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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La muerte, ese trance

La mayoría de las personas nunca han visto agonizar a nadie, día tras día, de cerca y en directo, porque agonizar, en los países ricos, lo hace ya casi todo el mundo en hospitales, ya sea en urgencias, o en planta, o en la UCI. Por eso hasta los familiares más cercanos se suelen ahorrar el presenciar las convulsiones, los jadeos, los quejidos y los estertores de quien agoniza lentamente porque ya no hay cura ni remedio posible.

Pero la gente que amamos a los animales y además tenemos perros en casa, tenemos por fuerza la ocasión de asistir en primera fila al siempre terrible espectáculo de la muerte de esos para nosotros también seres queridos, y cuya agonía no se diferencia en nada de la de cualquier persona. El trance de la muerte no es como tantas veces nos lo pintan en las películas, donde el moribundo pronuncia sus últimas y serenas palabras y de golpe, deja caer su cabeza como suavemente dormido. El trance de la muerte es una lucha despiadadamente feroz donde hasta la última célula del cuerpo se aferra a la vida, donde los dolores se multiplican y se vuelven insoportables hasta hacer retorcerse y convulsionarse a quien está muriendo. Jamás he visto a uno solo de mis perros morir apaciblemente, salvo en dos casos en que les he practicado la eutanasia activa.

Hoy he hecho la eutanasia a mi perra Aline, la niña de mis ojos y todo un récord de supervivencia: 15 años, lo que en un dogo alemán equivale a unos 140 años en humanos. Después de tener problemas para caminar quedó postrada en su cama de donde sólo se levantaba, con ayuda, para hacer sus necesidades. Después ya no se podía levantar ni siquiera con ayuda y se lo hacía todo encima, con lo que había que estar constantemente cambiándole los empapadores. Después dejó de comer y empezó a vomitar todo lo que se le daba por vía forzada y además empezaron los lastimeros quejidos que los calmantes sólo lograban aliviar un poco. ¿Qué debería haber hecho?

¿Dejarla agonizar durante días o semanas en medio de dolores insoportables? Pues con una enorme pena he mandado venir a un veterinario que, sin alterar su entorno ni moverla de su cama, le ha inyectado en vena una sobredosis de anestésico que la ha liberado para siempre de su sufrimiento, aunque a mí la pena y el inevitable sentimiento de culpa me durarán mucho tiempo.

¿Por qué esto mismo no es aceptable para los animales humanos, o sea, las personas?

¿Por qué ni siquiera es aceptable una sedación paliativa que ahorre al moribundo los sufrimientos del siempre terrible trance de la muerte? No en vano existe por ahí una santa que dicen que es la patrona de la buena muerte.

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