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Reportaje:UNA NOBEL A CONTRACORRIENTE

Austria sin estigmas

Fuera del territorio de lengua alemana, hablar de literatura austriaca contemporánea suponía referirse casi únicamente a Thomas Bernhard y Peter Handke. Este año el Premio Nobel fue para Austria. Y son muchos y muy variados los escritores nacidos en ese país montañoso de ocho millones de habitantes al que Robert Musil tildó de "país sin atributos" cuando todavía era el centro del decadente imperio multicultural de los Habsburgo.

No obstante, delimitar la creación literaria específicamente austriaca puede resultar difícil por el hecho de que "casi todos escribimos aquí pero publicamos en editoriales alemanas", indicó la poeta Friedericke Mayröcker en el café Sperl en Viena, donde Babelia convocó una tertulia de literatos a la que también acudieron Ilse Aichinger, Robert Menasse, Gerhard Ruiss, Margret Kreidl y Daniel Kehlmann. Los cafés vieneses siguen sirviendo hasta hoy de prolongación de la propia sala de estar. No han perdido nada de su tradición.

Si hay una imagen preconcebida ha sido sin duda propiciada por el factor común entre Bernhard, Handke y Jelinek
Según Robert Menasse lo peor no es el pasado nazi, sino el austrofascismo que llega hasta hoy por la herencia del catolicismo represivo
En Austria los escritores están acostumbrados a crear para la radio. Además, el teatro sigue siendo paradigma de la cultura
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El premio a Elfriede Jelinek enciende los debates en los cafés de Viena. "Sálvese quien pueda de ella", comenta Ilse Aichinger. La poeta Friedericke Mayröcker, que figuraba entre los favoritos para el Premio Nobel este año, reconoce en Jelinek a una "gran escritora", pero le disgusta su forma de "hacer la guerra con tanto ahínco, de insultar a Austria y a su gente como yo nunca lo haría". El novelista y ensayista Robert Menasse, autor de La expulsión del infierno, admite que le fascinó la primera fase de Jelinek, sobre todo las novelas La pianista y Los excluidos, en las que la autora "agarra la realidad con un nuevo tono, un nuevo enfoque y un nuevo lenguaje", pero añade que desconfía de una obra como la de ella, en la que "la trama y los personajes no evolucionan, no tienen alma, son sólo máscaras de lenguaje". El poeta Gerhard Ruiss, director de la Sociedad de Autores Austriacos, defiende a la Nobel, que para él tiene un valor extraordinario "por su fuerza explosiva y porque conquistó un territorio inexistente antes de ella". Entre la generación más joven, Margret Kreidl, que se está abriendo camino con lírica, prosa, teatro y obras para radio (Hörstücke), se siente "cercana" a Jelinek, cuya obra siempre le ha "impactado". Por el contrario, Daniel Kehlmann, que el año próximo publicará en España su novela Kaminsky und ich (Kaminsky y yo) no siente ningún parentesco con la premio Nobel, a la que ha leído muy poco. Más cercano se siente a la influencia de novelistas de América del Norte y del realismo fantástico de América del Sur. Kehlmann considera que "García Márquez es hoy el mejor del mundo".

Es el primer Premio Nobel que se otorga a un escritor de Austria y la experiencia ha demostrado que esto puede suponer una apertura para muchos otros literatos del mismo país. Pero a algunos les preocupa que la alta valoración de la obra de Jelinek pueda estigmatizar a toda la literatura austriaca. Particularmente a los que nada o poco tienen que ver con la temática y el estilo de la premiada, como es el caso de Menasse, Kehlmann y muchos otros.

Si ya hay una imagen preconcebida de la producción literaria austriaca, ha sido sin duda propiciado por el factor común entre Bernhard, Handke y Jelinek. En todos ellos llama la atención algo que podría interpretarse como el repudio de sus propias raíces. Y es cierto que el pesimismo y la aversión contra todo lo austriaco no es exclusivo de estas tres celebridades, sino una característica de muchos otros escritores.

"Sobre todo entre los nacidos en provincias existe una tradición que llamamos la 'novela anti-patria' (Antiheimatroman)", indica Franz Hammerbacher, director de la editorial Korrespondenzen. Para comprenderlo mejor explica que en la tierra que vio nacer a Hitler, donde la mayor parte de la población dio la bienvenida al nazismo y donde después de la guerra el Estado, a fuerza de mentiras, se limpió de toda culpa, haciéndose pasar por país víctima, la generación de escritores de la posguerra se dedicó con ahínco a intentar superar el trauma, describiendo con odio y hasta con asco el hedor del fascismo aún latente. Según Menasse, el pasado nacionalsocialista no es hoy lo peor, sino el austrofascismo, el régimen de "fascismo hecho en casa antes de la llegada de los nazis", que tiene "continuidad hasta nuestros días, sobre todo por la herencia del catolicismo represivo".

Desvelar las grandes mentiras que han echado raíces en el subconsciente de los ciudadanos parece una ardua tarea que da mucho quehacer a escritores y otros artistas, todavía expuestos a ser denigrados por ello. El partido de derechas arremetió públicamente, con grandes carteles, contra Jelinek, contra el dramaturgo Peter Turrini y otros intelectuales críticos. Desde que Haider entró en el Gobierno en coalición con el Partido Popular, los escritores han tomado más conciencia del papel político que pueden llegar a desempeñar.

En Austria, la literatura tuvo que volver a empezar de cero después del agujero que dejó la II Guerra Mundial. Nada quedó del ímpetu creativo de inicios del siglo XX, protagonizado por Robert Musil, por el poeta Rainer Maria Rilke, el sarcástico Karl Kraus o Arthur Schnitzler, contemporáneo y afín al enfoque de Sigmund Freud. Se esfumó toda una generación de escritores, muchos de ellos judíos. Stefan Zweig se suicidó en Brasil en 1942, el alcohol acabó con Joseph Roth en París, Franz Werfel nunca regresó de Estados Unidos. Pero además se descalabró el idioma alemán, pervertido por la retórica fascista. Elfriede Jelinek no es la única ni la primera en constatarlo.

En este círculo frecuentado entre otros por Günther Grass, Heinrich Böll y Paul Celan, una figura relevante era Ingeborg Bachmann, que se convirtió en baluarte de la literatura de Austria. También la austriaca Ilse Aichinger y su esposo alemán, Günther Eich, pertenecían al movimiento que se esmeró en desmembrar el idioma para evacuar sus falacias. Pioneros en este ejercicio habían sido, antes de la guerra, el filósofo Ludwig Wittgenstein (de él es el lema "de lo que no se puede hablar hay que callar") y Karl Kraus, a los que Jelinek cita como fuentes de inspiración para su manejo del lenguaje. En los años sesenta, el grupo de Viena acentuó el aspecto experimental de la escritura, rozando el dadaísmo, con escritores como H. C. Artmann, uno de los líricos de Austria más importantes del siglo XX, junto con Oswald Wiener o Gerhard Rühm.

Paralelamente, con un buen toque de humor, aflora el malabarista idiomático Ernst Jandl, un poeta de amplia repercusión pero lamentablemente casi intraducible por su expresión onomatopéyica. "En lugar de elevar el lenguaje a las alturas, Jandl lo bajaba y así inventó un nuevo tipo de poesía con el que conseguía llegar con humor al amplio público", explica su compañera de medio siglo de vida, la escritora Friedericke Mayröcker. "Es cierto que los nazis ensuciaron el idioma alemán. Por eso muchas palabras ya no se pueden usar hoy", dijo la poeta, que hace más de treinta años ha abandonado la experimentación como objetivo primordial, pero, dice, "sigo usando el montaje y el collage para mantener vivo el lenguaje. Con la aplicación de obstáculos ajenos al flujo de palabras, sorprendo y llevo al lector a releer mis textos con mayor atención".

La reflexión lingüística en mayor o menor grado experimental ha marcado a toda una generación de autores de prosa, lírica y dramática, como el compositor de lenguaje Gert Jonke (1946), Marlene Streeruwitz (New York New York, Sloane Square, Waikiki Beach) que recicla textos en formato del lenguaje industrial y mediático; o Franz Weinzettl (1955), autor de Auf halber Höhe, y Zwischen Nacht und Tag, muy elogiado por Handke.

"También este asunto de la literatura experimental es un estigma. Noto en el extranjero mucha precaución ante los escritores de lengua alemana, a los que se considera complicados, difíciles de leer y de traducir", se lamenta Kehlmann. En opinión de Menasse, "se cometió un error después de la guerra, porque se dio por supuesto que sólo podían ser antifascistas las formas de arte que los nazis hubieran considerado degeneradas. Así que sólo se aceptaba lo abstracto. Era absurdo. A un pintor figurativo hijo de judíos lo tachaban de nazi, mientras que se aplaudía a los hijos de los nazis, que con su arte abstracto no hacían más que liberarse de sus propios padres". Kreidl replica que "tampoco es cierto que no se haya dejado campo para los que difieren de esas corrientes experimentales". La prueba está, según ella, en el éxito del propio Menasse o del joven Kehlmann, que como muchos otros austriacos han sido recibidos con brazos abiertos por las editoriales alemanas y han sido traducidos a muchos idiomas.

Kreidl todavía no ha tenido tan amplia recepción como los demás colegas en esta tertulia, "yo no podría subsistir si no existieran las subvenciones. Aquí no hay, como en Alemania, fundaciones privadas que practiquen el mecenazgo". En este punto están todos de acuerdo. Menasse indica que "la ciudad de Viena -con poco menos de dos millones de habitantes- concede más subvenciones para literatura que España entera". En concreto, según los datos memorizados por Ruiss, director ejecutivo de la Sociedad de Autores Austriacos, "el Estado austriaco concede cada año alrededor de un millón de euros para becas a autores, subvenciones a editoriales, imprentas y representaciones en público. A esto se suman cuantiosos presupuestos de cada uno de los nueve Estados federados". También ayudan a sobrevivir los espacios radiofónicos reservados a literatura, ya sea en la radio pública austriaca Ö1 como en emisoras alemanas. Aichinger, Mayröcker y Kreidl están habituadas a crear para este medio.

Pero sobre todo el teatro, que en Austria sigue siendo, según Ruiss, "paradigma de la cultura", es una de las mejores fuentes de ingresos. Cuando se hundió el Imperio de los Austrias y Viena quedó reducida a capital de uno de los países más pequeños de Europa, conservó las grandes dimensiones de su oferta cultural y es hoy capaz de competir con metrópolis como París o Londres. "Austria y sus gobiernos necesitan la cultura para adornarse con ella", dice Ruiss. Así explica que autores como Bernhard o Jelinek hubieran prohibido alguna vez la representación de sus obras. Porque los que gobiernan consideran su negativa como un castigo y los artistas son conscientes de que disponen de esta arma, envidiable en otros hemisferios. Además, el teatro es el foro "de mayor impacto a nivel político desde la época represiva de Metternich (siglo XIX), en la que todo se censuraba menos la crítica pronunciada desde el escenario, aunque fuera tan mordaz como la de Johann Nestroy (1801-1862). Aún hoy en Austria se dice en el teatro lo que no se dice en los medios de comunicación".

Pero las subvenciones, los contratos para el teatro y la literatura radiofónica no bastan para la supervivencia de tantos escritores en un país tan pequeño, de ocho millones de habitantes. "A los escritores austriacos les conviene salir de este pequeño país lo antes posible, tanto mental como materialmente, y al igual que el joven Kehlmann, liberarse de presiones patrióticas", opina el presidente de la sociedad de autores.

La lista de otros escritores austriacos que han logrado el salto al gran mercado de Alemania y de otros países, es muy extensa y abarca todos los géneros y estilos. Entre los más difundidos figuran Christoph Ransmayr (1954) El último mundo; Norbert Gstrein (1961), Los años ingleses; Barbara Frischmuth (1941), La escuela de monjas; Wolf Haas (1960), Erich Hackl (1954), Michael Köhlmaier (1949) Raoul Schrott, (1964) y Doron Rabinovici (1961). De la generación más joven, Thomas Glavinic (1972), Martin Prinz ( 1973), Kathrin Röggla (Salzburgo, 1971).

Desde su residencia en Estados Unidos, Ruth Klüger (Viena, 1931), sobreviviente de tres campos de concentración, consiguió un gran éxito de ventas con Weiter leben (1997). En opinión del Nobel húngaro, Imre Kertesz, esta obra autobiográfica es uno de los pocos ejemplos de gran literatura a partir de la experiencia del Holocausto. (Kertesz mencionó a Klüger junto a Primo Levi, Jean Ameri, Paul Celan, Tadeusz Borowski y pocos más).

Los participantes en la tertulia: Ilse Aichinger (Viena, 1921), poeta y autora de literatura para radio. Su única novela de inspiración autobiográfica, La esperanza más grande, publicada en 1948, relata en estilo expresionista la visión de una niña de padre judío bajo el régimen nazi en Viena. Friedricke Mayröcker (Viena, 1924), actualmente la poeta más destacada en Austria por su obra lírica experimental, fue designada para el Premio Nobel 2004. Elfriede Jelinek opinó que "Mayröcker se lo hubiera merecido". Robert Menasse (Viena, 1954), ensayista y novelista. En La expulsión del infierno, entrelaza dos historias marcadas por la búsqueda de la identidad: la de un sefardí perseguido en el Portugal del medioevo y la de un judío en la Viena de los años setenta. Gerhard Ruiss (Ziersdorf, 1951), poeta, músico de rock, actor, director ejecutivo de la Sociedad de Autores Austriacos. Margret Kreidl (Salzburgo, 1964), autora de novelas, obras de teatro y radio, relatos cortos, poesía. Daniel Kehlmann (Múnich, 1975), novelista, autor de Kaminsky und ich (2003), El lugar más lejano (2001), Bajo el sol (2000).

De izquierda a derecha, Gerhard Ruiss, Robert Menasse, Margret Kreild, Ilse Aichinger, Friedericke Mayröcker y Daniel Kehlmann.
De izquierda a derecha, Gerhard Ruiss, Robert Menasse, Margret Kreild, Ilse Aichinger, Friedericke Mayröcker y Daniel Kehlmann.HANS HABLER

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