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La oportunidad de Palestina

Los portavoces europeos del ardor guerrero de George W. Bush intentaron convencer al público europeo de que uno de los efectos colaterales de la guerra en Irak sería un Estado palestino y, que de rebote, una ola democratizadora se extendería en Oriente Medio. La realidad ha demostrado con creces la futilidad de tales predicciones y la ocupación de Irak no ha hecho más que asentar una vieja constatación: que la democracia brilla por su ausencia en el mundo árabe.

La ciencia política ha tardado mucho en encontrar una explicación cabal a esta terca resistencia a los valores democráticos en la región que va del Estrecho de Gibraltar al Golfo Pérsico. Durante décadas prevalecieron las tesis de quienes alegaban una intrínseca incompatibilidad del Islam con el ideal democrático, hasta que Edward Said y otros desmontaron semejante mito orientalista. Las experiencias democráticas en países de mayoría musulmana como Indonesia y Turquía y la vitalidad parlamentaria y electoral de Irán han demostrado que esta resistencia a la democracia no surge de una cultura política vinculada al Islam, o a la supuesta "tradición tribal" que dibujó Lawrence de Arabia, o al "predominio del patronazgo y el clientelismo" que se asocia a la idea del bazar y del zoco, como alegan los orientalistas. Es el tipo de argumento ridículamente determinista que llevó a Arzalluz a decir que el uso de las pistolas en Euskadi tenía que ver con el "carácter vasco", que imagino que explica también las "tortas" que quiere repartir Ibarretxe.

En estas elecciones los herederos de Arafat se enfrentan, en primer lugar, a ellos mismos
Palestina está llamada a ser un banco de pruebas del potencial democrático de la región

Por el contrario, la ausencia de democracia en el mundo árabe se debe al modelo de Estado y de relaciones Estado-sociedad que predomina en sus países. Tal y como denuncian los autores de los imprescindibles informes anuales del PNUD sobre desarrollo árabe (todos ellos intelectuales y expertos de países árabes), las estructuras políticas en la región están dominadas por regímenes autoritarios que prefieren la cleptocracia y el petrodólar a la burocracia racional que describió Max Weber, y un férreo control social al desarrollo de la sociedad civil. Este estado de cosas, fomentado por los respectivos padrinos occidentales de estos regímenes, impide el afloramiento de las presiones pro democracia en unas sociedades anquilosadas y atrapadas, que encuentran en el islamismo una alternativa más creíble y cercana (lo bueno por conocer) a los ya conocidos Mubarak, Saud, El Assad etc. (lo malo conocido). La batalla por la democracia en la región, por tanto, la ganarán sus sociedades, si continúan arrancando poco a poco espacios liberados a unos regímenes en decadencia, aunque todavía poderosos, que luchan por sobrevivir.

La sociedad palestina tiene ante sí una gran oportunidad este domingo para ir abriendo brecha. Con la muerte de Arafat se ha desatascado el panorama político y, por primera vez desde 1996, se celebrarán elecciones presidenciales en los Territorios Ocupados. La peculiar y trágica experiencia del pueblo palestino puede dar paso en el futuro a un Estado democrático y pluralista que rompería la tónica autoritaria y corrupta que domina la región y que ha caracterizado la presidencia de Arafat. Si es así, será en Jerusalén, y no en Bagdad, donde se inicie la marcha árabe hacia la democracia, aunque hablar de democracia en tiempos de guerra y ocupación militar no es fácil. En cuatro años, desde que comenzó la segunda Intimada, los Territorios Ocupados han perdido por lo menos un quinto de su base económica y la renta per cápita ha disminuido en un 41% desde 1999, según un reciente informe de Naciones Unidas.

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En estas elecciones, los herederos de Arafat -el partido Fatah, grupo dominante dentro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)- se enfrentan en primer lugar a ellos mismos, a sus tensiones internas y a su capacidad de lograr una victoria contundente para un candidato, Abu Mazen, muy poco conocido antes de la campaña. En segundo lugar, se enfrentan una opción laica, encarnada en Fatah, y un islamismo ascendente liderado por Hamas, a quien ha favorecido el fracaso de un proceso de paz al que en su día se opusieron y que no ha logrado mejorar las condiciones de vida de los palestinos. El potencial electoral de Hamas es aún una incógnita y su boicot a estas elecciones hará que ésta se mantenga en cierta medida. En todo caso, su popularidad no ha hecho más que crecer en su feudo, Gaza, y también en Cisjordania, donde obtuvo unos excelentes resultados en las recientes elecciones locales.

Si Palestina está llamada a ser un banco de pruebas del potencial democrático de la región, uno de los test más importantes a los que asistiremos será medir la capacidad de los movimientos islamistas de traducir su popularidad en votos, y por ende, en poder político. Hamas, el principal grupo islamista palestino, es mucho más que un grupo terrorista, tal y como lo califican la Unión Europea y Estados Unidos. Es un grupo armado que ha cometido atentados salvajes en Israel, pero es también un movimiento social que destina el 95% de su presupuesto anual, cifrado en unos 70 millones de dólares, a la enorme red de servicios sociales que controla, incluida la Universidad Islámica de Gaza.

Hamas ejemplifica a la perfección la complejidad y el reto que plantea esa estrella ascendiente que supone el islamismo político en Oriente Medio y el Norte de África. Estas elecciones abrirán las apuestas sobre si un futuro Estado palestino puede liderar un proceso propio de democratización en un país árabe, y clarificarán el equilibrio de fuerzas entre los sectores laicos e islamistas. Esperemos que esta vez, ni Bush, ni Sharon, ni las diferencias entre europeos estropeen la ocasión.

Borja Bergareche es abogado.

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