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Mis papas

Nací con El Vicario, Pío XII, antes Pacelli, amigo del Cardenal Gomá y de pocas migas con Vidal i Barraquer, también Cardenal; de excelentes relaciones con Generalísimo, Duce, o cardenales como König en la Viena del Anschluss o Stepinac en Zagreb y otras angustias que le permitieron ignorar en público la shoah, las ejecuciones, las deportaciones, los trabajos forzados y demás barbaries del siglo breve, el que media entre Octubre de 1917 y noviembre de 1989.

Saludé Roncalli, Juan XXIII, como un transgresor más de los nuestros, siempre contra corriente. Me aproximaba una bondad que confío asentada, y una proximidad a que acercaba además la fama de un pontífice amable con la mesa. Vicent Ventura, el canónigo Espasa y otros amigos proclamaban ciertas excelencias papales por esta vía, ante los desconfiados agnósticos de siempre. Al siglo, esto es, al Régimen, Roncalli y su Concilio Vaticano II y último por ahora, le sentaron fatal. Y a nosotros la papada romana, al estilo de Kazantzakis y sus popes, un alivio.

Cierto que la desconfianza permanecía. ¿O permanece? Un mayo que recuerdo desapareció Roncalli, el Papa bueno. Y el Cónclave, con las intrigas seculares, desarmó el tinglado mediático del Régimen de Franco. Un Ottaviani les venía mejor para su perpetuación, la de Franco y sus muy católicas gentes. Montini, que protestó por el asesinato de Grimau desde Milán, era el nuevo Papa de Roma. Hubo que retirar las tiradas de los airados periódicos que no esperaron la fumata para condenar al sucesor de Pedro en la Santa Sede.

Junio de 1963. El Saler, en autobús, como en viaje a las islas más vírgenes, y la suerte de Ana Castellano por vecindad. Un aparato de radio que da la noticia, "Montini, Papa", y el jolgorio bajo el sol: la larga mano del invicto careció del privilegio de presentación ante el Cónclave. Y los no creyentes comenzamos a leer Gaudium et spes, y a pensar que la Compañía de Jesús tenía encendida una vela al diablo del mundo por una sociedad más justa y otra a los de siempre, mientras la Obra se introducía en silencio en las entretelas del régimen político que desfallecía ante la ingratitud vaticana, tan glacial como de costumbre.

Un Papa breve, misterioso, frágil, Luciani, Juan Pablo I, entre agosto y setiembre de 1978, y la irrupción del atleta sin final, Woytila, desde los eslavos apretujados entre teutones y rusos. El hallazgo mediático hasta el fin. En 1982, en Valencia, en 1986, en el Vaticano, en 1996 en Bosnia i Herzegovina.

En Valencia se aplicaron protocolo y ceremonial, como no podía ser de otro modo, seculares. Los ánimos de una cierta derecha encendidos por la derrota electoral urdieron más de una complicación, como la parada "alternativa" de Xirivella, resuelta con la probada eficacia vaticana: breve detención, gestos, y silencio. La ciudad y su Corporación recibieron al Santo Padre ante la puerta de los Hierros de la Seo. Yo perdí mi estilográfica a manos de concejal creyente, conservador del instrumento de la firma de Juan Pablo II en el libro de visitantes ilustres del Ayuntamiento.

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Hoy, cuando la muerte a todos nos une, asisto con estupor a la ausencia de Ayuntamiento y ciudad en la visita pontificia de 1982. La televisión pública, sufragada por todos los contribuyentes ha preferido ignorar, acaso una vez más... da lo mismo, los hechos son más obstinados, la desmemoria y la manipulación desaparecerán más pronto que tarde.

Mi Papa. En 1986, Vaticano. En representación de miles de instituciones locales de toda Europa, en el Consejo de Municipios y Regiones de Europa. Las ciudades como tejido de la convivencia, albergue de las libertades, elementos de la solidaridad. El Die Stadt Luft Macht Frei. No es que lo entiende, es que lo comprende. Un democristiano, un liberal, un socialdemócrata, que es mi caso. Divorcio, aborto, educación. Minutos y minutos de discusión, "González se equivoca", y el laicismo que afirma: nadie obliga al aborto, nadie al divorcio, la educación ha de ser igual, gratuita y libre. Después del Vaticano, por il Muro Torto y la efigie del bersagliere garibaldino, a casa, a la ciudad, a Valencia. Eso sí, solicité, tras las reconvenciones, un rosario para la madre de mi esposa, bendecido por SS y con la garantía fotográfica, pues como Teresa decía, "suerte la tuya, no siendo creyente, has tocado las manos del Papa". El Arzobispo Roca Cabanellas que me pregunta: "Cómo fue Vd, y sin decirme nada". Y yo: "SS tiene la seguridad de que la Archidiócesis está en buenas manos; el Ayuntamiento, también". Y amigos, hasta el triste fin en una esquina de nuestros caminos.

Medjugorje, 1996. La Virgen María en un pueblo musulmán de Bosnia i Herzegovina, Croacia para algunos. 1991, la guerra, otra, balcánica. El Papa polaco y el Vaticano, junto a la República Federal de Alemania, reconocen Eslovenia y Croacia como Estados independientes. La quiebra del sistema internacional, desde Westfalia a la Guerra Fría. La religión como arma arrojadiza de tremendos efectos. Franciscanos con el fusil al hombro, musulmanes amedrentados, ortodoxos en huida. Obispos como Ratko, de Mostar, acosado por el fanatismo, pese a ser experto en Mariología, como SS. Juan Pablo II.

En todo ello, energía, capacidad de comunicación, y un aire inquisitorial e intransigente, alejado del Vaticano II. Así beatificaciones y ampliación del santoral español en olvido de tragedias humanas tan significativas y martirizadas como las consagradas en los altares.

Eso sí, con una visión estratégica, a largo plazo sobre la globalización, el derrumbe del sistema soviético y la emergencia de las identidades, en gran parte impulsadas por el propio Juan Pablo II, y un alineamiento con convicciones profundas de las gentes, como la paz y el rechazo de la guerra como instrumento de política internacional.

En esta noche triste, cuando se apaga una vida humana tan enorme y a la vez tan sencilla como la de todos, asombra que algunos apaguen también la historia que conocen. Signum temporis! Amén.

Ricard Pérez Casado es doctor en Historia.

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