manera de vivir cada día, siempre un poco a la caza del embrión del siguiente comentario. En mi caso esta circunstancia me ha hecho vivir, sin duda, con más intensidad (y, a, veces, con más ansiedad, no lo niego). Me ha hecho salir de casa, me ha hecho conectar con personas a quienes de otra manera no hubiera conocido, me ha hecho llevar a cabo pequeñas indagaciones que no me esperaba y que luego resultaron entretenidas. Incluso ha influído para que aceptara una invitación a Islandia. Y a veces, gracias a la versión digital del diario, han llegado reacciones o saludos de personas en otros países y continentes. La experiencia ha sido muy positiva.

Repasando los títulos de las columnas me doy cuenta de que lo que más me ha preocupado durante estos más de tres años ha sido la situación, siempre inquietante, del medio ambiente andaluz, sobre todo el granadino, la eterna polémica acerca de las tres culturas (¡cuidado con los Pío Moa del arabismo español!), y la recuperación de la tan lastimada memoria histórica (¿cómo se permite todavía la tenaz pervivencia de símbolos fascistas en calles y plazas del Sur?). Tal vez he insistido demasiado sobre estas cuestiones, así como sobre los dos poetas andaluces que más me llegan al corazón. Tal vez hubiera debido dedicar más atención a la política, a la enseñanza, a los problemas sociales concretos de mi comarca. O tal vez ha mandado la fatalidad. Sea como fuera he aprendido tanto durante estos cuarenta meses de bregar semanal, y me he hecho tantos amigos, que no puedo por menos de sentirme muy en deuda con EL PAÍS y sus lectores. A todos mi gratitud.

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