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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Esto no es una máquina

La actual narrativa realista se muestra a menudo como una farsa involuntaria, y ese hecho provoca desasosiego en el lector curioso. Porque, según va leyendo, ese lector se pregunta: ¿qué hay de cierto, de verdaderamente verdadero, en esos ambientes y en esos personajes que se presentan ante mí como escenarios y personajes de una farsa cuando, según parece, no hay ningún motivo para que ese tono proceda? Aunque nuestra experiencia, la del lector del siglo XXI, sea tan escueta como siempre, nada nos resulta ajeno, nada exótico, todo verosímil, y al mismo tiempo todo es vagamente ajeno, exótico e inverosímil. La ficción ya no es aquel sabio temblor en la duda hecho de mentiras con apariencia real, sino una duda hecha con decorados de algo, que no se sabe muy bien qué es, pero huele a farsa. Conclusión: si la realidad es una farsa y uno quiere ser realista, ha de ser consciente de que la farsa de una farsa es muy poca cosa.

LA EDUCACIÓN DE PATRICK SILVER

Jerome Charyn

Traducción de Pablo Álvarez

RBA. Barcelona, 2004

172 páginas. 16 euros

Ese escepticismo, esa cínica confusión, se alivia cuando ese guiñol de mitos derrumbados ilumina en su desarrollo los engranajes de la máquina que fuerza nuestra visión, mientras duda si esa máquina es en realidad una máquina y, por tanto, absurdo que nos preguntemos si funciona o no. Hay novelas que consiguen eso. Leemos una serie de hechos más o menos extravagantes, es cierto, pero al acabar nos posee la sensación de haber ahondado más allá de la costra de las apariencias. Hemos asistido a una tragedia enmascarada y sabemos un poco más sobre la verdad. Eso ocurre con La educación de Patrick Silver.

Esta novela forma parte de una serie en torno al policía Isaac Sidel que Jerome Charyn, nacido en el Bronx, Nueva York, en 1937, ha ido publicando desde los primeros setenta. RBA, en su estupenda colección Serie Negra, ha reeditado lo que se podría denominar primera trilogía de la serie, formada por las novelas Ojos azules, Marilyn, la Fiera (antes publicada como Marilyn, la Indomable) y La educación de Patrick Silver. Los personajes principales son Manfred Coen (protagonista de los dos primeros y espectro fundamental en el pathos de la que aquí se comenta), Isaac Sidel (el que maneja los hilos, pero que, a decir verdad, los maneja como puede) y la muy, pero que muy, extraña familia Guzmann, unos antiguos criptojudíos que a menudo parecen criptohumanos, porque son restos de un mundo que poseía menos certezas, pero quizá fuera más real. La acción se desarrolla en el Bronx neoyorquino, salvo un impagable capítulo que tiene como escenario la Barcelona de 1976 cuya definición perfecta se puede leer en el texto de una postal: "Esto me encanta. Se puede oler la mierda bajo las calles. Besos. César".

Charyn ha manifestado en

más de una ocasión que debe el estímulo de la serie Sidel a Ross McDonald (concretamente a la lectura de El caso Galton) pero va mucho más allá que su modelo en la aplicación a la trama de la figura del detective. A lo largo de la serie, pero sobre todo en esta novela, la conducta de Isaac Sidel se rebela como la de un ángel vengador que se pluriemplea como malvado, hace horas para ser otra víctima en el saco del mundo y, en definitiva, y eso hace que Charyn supere la influencia de McDonald, renueva una y otra vez su contrato como tecnócrata moderno, competente engranaje de una maquinaria que en realidad no existe. A través de Sidel nos damos cuenta de que el contenido de la novela no es una farsa, sino la mera constatación de un error de estilo: la sociedad se basa en una metáfora fallida.

Ese hallazgo, sumado a la prosa de Charyn y a su modo de revelar su auténtica intención (método en el que veo una conexión con el Valle-Inclán de La Corte de los Milagros) hacen que la lectura de este libro sea estimulante para las mentes que aún funcionan, pero tienen la sensación de que han dejado de funcionar. La respuesta es que tampoco son máquinas.

El escritor estadounidense Jerome Charyn, en Barcelona.
El escritor estadounidense Jerome Charyn, en Barcelona.CARMEN SECANELLA

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