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EL FIN DE UN PAPADO | La sucesión

El cónclave comenzará el 18 de abril

Los cardenales ponen en marcha el proceso para elegir al sucesor de Juan Pablo II

Enric González

La Congregación de Cardenales puso ayer en marcha el calendario para la elección del sucesor de Juan Pablo II. Los cardenales anunciaron que se encerrarían en cónclave el 18 de abril, apenas cumplidos los novendiales (nueve días de misas por el Papa difunto) que debían realizarse a partir del entierro de mañana. También leyeron una primera traducción al italiano del testamento espiritual del Papa, 15 folios de texto en polaco, y decidieron publicarlo hoy. La tensión era muy elevada. Ningún periodo de sede vacante se había desarrollado bajo tanta expectación pública. Nunca el Vaticano había debido soportar el cerco de multitudes tan inmensas como las congregadas estos días. La marea humana rebasó en algunos momentos el millón de personas.

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El Gobierno italiano y el Ayuntamiento de Roma, que anoche pidieron a los peregrinos que se alejaran del centro de la ciudad, trabajaban afanosamente para controlar una afluencia que seguía desbordando previsiones y que, tras bloquear las calles cercanas al Vaticano, se extendía por la ciudad y las afueras. La autopista de circunvalación sufrió un espectacular embotellamiento en el que destacaban largas filas de coches con matrícula polaca de cuyas ventanillas emergía la bandera blanquirroja. Desde los puestos fronterizos se daba aviso a Roma de los autobuses que entraban en el país, con el fin de dar tiempo al municipio para crear nuevos aparcamientos y distribuir el tráfico de entrada por distintas rutas.

La situación era apenas manejable, y no había alcanzado todavía el momento crítico: el viernes 8 de abril, fecha del funeral de Juan Pablo II, había de culminar la semana con una ceremonia fúnebre cargada de emociones y de riesgos. Uno de los principales asistentes, George W. Bush, presidente de Estados Unidos, llegó a Roma anoche con la intención de acudir de madrugada a la basílica de San Pedro y rendir homenaje en la capilla ardiente. Los demás tenían previsto aterrizar en el aeropuerto de Ciampino a lo largo del día de hoy y el viernes por la mañana.

El plan gubernamental para aislar a las autoridades internacionales en San Pedro contemplaba desperdigar a dos o tres millones de peregrinos, más unas cuantas decenas de miles de romanos, por diferentes plazas y descampados provistos de pantallas gigantes, lejos del acto. La seguridad en la plaza vaticana, donde se congregarían centenares de jefes de Estado y de Gobierno, exigía expulsar a la multitud. No era posible prever cuál sería la reacción de quienes habían viajado miles de kilómetros con el único objetivo de estar ahí, en la plaza de San Pedro, durante los funerales del Papa Grande.

El delegado del Ministerio del Interior en Roma, Acquile Serra, lanzó un llamamiento a los romanos para que no salieran de casa el viernes. Serra anunció que ese día no se podría circular en coche, ordenó el cierre de las escuelas y pidió que nadie acudiera a su trabajo. También puso en marcha, con el apoyo de periódicos y emisoras de radio y televisión, un programa de acogida de peregrinos en casas particulares. En Tor Vergata, en el Circo Máximo y otras zonas despejadas de la capital habían surgido ya grandes campamentos de ambiente juvenil. Algunos de los peregrinos lucían la camiseta oficiosa del evento: blanca, con una foto de Juan Pablo II en el pecho y en la espalda la última y legendaria (en todos los sentidos) frase que pronunció en su lecho de muerte: "Os he buscado y ahora habéis venido a mí".

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Los conductores de autobús y taxi renunciaron a sus horas legales de descanso para contribuir al funcionamiento de la ciudad en una hora crítica; 20.000 funcionarios municipales y empleados de empresas públicas dejaron temporalmente su trabajo habitual para asistir a los peregrinos; el metro y las estaciones de ferrocarril permanecieron abiertos, y fuerzas del ejército se desplegaron para repartir agua, comida y bebidas calientes a la multitud.

Roma vivía horas de emergencia. Pero el ruido, el agobio y la multitud no eran perceptibles más allá del portón de bronce del Palacio Apostólico. En el interior del Vaticano sólo se escuchaban los pasos de las patrullas de la Guardia Suiza y los surrurros de la curia, los cardenales y los empleados. El corazón de la Iglesia católica latía regularmente, como un reloj, y marcaba los minutos del ritual de la sede vacante, ensayado durante siglos.

La Congregación de Cardenales, que celebró su cuarta sesión en el Aula Nueva del Sínodo (ya eran 116 los participantes), sopesó la posibilidad de hacer una concesión extraordinaria a la masa de peregrinos e introducir una novedad inédita en el rito fúnebre. Las autoridades italianas pidieron que el cuerpo del Papa fuera trasladado, después del funeral y antes del entierro, a San Juan de Letrán, la catedral de Roma, para un último homenaje popular. Al fin se desestimó la idea por ser "técnicamente imposible", según palabras del portavoz Joaquín Navarro-Valls.

El simple hecho de que se pensara en cargar el féretro en un helicóptero y en demorar unas horas el entierro daba una idea de la importancia que los movimientos de masas habían adquirido durante el pontificado de Wojtyla, y de cómo se habían engranado en los mecanismos vaticanos.

Muchos de los peregrinos que guardaban ayer la cola interminable recordaban que era miércoles, día de audiencia general, el primer miércoles sin Papa en 26 años. En cierta forma, lo de ayer fue también una audiencia general, la más concurrida. Empequeñecía, en cualquier caso, ante las magnitudes acumuladas durante el segundo papado más largo de la historia (San Pedro al margen): Juan Pablo II recibió en audiencia a un total de 17.642.800 personas, y se calcula que a los angelus dominicales celebrados en San Pedro acudieron casi 70 millones. Karol Wojtyla fue el ser humano que conoció, saludó o vio más seres humanos.

La multitud esperaba ayer en el puente Vittorio Emmanuele II, en dirección a la plaza de San Pedro, para visitar la capilla ardiente de Juan Pablo II.
La multitud esperaba ayer en el puente Vittorio Emmanuele II, en dirección a la plaza de San Pedro, para visitar la capilla ardiente de Juan Pablo II.EFE

Los secretos del testamento

Juan Pablo II empezó a escribir su testamento espiritual en 1979, poco después de acceder a la Cátedra de San Pedro. Tenía 59 años y era un hombre vigoroso, empeñado en un intenso programa de viajes pastorales y en una lucha sin cuartel contra el comunismo. Las últimas líneas del testamento fueron concluidas en la vejez, cuando sufría los embates finales de la enfermedad de Parkinson.

El portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, explicó que el documento dejado por Karol Wojtyla constaba de una quincena de folios en polaco y constituía una suma de reflexiones de carácter espiritual. El texto quedó en manos de su secretario, arzobispo Stanislaw Dziwisz, quien lo entregó al camarlengo o regente del interregno, cardenal Eduardo Martínez Somalo. Éste, a su vez, lo hizo llegar a la Congregación de Cardenales, que ordenó su traducción al italiano y ayer pudo darle lectura.

Los cardenales prefirieron no hacer público de inmediato el testamento. Navarro-Valls justificó la espera hasta hoy en la necesidad de verificar y depurar la traducción de "un texto de enorme importancia". Quizá se tuvo en cuenta también el tempo informativo en la cuenta atrás hacia el funeral: resultaba idóneo difundir el mensaje póstumo justo en vísperas de la ceremonia.

El portavoz despejó también la incógnita del cardenal in pectore, nombrado en secreto en el Sínodo de 2003. "Puedo confirmar", declaró Navarro-Valls, "que el Papa no comunicó antes de su fallecimiento el nombre del cardenal que se había reservado in pectore; por lo tanto, la cuestión no se plantea". No habría bastado que Juan Pablo II hubiera dejado un papel con el nombre del desconocido, del que se sospecha que podría ser un miembro de la Iglesia en China o incluso el secretario Dziwisz. Para que el nombramiento fuera oficial debía pronunciar o escribir el nombre ante dos testigos.

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