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Los retos de la política suave de Zapatero

Zapatero ha puesto sobre la mesa, en su primer año como presidente del Gobierno, una agenda política llena de voluntad de cambio y ambición transformadora. La duda es si le bastará con su ya conocido talante para ejecutarla y ponerla en marcha, y si el Gobierno está preparado para librar las duras batallas que se le avecinan. Con su admirado Quijote por bandera, el presidente Zapatero ha puesto en un año a Rusia, Irán, Cuba y Bolivia en lo más alto de la agenda diplomática española; ha sacudido los monacales cimientos de la moral privada española reformando la legislación civil para poner fin a la discriminación de los homosexuales y ha dejado de lado la estrategia de "al enemigo ni agua" del anterior Gobierno para intentar solucionar lo irresoluble, la violencia de ETA y el laberinto vasco.

La duda es si el Gobierno está preparado para librar las duras batallas que se le avecinan

En política exterior, una vez amortizados los bríos iniciales de la retirada de las tropas españolas de Irak, no sabemos muy bien hacia dónde va el Gobierno. Está gestionando adecuadamente las relaciones con nuestros vecinos más inmediatos, Francia, Portugal y Marruecos y limando las aristas nacionalistas que desenvainó Aznar. Y es verdad que el Gobierno ha logrado reparar la crisis de confianza con Estados Unidos, aunque cabe preguntarse si los apuros que pasó el presidente para ser fotografiado con Bush en la visita de éste a Bruselas el pasado mes de abril eran realmente necesarios.

Pero en política europea, las constantes llamadas retóricas de Zapatero al "regreso a Europa" no son suficiente respuesta al fracaso de participación en el referéndum y a la grave crisis de falta de rumbo y liderazgo que sufre la Unión. El reciente encuentro en París entre Chirac, Schröder y Zapatero con el autócrata ruso Vladimir Putin -que calificó a la reunión de "club informal de amigos de Rusia"- es más inquietante que reconfortante, y las propuestas de reducir el presupuesto comunitario al 1 o al 1,07% del PIB de la Unión para una UE de 28 miembros suenan a final de la aventura. En Bruselas cuelga el cartel de "se buscan líderes con aplomo y visión de juego", porque a los actuales les han robado la mano Blair, Putin y la extrema derecha, y el barco avanza sin timonel.

Es en la política con los enemigos de Bush -Cuba, Venezuela, Irán y la Liga Árabe- donde el Gobierno más arriesga. El Gobierno de Zapatero ha logrado que la UE cambie su política sobre el régimen castrista, ha elaborado un borrador de acuerdo con Irán para luchar contra Al Qaeda, un modelo que se plantea llevar a la Liga Árabe, y no ha dudado en mantener un perfil elevado en sus relaciones con el Gobierno boliviano. Si bien el enfoque regional y la puesta en marcha de una política propia en América Latina y en el mundo musulmán parecen pasos adecuados, la pregunta es si la política de sonrisa y mano tendida del Gobierno ayudará a la normalización democrática en Bolivia, a hacer avanzar las libertades más elementales conculcadas por la dictadura de Fidel, a empujar en la senda de las reformas democráticas a los gobiernos autoritarios de los países árabes, y a facilitar la vida a los sectores reformistas y a la juventud iraní. El Gobierno tiene que demostrar que su apuesta va más allá de un cambio de estilo, y convencernos de que obtendrá algo a cambio. Tiene entre manos la oportunidad de quitar la razón a los que dicen que sólo la fuerza sirve; el problema es que sólo las palabras no bastan.

En política nacional, la apuesta del Gobierno por poner fin a la discriminación de gays, lesbianas y transexuales en la legislación civil española debería garantizar por sí sola un sitio en los libros de historia de la España -por fin- moderna a José Luis Rodríguez Zapatero. En un país por lo general machista y homófobo, no se puede decir que existiera una demanda popular para reconocer el derecho al matrimonio y a la adopción a los homosexuales. Este Gobierno -y una mayoría del Congreso- lo ha hecho, poniéndose enfrente de la ofensiva más dura que se recuerde de la jerarquía católica: ésta se ha declarado insumisa, negando la calidad de ley a la nueva regulación sobre el matrimonio, llamando a la desobediencia civil a sus bases, y saltándose de manera inaudita y con rabia las más elementales reglas del juego relativas a la separación entre Iglesia y Estado.

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Los claros posicionamientos del Gobierno por una sociedad laica y en contra de la discriminación por orientación sexual socavan de manera directa la tradicional posición dominante en el ámbito de la moral privada española de la Iglesia católica, por lo que el pulso está servido. Del desenlace dependerá la superación o no de un apartado silenciado de la dolorosa historia de España en el siglo XX: no olvidemos que a Lorca le mataron por ateo y "maricón".

Y finalmente, la gran batalla de la legislatura de Zapatero será el embrollo vasco. No sabemos si Zapatero e Ibarretxe hacen misterios porque se traen algo entre manos o porque lo suyo es un diálogo de besugos. No sabemos tampoco qué sorpresas nos depara la entente cordial EHAK-Otegi, y mucho menos qué ocurre dentro ETA. Sólo sabemos que el final de ETA podría estar muy cerca, que las urnas han dado un varapalo más que simbólico al plan Ibarretxe y que la ciudadanía vasca ha escrito una vez más pluralidad y pacto transversal entre partidos en sus papeletas de voto. En este juego vasco de ensoñaciones, eternas vueltas a empezar y negaciones de la evidencia, Zapatero tiene, sobre todo, la responsabilidad de acabar con ETA y, además, de poner sobre la mesa diálogo y ley de Partidos, reforma estatutaria y cohesión territorial, con un Parlamento vasco endiablado e Ibarretxe y Otegi en pugna por el voto nacionalista y la bandera de la paz. Para todo ello le harán falta ideas claras, visión de juego, mano firme y algún grito que otro. Suerte.

Borja Bergareche es abogado.

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