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Necrológica:EN MEMORIA DE FERNANDO CHUECA GOITIA
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Perder al padre

Debió ser inabordable. Recibí la noticia a través de un radiotransmisor y no fui capaz de recibir nada: me había convertido súbitamente en un ser impermeable a esta nueva y terrible circunstancia, supongo que mi instinto se negaba a aceptarla. Sin embargo, pronto mi razón empezó a luchar contra el instinto de autodefensa, que no quería que me diese por enterado y que me empujaba a seguir discutiendo con el maestro de obras en un lugar perdido en el Beni.

A partir de entonces, empezaron dos largos viajes, el primero, desde el Nuevo al Viejo Mundo; el segundo, mucho más largo, hacia la aceptación de una nueva circunstancia vital. La pérdida de un padre es un largo viaje lleno de despedidas, y cuando uno ha tenido la inmensa fortuna de ser hijo de un padre excepcional que ha sido un ejemplo para mostrar el interés por la vida en todas sus dimensiones, desde la creatividad a la amistad, con una enorme fe y determinación en aquellas empresas en las que se embarcó, este viaje se hace largo.

En estos días uno repasa, como si de una película en cámara rápida se tratase, la circunstancia vital de la que uno, de forma parcial, pero no por ello menos intensa, ha participado con el padre; también hace el inventario del caudal de vivencias que ha recibido y de las muchas que su capacidad no le ha permitido atesorar.

Se encuentra uno, de nuevo, con los antiguos amigos, que desgraciadamente son ya pocos, José Bello estuvo a mi lado muy cariñoso, pero firme como una roca centenaria. A Paulino Garagorri lo fui a ver a su casa-biblioteca, estaba trabajando en ideas que mucho tenían que ver con mi nueva circunstancia; me consoló y prometí volver a verlo pronto. Son dos de las personas que quedan, de los que yo recuerdo como "los amigos del Teide". Era un conjunto heterogéneo donde se encontraba tan cómodo Domingo Ortega El Maestro como Julián Marías o el por entonces muy joven escritor Juan Benet; tuvieron todos ellos en común un enorme amor a la vida, a vivirla en su mayor plenitud. Eran los tiempos de la oposición al franquismo, con Dionisio Ridruejo al frente del grupo, con quienes compartió su ideal por una España liberal y democrática. Pero también, y éste es el milagro, realizaron entre ambos un precioso libro, de poemas de Dionisio y de dibujos de mi padre sobre Roma.

Su etapa al frente del Museo de Arte Contemporáneo le permitió integrarse, de esa forma tan natural como él sabía, con los pintores del Grupo El Paso, que crearon el Museo de Cuenca; con las galerías de Juana Mordó, y después, Elvira Miñoni, formando a su vez otro pequeño mundo que se entrelazaba. Organizó la primera exposición que sobre Picasso se pudo realizar en España y recuerdo la mezcla de asombro y satisfacción que le produjeron las largas colas que se formaron alrededor de la Biblioteca Nacional, sin duda algo poco frecuente en aquellos años.

Detrás, como un invariante, se encontraba la docencia en la Escuela de Arquitectura de Madrid y claro, sus libros, en los que se acusaba la sencillez en la exposición, fruto del análisis clarividente. Me dejó hace poco para que leyera un pequeño libro, creo se llamaba Entender el Museo del Prado; en él, gracias a unos certeros dibujos, nos conduce, no sólo a través del Prado construido, sino que tuvo la osadía de elucubrar sobre el proceso creativo de Villanueva y esto, verdaderamente, sí que ayudaba a entender el edificio en profundidad.

El estudio de Salesas fue siempre, porque él lo quiso así, pequeño, lo consideraba su "taller de arquitectura". Sin embargo, su capacidad y la de su delineante, Óscar, entendiéndose ambos como un solo hombre, sacaron adelante infinidad de proyectos. Muy queridas fueron las restauraciones de monumentos en la zona de Aragón y las Vascongadas. Yo aproveché para acompañarle en las visitas de obra y aprendí lo que es "ir de pueblos", es así como me transmitió su amor por España. También en el estudio se hacían cosas más pintorescas como El Pueblo Español de Palma de Mallorca, en él trabajó duro Rafael Manzano, al que llamaba su segundo hijo y al que yo quiero como a un hermano.

"La catedral de la Almudena" fue el amor de su vida, le dedicó su mayor cariño y algo que no era frecuente en él, la constancia. El encargo tuvo su origen en el concurso a través del cual se pretendía adecuar las trazas de la catedral neogótica al entorno clásico del Palacio Real. Este reto, con el que se pretendía respetar el entorno urbano y a su vez poder dejar su impronta personal en el perfil más bello de la capital, son, a mi entender, las causas de esta pasión.

Primero la Academia de la Historia y poco después la de Bellas Artes le acogieron en su seno. Fue para él, en primer lugar, una enorme satisfacción, buscó a través de ellas la forma de seguir defendiendo, a lo largo de sus últimos años, el patrimonio cultural y también, claro está, mantener viejos y nuevos amigos, como Pedro Navascués y Gonzalo Anes, luchando juntos en la trinchera de sus afanes.

Y finalmente, vuelta a empezar, lo que fue su primer refugio, la escritura, se convirtió en el bálsamo de sus últimos años, cuando sus facultades físicas le abandonaban, siempre decía podría seguir escribiendo. Es verdaderamente una premonición este último homenaje a los arquitectos represaliados origen de su actividad como historiador y escritor, que con sus últimos libros, que llamó Cuadernos de verano, cierran su última etapa.

Siempre me quedará su recuerdo y el ejemplo de su compromiso con la vida.

Fernando Chueca Goitia.
Fernando Chueca Goitia.

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