Las ironías de Cervantes y el 'Quijote' cierran el primer congreso del año
Francisco Rico y José Antonio Pascual clausuran el vivo encuentro de Valladolid
Punto final, o más bien punto y seguido. El primer congreso del largo año que festejará el 400º aniversario de la aparición de la primera parte del Quijote acabó ayer, en el teatro Calderón de Valladolid, con la voz grave y la ciencia irónica de Francisco Rico, que dictó un curso acelerado sobre cómo editar el Quijote en el siglo XXI. Antes, el también académico José Antonio Pascual diseccionó la construcción de la ironía de Cervantes en el Quijote, quizá el libro más irónico jamás escrito. Y otro maestro del género satírico, Anthony Close, hizo balance de lo dicho aquí estos días.
Las querellas cervantistas (punzantes pero educadas, como se supone en los amantes de un libro que, según Rico, reniega de la prosa engolada para narrar la lengua hablada de un grupo de amigos cultos y alegres) ponen la sal a centenarios y congresos como éste, citas que para ese otro sarcástico que es Rico "no suelen consistir tanto en proponer, discutir y concluir algo como en llegar, leer un papel que casi nadie oye y luego largarse".
Citas que se hacen "más para los homenajeantes que para el homenajeado", sigue bromeando el profesor, pero que a la vez son útiles porque "ponen el producto en el escaparate, nosotros salimos algo en los periódicos, los amigos, siempre los mismos, nos vemos un poco", y porque, algunas veces, como ésta, añade ya más en serio, "se aportan además algunas ideas de interés".
Ése es el caso de los profesores Rojo y Blasco, cuyas hipótesis sobre la autoría del Quijote apócrifo y La pícara Justina -basadas en un acta notarial hallada por Rojo- sugieren que un tal Baltasar Navarrete (conocido hasta ahora como poderoso cura dominico, pero jamás visto como crack literario) fue el autor no sólo de La pícara sino también del Quijote de Avellaneda. Rico cree que esa escritura notarial es "una prueba muy sólida aunque no segura de que es no sólo probable sino muy posible" que Navarrete fuera el autor de La pícara Justina, aunque añade, "para crear confusión", que "el gran bibliógrafo Nicolás Mayor atribuyó esa obra a un dominico, pero fue a otro dominico, Andrés Pérez. Quizá Mayor se confundió y le quiso atribuir el Quijote falso en vez de La pícara, y ahí está el secreto...".
Por su parte, Anthony Close matizaba un poco su escepticismo inicial, y ayer decía que el congreso ha realizado "aportaciones científicas sólidas, aunque no tanto sobre el Quijote cuanto sobre los márgenes del Quijote". Y en cuanto a Avellaneda, concluía: "Blasco es muy convincente al señalar las conexiones entre La pícara y el Quijote, y al encontrar a Navarrete tras la referencia que hace el texto a la cátedra de Teología de Valladolid; que el catedrático sea Avellaneda es ya, como el mismo Blasco admite, más dudoso".
Estas apasionantes disputas entre especialistas quizá muestran una cosa: es el tiempo de los profesionales, se acabó la época en que, como dice Rico, "los cervantistas eran grandes aficionados". Hoy, cuenta el académico, se estudian con similar profundidad el texto y el contexto del Quijote, y las nuevas técnicas y herramientas (bases de datos, buscadores de palabras y repeticiones...) ayudan a solucionar problemas textuales: "La informática ha cambiado la manera de editar a los clásicos. Hoy se edita reconociendo errores, supliendo lagunas, aclarando qué es de Cervantes y qué del impresor, dejando limpio el texto". La edición de clásicos, añade el responsable de los Quijotes del Instituto Cervantes, Crítica, Círculo de Lectores y la RAE, combina dos actitudes: "Primero es como restaurar un monumento o un cuadro. Hay que limpiar capas, quitar manchas, reconstruir pasajes, restituir el original que hay debajo... Y luego se trata de dirigir la orquesta, de interpretar la sinfonía. Igual que hay versiones de obras de Beethoven y la gente las distingue..., los filólogos somos como los directores que interpretan esas sinfonías. Las notas no cambian, pero cambia el ritmo, las pausas, los sentidos, los silencios... Cervantes, por ejemplo, no puntuaba sus textos, no ponía ni puntos y aparte. Y depende de cómo se puntúe, se lee. Restauración e interpretación".
Eso es quizá lo que hizo José Antonio Pascual al analizar cómo construye Cervantes la ironía del Quijote, la sensación de vida que desprende el libro, la complicidad que busca con ese "narrador omnisciente y manipulador" que añade "distancia a la distancia" e invita al lector a "avenirse a conciliar una cosa y la contraria, a poner en cuarentena la fuerza de cualquier aserción". Para Pascual, el Quijote es una sucesión de obras teatrales, y esa teatralidad, combinada con su genial perspectivismo y su saludable falta de pretensiones en el uso del lenguaje "roto y rupturista", crea "una realidad inventada, un mundo que existe sólo porque existen las palabras" y que nos anima siempre "a ejercer la libertad": "La ironía no es, pues, sólo un condimento del estilo o, mejor, no termina en el estilo; permite mostrar las ideas con la precaución de lo que es opinable, de lo que no tiene por qué verse como definitivo: ni el propio pensamiento del escritor, ni mucho menos los ritos, creencias y honores sobre los que se asienta la realidad".
Babelia
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